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El señor Oh llevaba días sin dormir correctamente y su esposa había envejecido varios años a fuerza de llanto. La mujer se encerraba en la habitación de su hijo y abrazaba cualquier objeto que le diera esperanza. Mucha gente poderosa se había acercado a la mansión para prestar ayuda, pero no había ningún rastro para seguir, tampoco habían pedido dinero para un rescate. 

—¿Cómo puede ser que no encuentren nada? —El señor Oh estaba perdiendo la paciencia, pasaban los días y solo le llegaban malas noticias. Trató de mantener la cordura, pero pasadas las cuarenta y ocho horas dejó que el hecho se transmitiera por todas partes con el deseo de que su hijo volviera a casa. Había enviado a sus hombres a vigilar a cada invitado que estuvo en la fiesta y solo uno de ellos le dijo algo más. 

—Puede ser peligroso que la foto de su hijo esté circulando en todos los medios, no sabemos cómo pueden reaccionar las personas que lo tienen secuestrado. 

—¡Silenció! —Su mente solo decía que su hijo no estaba. ¡Su hijo!— No he recibido ninguna llamada, nada. Estoy harto de recibir a esa bola de hipócritas que no sirven para nada. 

Bohyun no toleraba los desplantes del patético humano en el que se había convertido ese hombre. Las consecuencias de la ausencia de las feromonas omega de Sehun eran evidentes, el ambiente en la mansión había decaído, el señor Oh perdió su función de guardián y su esposa no podía escapar de la depresión. Bohyun de esta forma confirmaba que los omegas podían influir incluso en las emociones de los humanos comunes. Ese era una aspecto malévolo en los omegas, su apariencia vulnerable hacía que los demás ocuparan lugares que los hacían sentir necesarios, pero cuando estos desaparecían la desolación era absoluta. Además, ya no quedaba molécula alguna de aroma. 

—Que desagradable déjà vu. 

Sehun ya no estaba en manos de Donghae y por suerte ningún otro clan sabía en dónde estaba. Su única informante en el destartalado clan de Donghae le comentó, antes de morir desangrada, que un alfa gigante se lo había llevado. Ese hombre la había atacado al descubrir que estaba escondida en un ropero, la anciana recibió un golpe que le atravesó el pecho. 

—Ya no lo molestaré más. —Le hizo una reverencia—. Mi padre y yo estamos a sus órdenes. 

El señor Oh no contestó, solo hizo un gesto para despedirlo, se levantó y caminó hasta su oficina. En su escritorio estaba el celular de Sehun, sus documentos y una impresión de la última foto que les habían tomado a ambos esa noche. 

—Quiero que llamen al doctor... Necesito hablar con él. 

... 

En el otro extremo de la ciudad, el doctor Suho seguía  las señales que le enviaba un rastreador alojado en el lóbulo izquierdo de Sehun. 

—Vamos, no pierdas la señal ahora... 

Desde que desapareció puso en marcha su búsqueda, pero el rastreador había sido inútil; hasta que un día la alarma lo despertó en medio de la noche: Sehun estaba ingresando a la ciudad. 

Suho estaba desesperado y enojado. El señor Oh no le había avisado nada y solo hoy le escribió su estúpido secretario para que le buscara alguna solución. Sehun llevaba de cuatro a cinco días sin aparecer y el doctor ahora recorría los suburbios esperando no encontrar un cadáver. Escuchaba por los auriculares las indicaciones del GPS y cruzaba cada calle entre pasos tranquilos y saltos. 

Iba tan atrapado en las direcciones que no vio como un ser de tamaño inhumano doblaba en una esquina y lo atropellaba sin compasión. Suho cayó de espaldas al suelo y se quejó con una maldición entrecortada; por otro lado, el hombre con el que chocó siguió de largo. El doctor sintió que correr con todo hacia una pared de concreto hubiera sido más dulce. 

—Levántate, no hay tiempo —se auto animó. 

Continuó con su camino, un poco adolorido, pero con un objetivo en claro. El GPS no se había dañado por el golpe y eso era mucho. Unas cuadras más y llegó hasta una casa igual a las demás, pero que parecía vacía y solitaria. Suho rodeó la casa y no notó nada raro. 

Suho se animó y, frente a la puerta de la casa, tocó el timbre. No le atendieron, aunque escuchó unos pasos del otro lado. 

—Sehun... —susurró. Si había alguien en la casa las cosas se podrían raras—. Sehun... Soy Suho, tu doctor. —Un sonido seco se estrelló contra la puerta. 

—Suho... 

—¡Sehun! ¡Sehun! —sonrió entre lágrimas. Su pequeño estaba vivo y lo recordaba—. ¿Estás bien? Voy a sacarte de aquí, no te preocupes. 

—Suho, tienes que irte —le respondió. 

Se sintió extrañado por esa reacción, Sehun siempre había sido un niño obediente y serio. ¿Por qué sería tan cortante en una situación así? Suho pensó que al encontrarlo el más joven gritaría de alegría o desesperación al escucharlo. En cambio, Sehun se oía como otra persona. 

—Sehun... —Decidió intentar con algo más—. Tus padres te están buscando. ¿Acaso no quieres regresar a tu casa? ¿Ver a tu madre? 

Después de un chasquido, la puerta se abrió un poco, aunque con una cadena como seguro detrás. El doctor se asustó cuando se topó por primera vez con los ojos vibrantes del omega y eso solo significaba una cosa...

—¿Eee... Encontraste un alfa? —Sehun inclinó la cabeza, como confundido. Obviamente no estaba en todos sus sentidos y era posible que Suho estuviera hablando directamente con la parte lobo. Repitió la pregunta y solo entonces el joven sonrió con felicidad y vergüenza—. Esto es peligroso. Tenemos que irnos... Tengo que hacerte un estudio de sangre y una ecografía. No puedes estar aquí. 

Al joven omega no pareció gustarle la idea y con poca amabilidad cerró la puerta, justo como su alfa le hubiera ordenado que hiciera en ese caso. Suho se aterró, pero no montó ningún escándalo; se cubrió el rostro y tomó el camino opuesto a su llegada. No había tiempo que perder, debía regresar a la mañana siguiente, antes de que el alfa hiciera una nueva mudanza. Enfrentar a un descendiente humano de alfa no podía ser tan difícil con la ayuda adecuada. 

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⏰ Última actualización: Oct 23, 2023 ⏰

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