C: 2 - EL RELOJ DE ARENA MÁGICO

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Ministerio de magia.
Diciembre de 1998-



Kingsley: Señor ministro, ¿qué es eso? -preguntó preocupado al ver aquel artefacto sobre el escritorio del nombrado-

Wybie: No es nada de lo que tengas que preocuparte, Kingsley. -respondió arisco- Será mejor que te retires.

-El hombre de piel morena solo miró con cansancio al Ministro, no era un secreto que todos odiaban al Ministro de Magía, al menos los que no estaban a favor de sus creencias y mucho menos causas.

Kingsley Shacklebolt era uno de aquellos que no aprobaban su causa; le resultaba agotador y tedioso todo aquello de lo que Wybie Lovat hacía. Pero Wybie, al final de cuentas y para mala suerte del moreno, era y seguía siendo el Primer Ministro, y Kingsley, aunque quisiera, no podía hacer mucho.

Pero aquel aparato con forma de reloj de arena y una garra de dragón sobre ella, que conectaba una manija y cadena, a un reloj normal en el cual se veía un líquido plateado y dorado viajar mágicamente entre aquella cadena, le había llamado la atención.

Tampoco era un secreto que al Ministro Lovat le gustaba inventar aparatos mágicos raros, hechizos o pociones. De hecho gracias a aquel hombre el libro de Historia de la Magía que en quinto año veían en Hogwarts, había nacido. Él lo había escrito, y aquel libro contenía información demasiado importante y poderosa para que jóvenes brujos de cada generación pudieran prepararse mejor a la hora de los famosos TIMOS.

El moreno miró de reojo como, al lado de aquel reloj de arena misterioso, había una foto de un amigo suyo, y una equis marcada en la cabeza del hombre, incluso la esposa de aquel mago en fotografía estaba presente. Kingsley intentó ocultar su conocimiento sobre aquello apenas el Ministro lo volvió a llamar-

Wybie: Vete ahora, Shacklebolt. -gruñó impaciente- Debo terminar algo importante y no tengo tiempo para tus estúpidas y ridículas propuestas de desechar mi decreto a la plaza de Sangres Sucias en Hogwarts y conocimiento del Mundo Mágico. Es más, deberías sentirte mejor de saber que tampoco les quite a esos inservibles mestizos la oportunidad de estudiar.

Kingsley: ¿Por qué hace todo esto, Ministro? -lo miró sin poder resistir más el enojo- ¿Qué le han hecho esos jóvenes?

Wybie: ¿Los jóvenes? -repitió divertido- Son esos asquerosos Sangre Sucia a los que odio. -escupió con asco- Siempre creyéndose mejores a nosotros. No, ellos deben conocer cuál es su lugar en todo esto. -sonrió mirando su invento-

-Aquello alarmó más al moreno, quien sin decir nada más, se retiro de la oficina del Ministro. Necesitaba hablar con Albus Dumbledore ya, era el único que podía ayudarlo a evitar más perdidas de la que una simple "plaza al Colegio de Hogwarts o negarles la oportunidad de seguir viviendo en el mundo mágico" significaba.

Así que, saliendo con demasiado apuro del Ministerio, llegó a un lugar privado donde sin pensarlo dos veces, hizo una aparición. Llegar a Hogsmeade se le hizo más fácil, y cuando sus pies tocaron la tierra, suspiró aliviado, pero con apuros preocupados por aún no estar en el Castillo, el hombre casi que volaba intentando llegar a su destino.

Cuando traspaso aquel puente y llegó por fin a los terrenos de Hogwarts, corrió todo lo que sus piernas de adulto lograron darle. Asustado y angustiado, llegó al tercer piso, mirando la gárgola frente a él, para posteriormente, gritar la contraseña y lograr subir al despacho del Director.

Una vez las escaleras de caracol le permitieron subir, él lo hizo, con la misma rapidez con la que llego y sin importarle en querer respetar la privacidad de su viejo amigo, Kingsley Shacklebolt abrió la puerta de golpe, llamando la atención del director, quien parecía que hace unos segundos hablaba con el perchero frente a él-

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