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Sherry me da la espalda y se abrocha el sujetador. Me gusta cómo se le ve, es rojo y tiene encaje. Me gusta todo de ella. La veo tomar su diminuto vestido de lentejuelas y abrir el cierre que tiene a un costado antes de ponérselo. Es hermosa, no importa si está desnuda o vestida.

Contengo un suspiro y cruzo las piernas sobre la cama. Hay tantas cosas que quisiera decirle. Como que no me importa que sea una prostituta ni que luzca tan demacrada por una obvia adicción a las drogas duras. Quiero decirle que la amo y que puedo cuidarla y hacerla ver lo mucho que vale, que podría ser el esposo perfecto si me da la oportunidad. Pero no puedo. Cada que sus ojos se encuentran con los míos solo hay silencio.

—Fueron treinta minutos más—dice ella pasándose los dedos por el cabello negro cuervo—. Serán quince dólares.

No me importa que seas barata, pienso. Y tampoco me importa que me hables con tanta indiferencia.

Recojo mis pantalones del suelo y busco la cartera en mi bolsillo trasero. Mis manos tiemblan mientras sostengo un billete de veinte dólares.

—Eh...Sherry...

Tengo que hablar, ¡tengo que hablar!

Trago saliva.

Ya sé qué pasará, pero, ¿y si me equivoco? ¿Y si Sherry es la indicada?

—¿Qué pasa?—me pregunta ella.

Veo sus pies. Ya trae los tacones transparentes. Ella extiende la mano para que le pague, yo aprieto el billete y la veo a los ojos.

—¿Podrías quedarte un poco más?—le pregunto, forzándome a sonreír—. Haré café.

—No puedo. Tengo otra cita en una hora.

Su respuesta me hiere, pero intento no demostrarlo.

—¿Podríamos vernos mañana, entonces?

—Mañana es mi día libre, pero puedo hacer una excepción si me pagas el doble.

Mi interior grita. ¿Cómo puede ser que no me esté entendiendo?

—No te estoy pidiendo sexo, te estoy pidiendo que tengamos una cita normal.

Ella frunce el ceño, perpleja.

—¿Quieres que salga contigo como si fuera tu novia? Puedo hacer eso. Te costará lo mismo.

Niego con la cabeza.

—No, no comprendes. Saldríamos como una pareja normal. Una novia no le cobra a su novio por tener una cita.

Sherry sonríe como si le hubiera dicho un chiste. Gira los ojos.

—No digas estupideces, Hunter.

—Hablo en serio.

Ella me mira con los ojos muy abiertos. Su sonrisa se desvanece al instante.

—Dame mi dinero—me exige.

—P-Pero...

—¡Dámelo!

Le entrego el billete arrugado. Ella lo mira y después a mí. ¿Por qué hay tanto odio en sus ojos? ¿Por qué nadie puede amarme? Yo podría cambiar su vida, la volvería la mujer más feliz del mundo.

—Eres patético—espeta—. ¡No vuelvas a llamarme!

Me da la espalda y se dirige al tocador por su bolso, pero la detengo tomándola de la muñeca.

—¡Oye! ¿Qué te pasa?¡Suéltame!

—¡Tenemos que hablar!

La tomo de la otra mano y me pongo de pie. Ella se retuerce y me insulta. Mis lágrimas nublan mi vista. ¿Cómo puede ser tan cruel? Aprieto sus muñecas con fuerza. La hago caer a la cama y me subo a horcajadas sobre ella, preguntándome una y otra vez por qué hablé, por qué le dije estas cosas sabiendo lo que iba a pasar. Aún hay una parte de mí que es dulce y soñadora. Deseo ser amado. Quisiera dejar de anhelarlo porque solo me hace daño, pero empiezo a creer que así seré por el resto de mi vida. Siento las uñas de Sherry clavarse en el dorso de mi mano y en mis dedos. Tiene bastante fuerza para ser tan menuda. Suspiro y la veo con tristeza, sabiendo que este es el final. Tomo mi cinturón a un lado de la cama y ella aprovecha que la solté un momento para clavarme las uñas en los ojos. La aparto poco después de que lo logra, y busco a tientas mi cinturón sobre la cama. La escucho salir de la habitación y, una vez tomo el cinturón, bajo las escaleras para encontrarla tratando de abrir la puerta.

Mujeres de cabello negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora