El guardián

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Las estaciones vinieron y se fueron en el bosque, un tiempo largo paso por aquellas preciosas y amplias tierras.

Era tarde y el sol perdía su fuerza de iluminación y calor. Una madre cierva y su cervatillo se habían separado del grupo y pastaban las ricas hierbas de una parte alejada de los caminos seguros del bosque. Muy concentrados en cortar y masticar las hojas, no vieron las oscuras sombras que se deslizaban con sigilo por los arboles, hasta que una pata reptiliána con garras curvadas piso una ramita.

El leve sonido de la madera partirse ocasiono que la cierva levantara la cabeza, olfateó el aire y detecto el peligro. Llamó a su cria con un balido.

Una horripilante criatura salió de entre los follaje de los árboles, con las fauces llenas de afilados colmillos que se cerraron con tal fuerza en una pierna de la madre cierva que le provocó múltiples fracturas al instante. La pobre animal lanzó un chillido agonizante por el intenso dolor. Otra criatura de afilados dientes salió de entre las hojas y a cuatro patas corrió y cerro su larga boca por todo el delgado cuello de la madre cierva, callandola entre mordidas sangrientas.

La cría que no estaba tan lejos, fue testigo del festín de sangre, de la horrible escena, huyó despavorido corriendo todo lo posible con sus ancas. Una tercera criatura de puntiaguda escamas negras y larga cola como una látigo vió con sus ojos amarillentos como escapaba el pequeño ciervo, salió a su persecución con su lengua bífida saboreando el aire y el miedo de su víctima.

Y más de esas horribles criaturas del tamaño de un cocodrilo salieron de los escondites de los alrededores, en estampida fueron por la presa.

El pequeño ciervo corría a toda velocidad con sus pezuñas por en medio de raices sobresalientes y arbustos pero no conocía esa parte del bosque y se perdió enseguida, terminando con la respiración agitada ante el saliente de una enorme roca plana.

Cuando el cervatillo decidió seguir adelante ya fue demasiado tarde, uno por uno los enormes lagartos negros fueron acorralándolo por todos los flancos.

Uno, dos, tres, cuatro y hasta seis carnívoros hambrientos se acercaban observando retroceder al tembloroso cervatillo hasta chocar contra la roca lisa.

A una cierta distancia, un estruendoso bramido hizo vibrar el aire, los pájaros volaron de las copas de los robles y pinos ante tal estrépito. Corría con rapidos y pesados pasos, su cuerpo rompía la ramas que intentaban arañarlo.

Con un gran salto, aterrizo a lado de la cría haciendo temblar por segunda vez el suelo. Con más de dos varas de altura y una musculatura tan sorprendente como muy intimidante, las venas sobresalían en los brazos y piernas que eran tan gruesos como el cuello de un caballo adulto. Una falda verde bien elaborado de hojas y juncos cubrían su intimidad. Pero lo más sorprendente era la enorme cabeza de toro que tenía, con un pelaje rojizo y unos cuernos largos y afiladizímos, expulsaba aire caliente por su hocico. El guardián del bosque, Asterión, se puso delante de la cría y sus ojos verdes miraban con odio a los seis enormes lagartos negros.

De los árboles que rodeaban aquella roca, salió caminando el primero que comenzó la cacería, arrastrando el cadáver a medio comer de la madre cierva.

La furia se desató en el interior de Asterión, golpeó con sus dos puños el suelo y soltó el bramido más fuerte de la historia de los toros. Los lagartos confiados en la superación numérica se lanzaron al ataque.

Asterión agarró de la cabeza a uno y lo plantó en el suelo con tal fuerza que los ojos amarillentos salieron de las cuencas, de un puñetazo mandó lejos a un segundo. El tercero sacó las garras curvadas y propinó un mortal zarpazo que el guardían esquivo. Agachó la cabeza y le clavo los dos largos cuernos en el lomo negro de escamas. Levantó los cuernos al aire y el cuerpo salió volando trazando un arco de sangre y agudos chillidos estridentes.

CIRENE Y EL MINOTAURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora