CAP. 08

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Cada vez sentía menos peso sobre mi cuerpo. Parecía que aquel hombre estaba dispuesto a quitar todas las bolsas de basura del contenedor. Traté de no moverme, pero no podía dejar de temblar. En un momento dado, noté que mis ojos quedaban al descubierto. Me dio pavor cuando vi su rostro de cerca. A pesar del frío, estaba empapado en sudor. Tenía las mejillas teñidas de un color rojo intenso y respiraba entrecortado. Mantenía los labios apretados, como si se los mordiese por dentro. Lo que más me impresionó fue la cicatriz que le atravesaba la cara. Se extendía desde la base del pelo hasta la pera, como si alguien lo hubiese querido cortar en dos partes iguales.

Cuando descubrí sus ojos color carbón, sentí que me quemaban. Temí que, si no dejaba de mirarlos, moriría.
De pronto escuché un grito cercano y el individuo desapareció de mi vista. Percibí sus pasos al alejarse del contenedor.

―¡Nakko! ¿Te encuentras bien? ―le oí decir.

―Me duele mucho el estómago y siento un gusto amargo en la boca ―se quejó―. Además, estoy muy mareada.

Las voces se oían con claridad.

―Tranquila; voy a llevarte a un hospital, pero primero tengo que encontrarla. No podemos darnos el lujo de... ―antes de que terminase la frase, escuché el inconfundible sonido de una arcada― ¡Mierda! ¡Es sangre!

Hubo unos segundos de silencio antes de que el hombre volviera a hablar.

―¿Nakko? ¿Estás bien?
No hubo respuesta.

―¡Nakko!
tras el grito, percibí una puerta que se cerraba, y luego otra, seguida de una fuerte acelerada. Oí que el vehículo se alejaba.

Durante un rato, no supe qué hacer. Por un lado, quería abandonar el escondite, pero, por el otro, tenía miedo de que regresaran.
Decidí esperar. Tenía la esperanza de que la policía no demoraría. Eso, siempre y cuando me hubiese tomado en serio. A mí misma me costaba creer lo que había visto, no quería imaginar a alguien que no me consideraba del todo cuerda.

¿Era mi madre la de la camioneta o lo había imaginado?

Era ella ―afirmó Seulgi―. Yo también la vi.

―Eso no me sirve de mucho.
Sabía que ella veía a través de mis ojos.

¡Gracias! ―respondió en tono irónico―. Ya llegará el momento en que me necesites y no voy a estar allí para ayudarte, pequeña ―rezongó, ofendida.

El sonido de una sirena lejana evitó que le respondiera.
Me quité las pocas bolsas que tenía encima y salté fuera del contenedor. Miré hacia todos lados. El aullido de la sirena se escuchaba cada vez más fuerte. Me ubiqué en la mitad de la calle. Quería asegurarme de que me viera. En menos de un minuto, un patrullero se detuvo a mi lado. La puerta del conductor se abrió y descendió la policía.

―¿Estás bien, Winter?
Asentí con la cabeza.

―Será mejor que entres al auto; hace mucho frío aquí afuera.
Abrió la puerta del acompañante y me indicó que subiera a la patrulla. Obedecí. Cuando volvió a ocupar su asiento, noté que en la cara se le dibujó una mueca de asco. Imaginé que sería por el olor a basura.
―No mentiste cuando me dijiste que te ocultabas dentro de un contenedor ―bromeó.

Esbocé una leve sonrisa y enseguida pregunté:
―¿Cuál es el hospital más cercano?

―¿Por qué? ¿Estás herida?

―No, pero uno de ellos sí. Fue atropellada por su compañero y escuché que irían a una sala de emergencia. Si damos con ellos, encontraremos a mi madre. Sé cómo es la camioneta. Tiene que estar estacionada cerca de algún centro de salud que...

ABISMO ㅤ ✿ ㅤ winrina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora