Nacimiento

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Cuando el rey se entero que su esposa se encontraba en cinta, hizo una celebración tan gran grande que invito a todos los ciudadanos al palacio. Y para contentar aun más a su pueblo, el rey Minos sonriente alzo la voz avisando a todos que su hijo se llamaría con el mismo nombre de su padre, Asterión. Toda la multitud vitoreó, aplaudiendo con ganas, por toda la inmensidad de la sala las copas llenas de vino entrechocaron.

La reina, aun bajo el encanto de Poseidón, estaba feliz, su vientre para la quinta Luna se había hinchado tanto que las parteras aseguraban que vendría un varón grande y muy fuerte, un futuro guerrero rey imparable que el reino de Creta jamas haya visto en todos los monarcas. Los dolores de espalda y los pies inflamados de la reina aumentaron durante los últimos cuatro Lunas convirtiendose en una tortura, y sus pequeños pechos se convirtieron en bolsas rebosantes de leche, era tal la cantidad de liquido maternal que lo pezones no impedían su paso y humedecía todos los vestidos.

Cuando rompió la bolsa, las comadronas y parteras acudieron enseguida al dormitorio de los reyes. La llegada era tan esperada que cuando los rumores corrieron puertas afuera, toda una multitud emocionada se congrego en las altas puertas de madera del palacio.

Como el vientre era tan grande, las parteras temían desde antes que el parto no se diera por forma natural.

- Traigan leche de amapola - pidió una partera.

- Por favor... por favor - la reina creyó que eran para sus dolorosas contracciones.

- Y afilen un cuchillo. - ordenó la misma partera.

- ¡¿Qué?! - gritó Pasifae con el rostro cubierto de sudor y las piernas sangrantes abiertas.

- Tiene que ser fuerte, mi reina. Tiene que serlo por el niño.

Le dieron de beber la cantidad justa de la leche de amapola para adormecer el cuerpo y mente, la necesitaban despierta. Después de un momento la reina tenía los ojos semi abiertos pero perdidos, mirando a la nada pero aun asi las comadronas le pusieron un trapo grueso en la boca que la reina mordía con fuerza cuando la punta del cuchillo perforó la piel, y fue trazando una línea sangrienta debajo del ombligo, cortando la carne. A pesar de la amapola, la reina lo sentía todo, lloraba y gritaba mordiendo el trapo húmedo. Las comadronas le agarraron de los brazos y la sujetabán con fuerza en la cama.

- Ya lo tengo - aviso una - Por los dioses... Es muy grande...

- No cierre los ojos, reina. Su hijo la necesita.

Las sonrisas se apagaron y las felicitaciones murieron en las bocas de las mujeres. Todas se miraron los rostros blancos y ahogaron un grito. La partera tenía en brazos a un bebe que hombros para abajo era un cuerpo tierno de un recién nacido pero hombros para arriba lo que tenía que ser un rostro hinchado y lloroso lo reemplazaba una cabeza de un tierno ternerito. De orejas largas hacía los lados, y de negros ojos grandes, abrió su pequeña boca para soltar los primeros validos que asustó a la partera que por poco lo suelta al piso.

- Mí hijo... quiero ver a mi hijo... - pedía la reina en susurros inaudibles.

- Mí reina, el niño... el niño - la mujer no sabía que decirle.

El rey que se encontraba afuera del cuarto matrimonial, nervioso, emocionado y bastante feliz. Cuando escuchó las voces de las mujeres y ningún llanto, se preocupó aun más, creyendo en el muy fondo de su mente que su tan espero hijo haya muerto, y decidió entrar al dormitorio.

- ¿Qué pasa? - preguntó al ver los rostros blancos de las mujeres, del bulto que una de las parteras sostenía en brazos salió un ruido extraño, como de animal.

El rey se acercó con pasos rapidos.

- Mí rey, no sabemos que pasó... no entendemos...

- Déjame verlo.

CIRENE Y EL MINOTAURODonde viven las historias. Descúbrelo ahora