03 | Encuentro en la cafetería

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— Ten cuidado cuando estés en la escuela, no hagas movimientos bruscos y ni pienses en correr de nuevo mientras estes así — el sermón de mi madre parecía no tener fin mientras yo me comía el último pedazo del hot cake en mi mano. La miré con cansancio y levantándome de la silla dejé un beso en su mejilla ajustando con mi brazo bueno la correa de mi mochila sobre mi hombro.

— Nos vemos luego mamá — me despedí con una sonrisa fingida y me dignaba a caminar rumbo a la estúpida cárcel llamada: 'Escuela'.

Luego de aquella estrepitosa caída el profesor me llevó a la enfermería donde me revisó la enfermera Lucie dando su elaborado diagnóstico de casi dos mil caracteres para solo decir que tenía un esguince en mi brazo por lo que tendrían que llevarme al hospital para que lo trataran. Como si mi mala suerte no fuera suficiente  llamaron a mi madre quien armó todo un show de tenenovelas digno de una actriz de Hollywood, si no fuera porque mi padre hubiera llegado a tranquilizarla ya el director y el entrenador estubieran presentándose a un juez en los tribunales.

A veces era horrible tener una madre abogada.

En fin cuando llegué al hospital nos indicaron que solo era un esguince leve que se curaría en un par de semanas si no hacía nada para empeorar. Por eso ahora tenía un yeso que adornaba mi brazo desde mi codo hasta la mitad de mi mano izquierda dejando mis dedos libres.

Grandioso, no pudo ser la derecha. Tendría excusa paro no asistir a clases  por dos semanas.

Frunciendo mis labios en descontento giré la esquina de la calle encontrandome con la entrada al infierno... Que digo, al "maravilloso" instituto. Aún era temprano por lo que no me sorprendió ver a una gran cantidad de alumnos llenar los pasillos. Todos me miraban como si de un marciano se tratara. No sabía si era por el gran yeso en mi brazo o por el mini-show que armamos la capitana de porristas y yo en el almuerzo.

Me inclinaba ante ambas.

Mis ojos viajaban inquietos por la cerámica blanca del suelo donde a cada tanto habían líneas dibujando un cuadro en cada una de ella. Mi vista bajó más hasta chocar con mis zapatos negros donde uno de ellos tenía los cordones desamparados.

Genial, ¿Cómo lo amarraría con una mano?. Suspiré rodando los ojos para orillame cerca de los casilleros y ponerme de rodilla dejando uno de mis pies adelantes tratando de averiguar cómo carajos amarraría sus cuerdas.

— ¡Hey Jobs! — la encantadora voz de Alex llegó a mis oídos como un regalo de los mismísimo dioses hasta que caí en cuenta de algo.

¡Que vergüenza me daba pedirle que atara mis agujetas!, No había ningún estudiante aquí que no se enterara y aunque pareciera estúpido no quería más problemas con la perra obsevionada de su novia. Sentí mi ojo izquierdo sufrir un momentáneo tic nervioso cuando mi cerebro no me daba respuesta a lo que haría.

Los Juegos De HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora