Llegar a la universidad me tomó menos tiempo del que creía. Las calles estaban desiertas y el gris del cielo combinaba a la perfección con los viejos edificios del centro de la ciudad. Al frío parecía no importarle cuánto abrigo llevaba. A pesar de los guantes, la bufanda y la gruesa campera, no lograba entrar en calor.
Cuando dieron las doce y media, me hallaba a una cuadra del punto de encuentro. Desde lejos comprobé lo que ya sabía: la universidad estaba cerrada. Aminoré la marcha, aunque no demasiado, por si alguien me observaba.
Era difícil que encontrara un escondite que me permitiera observar sin ser descubierta. Los comercios y los edificios de alrededor también estaban cerrados. A simple vista, no vi ningún lugar que me pareciera apropiado.―Podríamos seguir de largo y dar vueltas a la manzana hasta que sea la hora indicada ―sugirió Seulgi.
No era una mala idea. Se suponía que esperaban ver a mi hermana, así que nadie se fijaría en mí.Pasé por delante de la universidad como si ese no fuera mi destino. Al llegar a la esquina giré a la derecha. Caminaba despacio, del mismo modo en que alguien lo haría por las vidrieras de un centro comercial, con la diferencia de que ahí no había nada para ver. El edificio ocupaba toda la manzana. El recorrido me pareció interminable. A pocos metros de completar la primera vuelta, antes de alcanzar la calle principal, algo me llamó la atención: una camioneta negra atravesó la esquina a muy baja velocidad. Todavía faltaban diez minutos para la hora acordada.
―No nos vieron ―susurró Seulgi.
Aminoré el paso, recorrí el tramo que me separaba de la esquina y me detuve antes de doblar. Con cuidado, para que no me vieran, asomé la cabeza y vi que el vehículo había estacionado en la vereda de enfrente. Era una furgoneta como las que usaban para el reparto de mercancías. Los vidrios oscuros de la cabina no me dejaban ver si había una o dos personas dentro. La parte trasera de la camioneta no tenía ventanas. El motor permanecía encendido.
―¡Son ellos! ―dijo Seulgi―. Están esperando que venga Giselle.
―Puede ser...
Casi enseguida, la puerta del acompañante se abrió y bajó una joven de estatura mediana, delgada, vestida con un jean negro y una campera del mismo color. Tenía el cabello corto. Se dirigió al costado del vehículo y deslizó la puerta corrediza lateral. Una vez abierta, tomó algo, pero no pude ver de qué se trataba. Cuando giró y la miré de frente, la reconocí de inmediato: era una compañera de clase de Giselle, se llamaba Nagyung, pero le decían "Nakko".
Estaba decidida a salir de mi escondite y enfrentarla para preguntarle por mi hermana, cuando vi algo que me heló la sangre. Dentro de la camioneta, antes de que la puerta se cerrase, descubrí que había una mujer. Estaba amordazada, y atada de pies y manos. Pero lo que me aterró fue que la conocía: era mi madre.―¡Mamá! ―grité sin darme cuenta.
No sé si ella llegó a escucharme antes de quedar encerrada otra vez. Quien sí lo hizo, fue Nakko.―¿Minjeong? ―dijo, sorprendida y empezó a cruzar la calle directo hacia mí.
No supe que hacer. Mi mente era un torbellino de preguntas sin respuesta: ¿Por qué Nakko tenía prisionera a mi madre? ¿Qué tenía que ver con la desaparición de mi hermana?
Por fortuna, Seulgi se ocupó de que reaccionara:
―¡Corramos! ―me ordenó.
De inmediato, como si mi amiga me hubiera jalado de un brazo, inicié una alocada carrera.Nakko me siguió.
―¡No te vayas, Minjeong! ―gritó―. ¡Tengo que hablar contigo!Estuve tentada a detenerme. De cualquier manera no se iba a demorar en alcanzarme; corría más rápido que yo.
―Es mentira, no dejes que te atrape ―insistió Seulgi.
Apreté el paso. Corrí por las calles desiertas del centro de la ciudad.En un intento por librarme de ella, cada vez que llegaba a una esquina, doblaba primero hacia un lado y en la siguiente hacia el otro, como si quisiera perderme dentro de un laberinto sin fin. No sé cuántas cuadras recorrí así pero no conseguí quitármela de encima.
De pronto al cruzar una bocacalle, noté que los pasos de Nakko sonaban más cerca. Sentí una fuerte puntada en el estómago que me cortó la respiración. No podía más. Estaba decidida a rendirme, cuando escuché el chirrido de unos neumáticos tras de mí. Al ruido de la frenada le siguió un golpe en seco y un alarido de dolor. Tras alcanzar la vereda, miré hacia atrás y descubrí lo que había sucedido: la camioneta negra se había sumado a la persecución, pero con tanta mala suerte no llegó a frenar a tiempo y atropelló a Nakko.
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ABISMO ㅤ ✿ ㅤ winrina.
Mystère / Thriller𝗔𝗘𝗦𝗣𝗔 | Hay veces en que al despertar sentimos que va a ser un día distinto. Una sensación extraña nos avisa y nos sorprende. Aquel domingo Minjeong la sintió. ㅤ 𖽑𖽑 ㅤㅤ WINRINAㅤ ♥︎