Trigésimo capítulo

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30Reunión

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Reunión

Bohu abrió los ojos lentamente y notó varias cosas a la vez que empezaba a enfocarse en la realidad. La primera de todas fue que Atlas estaba a su lado rodeando con un brazo su espalda. El calor de su cuerpo traspasaba el tejido de su túnica como el chorro ardiente de un respiradero hidrotermal. Se removió gustosa y onduló su tafra sobre la de él. Era una sensación indescriptible que la hacía sentir como si saltara con delfines bajo el sol. Podría quedarse así por siempre.

Lo siguiente fue que Gelatina nadaba dentro de la cania como una loca: iba y venía en medio de chillidos exaltados. Tardó un instante en comprender que Atlas le lanzaba, con el otro brazo, una pelota.

Estaban jugando... Mientras ella dormía.

Quizás era una romántica reprimida en estado de negación, pero esperaba que ese momento fuera especial para los dos. Era la primera vez que despertaban juntos desde su exilio. Más de un año y medio separados. Él debía mirarla, sonreír y desearle un buen tae con el beso más dulce y arrebatador de la vida. Luego ella podría llenarlo de mimos y caricias por un rato. Era luego de ese ritual que Gelatina podría acercarse como buena niña para saludar. No antes.

Debió entrenarla mejor.

Atlas la miró y suspiró de alivio.

—Ah, ya estás despierta. Qué bien, ya podemos continuar.

¡Qué falta de respeto!

En menos de un segundo estaba sentada en la hamaca viendo a su esposo y a su liparo acomodarse en el centro de mando de la cania como si ella no existiera. Se suponía que Gelatina lo odiaba. Y se suponía que él llevaba torímas deseando que ella lo quisiera de vuelta. ¿Se había perdido de algo?

—Bohu, pareces un pulpo —se atrevió a burlarse—. Deberías arreglarte el cabello.

—Y tú pareces un mola mola y no te digo nada.

Atlas se volvió para mirarla con ojos sorprendidos.

—¿Estás enojada?

—Para nada. Me desperté bastante bromista.

Él se atrevió a sonreírle con dulzura. Era el colmo de los colmos.

—Te ves hermosa. Deberías vestirte así más a menudo.

Llevaba encima una túnica algunas tallas más grande de la suya, sin mangas y con un bordado que decía «Propiedad de las aguas libres», y bueno, el cordón estaba perdido.

—Es un pijama, Atlas.

—A mí me gusta. Pero me gustaría más si dijera «de Atlas».

Bohu suspiró derrotada. No podía enojarse con esa carita sonriente que brillaba por el buen humor.

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