El monstruo y su ángel.

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Una figura se encoge sobre sí misma, la tormenta la envuelve y la acoge como si de su creación se tratase. La figura solloza, mientras las lágrimas se camuflan con la lluvia. La calle de pronto, esta abarrotada de gente, de gente que no repara en el alma marchita que encuentra consuelo en la lluvia que llora, que sufre junto a ella. Pasos, pasos y más pasos. La vuelven loca, y grita, y un trueno le responde. Nadie escucha, oyen pero no se atreven a escuchar la agonía de una vida a la que ya solo le queda apagarse.

Alguien de pronto, repara en su belleza. Se queda quieta en medio del alboroto de gente que le rodea. Repara en cada detalle del rostro de esa figura que distingue como masculina. Se acerca temerosa, hasta que roza el rostro del desconocido que se le asemeja tan seductor. El abre los ojos y mira confundido, como si despertase de una pesadilla eterna. Ella retrocede, sintiendo como un escalofrío la recorre desde la yema de su dedo índice hasta el último extremo de su delicado cuerpecillo. El avanza con más seguridad ahora. Ella retrocede con el destello del terror reflejado en sus pupilas. El trata de mostrarse más cálido pero su cuerpo permanece adormecido, incapaz de acatar las órdenes transmitidas por su dueño. Ella tropieza y su expresión torna a la de una niña que acaba de despertar a un monstruo. El la mira con desesperación, tratando de pronunciar alguna palabra que pueda eliminar esa expresión dañina.

Sus caminos se separaron tras ese inoportuno encuentro. El deambula perdido buscando el rostro de la que llama el ángel que lo hizo despertar. Ella dibuja garabatos sin parar, garabatos del rostro de un alma miserable. Y se lamenta, se lamenta por haber huido cual cobarde por un simple contacto. Sin saberlo ambos caminan por los extremos opuestos de la misma ciudad, preguntándose si algún día se llegaran a reencontrar.

Un año, o tal vez dos más tarde, ella es invitada a mostrar sus dibujos en una exposición. El cómo amante de todas las artes acude allí sin saber que esperar. Recorren la estancia sin tan si quiera tropezar con la mirada del otro. Finalmente, ambos se encuentran frente a la misma colección de dibujos. Y él se reconoce, reconoce a su yo trastornado dibujado delicadamente a grafito. De su rostro caen lágrimas por todo el dolor que los retratos de si mismo transmiten. Alguien, sin poder reaccionar a quien tiene delante, clava la mirada en su espalda. El busca como loco, sin reparar en la figura femenina que lo observa con sorpresa, el nombre de la autora. Una vez lo encuentra comienza a susurrarlo innumerables veces, con desesperación, como si reviviese aquel leve contacto.

"Vivian, Vivian, Vivian..."

VivianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora