Capítulo 5

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En medio del desierto, el sol en su cénit proyectaba dos sombras enfrentadas, rodeadas de una gran nada.

-Una vez fuimos amigos, te seguí, Christian. Eras el mejor pistolero de todo Monte Solitario- Gilberto hablaba con gran admiración, como si estuvieran otra vez los cinco cabalgando en sus caballos a través de los pueblos que, aterrorizadas sus gentes, se alejaban de su paso, y no se movía, y tampoco quien lo apuntaba. Sin embargo se quitaba el sombrero con tranquilidad para secarse la frente.

-Eso ya no existe, tú nunca me conociste, no lo olvides - se burlaba Christian- En Vieja Esperanza todos esperan que te lleve bien atado tras mi caballo, arrastrado por toda la tierra-

El forajido sonrió y sacudió su cabeza

-Ay Chris, solías burlarte así de todo, hasta de tu propio destino-

Christian sacó un pañuelo de su bolsillo y frotó su placa de Sheriff para que brillara más.

-Arrastrado por la tierra tras de mi caballo, Gilberto- le recordaba cada palabra dicha -Así te verán por las calles de Vieja Esperanza-

-"Sheriff"- rasguñaba Gilberto aquel título- ¿Lograron comprarte con oro, Chris?-

Ante esas palabras, Christian casi jala el gatillo.

-Cuida esas palabras, Gil. No estás en posición para pasarte de la raya-

El unicornio negro de Gilberto se había puesto muy alerta ante aquello, aunque sabía que guardiaba la alforja, por eso no se movía de su lugar y no despertaba la sospecha del vigilante Relámpago Azul, el caballo blanco de Christian, quien mantenía la mirada fija sobre él.

Gilberto entonces soltó un fuerte suspiro, y bajó la cabeza, y su mano se alzó ante Chris y le hizo un saludo, y luego se quitó el sombrero con humildad:

-Está bien, acepto mi destino- fue lo dijo, y una ligera perturbación se asomó por los ojos de Christian: Gilberto se estaba entregando. Los Caballos no se inmutaron, pero ambos permanecían vigilantes ante aquella escena en medio del desierto.

Silencio absoluto, y muchas cosas pasaban por la mente de Christian, y su dedo en el gatillo titubeaba:

-Yo también fui tu amigo- dijo al fin, y fue como si volvieran a estar en el pasado, ambos. Era el Christian de antes otra vez allí ante Gilberto -Pero eso ya no puede ser otra vez-

Entonces Relámpago Azul comenzó a avanzar, hacia el forajido. El sheriff iba directo hacia él para capturarlo.

Gilberto no se movió, Diamante Negro tampoco se movió de su lugar, a unos metros más atrás.

El sheriff se apeó y sacó una soga de su muy lustrada y hermosa alforja. Siempre con la pistola en la mano. El forajido pudo ver de cerca la fina ropa que vestía, ropa que no sabía lo que era la vida en la intemperie. Todo lo contrario a la suya.

Y le ató las manos.

-Vamos entonces, acabemos con esto- comentaba el sheriff, con aire de abatimiento. Apesar de haber ganado, de haber capturado al forajido sin lucha, no estaba feliz por eso.

Finalmente Christian repara en Diamante Negro, el unicornio negro, y le dirige unas palabras:

-Tú...- comenzó a decir, y se esperaba que también fuera capturado -Vete de aquí, Diamante Negro, vete lejos-

Entonces y después de decir eso, Christian procede a atar la soga a la silla de su Caballo, para iniciar la penosa marcha, arrastrando al forajido por la tristeza de la llanura.

-Christian- habló Diamante Negro de último, cuando ya a lo lejos caía la tarde y se llevaba al forajido.

Christian, que ya había emprendido la marcha, se detuvo de mala gana, concediendo escuchar las últimas palabras. Se detuvo y volteó el rostro.

-Me voy, pero me llevo conmigo tu secreto - dijo el unicornio -Porque aquí tengo en mi alforja el diario de Gilberto atestiguando todo sobre ti-

Christian se puso frío, y volteó la mirada otra vez hacia su prisionero, y vio que Gilberto le devolvía una sonrisa.

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