Escalofríos. Eso fue lo primero que Narem sintió sobre su columna; pronto el leve ardor en la herida en su mejilla le cortó la respiración y pudo escuchar los latidos de su corazón sobre sus tímpanos.
Lentamente llevó su mano izquierda al corte y pasó la yema de sus dedos sobre el, observando la pequeña mancha de sangre negra en su piel. Entonces se dio cuenta que Liren no estaba jugando, iba a matarlo si él no se casaba con ella y, estaba seguro que iba a matarlo luego de la boda. Cualquier camino que tomará lo llevaba a un mismo destino: su muerte.
Estaba perdido; su mirada escarlata se ensanchó cuando la mujer pasó el filo de la daga sobre su lengua y saboreó su sangre. Entonces inhaló hondo, tratando de mantener la compostura y no mostrar como en realidad se sentía.
Se limpió la sangre del rostro y se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
—¿Te has vuelto loca? —Inmediato la sonrisa de Liren se borró—. No puedes sólo disponer de mi presencia sin consultarme primero, no tienes idea lo ocupado que estoy en estos momentos, Liren, si no te planeado nuestra boda es por eso mismo.
—Precisamente, cariño —dijo Liren, mientras una sonrisa se extendía desde la comisura de sus labios—. Cómo estás taaan ocupado, yo me encargaré de todo... o mejor dicho, ya lo hice...
El rostro de Narem palideció ante las palabras de Liren, su cuerpo se tensó y pudo sentir un nudo sobre sus hombros.
—... Sí. Ya está todo arreglado, sólo faltan los trajes. ¡Y que pongas tu bella firma en el papel para sellar nuestra unión por la eternidad!
Liren juntó las manos con emoción, mientras Narem sólo se limitaba a mirarla como si él tuviera una puñalada en el riñón. Si él hubiese tenido la oportunidad de escoger, se hubiese separado de Liren hacía mucho tiempo. Ellos no eran la pareja del año, su rol se trataba únicamente de complacer todo el tiempo a Liren, ella pedía y él le daba todo lo que quería; desde las joyas más caras hasta las comidas más dulces. Pero el amor no había tocado en la puerta de ninguno.
—Bueno... —murmuró Narem, intentando encontrar las palabras correctas. Aunque ya no habían palabras que lo ayudaran a zafarse de tal problema—. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar?
—En realidad sí. —Liren dejó la daga de regreso en el cajón y se giró hacia el guardián—. Ahora que nos vamos a casar, es momento que el reino se entere, ¿no lo crees? Y... creo que también deberíamos tener una cita.
Narem alzó las cejas, no pudo disimular el horror, sus pupilas se achicaron, separó los labios disgustado y arrugó el puente de la nariz.
Una cita significaba estar junto a Liren por más de una hora, significaba tener que escuchar como hablaba de temas sin sentido y como cada tres minutos le regañara por algo, ¡significaba incluso tener que besarla!
—¡No, ni lo sueñes! ¡Definitivamente perdiste la cabeza!
—¿Por qué no? ¡Además! No te lo estoy preguntando, Narem, te estoy diciendo que quiero una cita, ¡y la quiero pronto! ¡Y que sea muy bonita! —Liren se llevó las manos a la cintura y frunció el ceño.
—Pues es mejor que traigas una silla y te sientes, porque te vas a cansar de esperar de pie. —Narem también frunció el ceño, mostrando sus pequeños colmillos.
—¿¡Qué dijiste!?
—¡Dije que no te llevaré a una cita! ¡Ni siquiera lo putas pienses!
Liren apretó los dientes y cerró los puños, rápidamente se giró hacia su tocador y tomó la daga entre sus manos, apuntando a Narem con ella.
—¡Estoy cansada de tus estupideces, a partir de ahora harás lo que yo te diga! —dijo Liren en voz alta.