2. Jun

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En cuanto mi madre se marchó con Hae In, me quité el traje que me había obligado a ponerme y lo devolví a su funda. Acudiría a la cita, pero me negaba a dar una imagen que no iba conmigo. Me puse de nuevo los vaqueros y saqué una camisa limpia del armario.

Me asomé a la ventana. Volvía a llover, así que aparté de una patada las zapatillas y me puse las botas. Bajé las escaleras mientras me abrochaba la cazadora y crucé la calle en busca de un taxi libre. Veinte minutos más tarde, atravesaba las puertas del restaurante en el que mi madre había insistido que hiciera la reserva. Me tomé un momento para observar el interior. 

Había mucha gente y tuve que esperar un rato hasta que el camarero me acompañó a la mesa. Miré a mi alrededor, más nervioso a cada minuto que pasaba, y descubrí a un tipo que parecía estar pasando un mal rato. Se sonaba la nariz de forma compulsiva y le brillaban los ojos como si estuviera resfriado. Nuestras miradas se encontraron y le dediqué una pequeña sonrisa.

Comprobé la hora en el móvil e inspiré hondo. Mi cita se retrasaba. La tensión se me acumulaba en el cuello y el estómago. Pensé en largarme y ponerle fin a aquel despropósito. Sin embargo, la posibilidad de humillar a mi madre me aplastaba contra la silla

La puerta se abrió de nuevo y levanté la vista.  Mis ojos se vieron atraídos por una boina roja y una gabardina del mismo tono. Era imposible no fijarse en esa nota de color brillante que se abría paso entre tanto negro y gris. Ni en la chica que las lucía. Tenía unos ojos enormes, que se movían por la sala como los de un gato asustado. 

De pronto, frenó en seco y se quedó observando la mesa del tipo que no dejaba de sonarse la nariz. Sacó su teléfono del bolsillo y lo miró como si estuviera comprobando algo. Lo volvió a guardar y, por un momento, creí que iba a dar media vuelta y a marcharse corriendo. Entonces la vi tomar aire, soltarlo con fuerza y dar un paso adelante. Después, otro, y otro más. 

Pensaba que iba a sentarse con el tío de los mocos cuando, de repente, aceleró y pasó por mi lado como un rayo. Giré la cabeza y la contemplé por encima del hombro. Caminaba estirada, sobre unos tacones muy altos que la hacían parecer una espiga. Hasta que alcanzó el pasillo en penumbra que conducía al baño y vi como se desinflaba. Parecía que iba a sufrir un ataque. O que rezaba a algún punto en la pared. Tenía mis dudas. 

Estaba mal diciendo, seguro. O estrangulando a alguien imaginario. 

Sonreí para mí mismo. A esa chica le faltaba un tornillo. 

—Disculpe, señor. — Levanté la cabeza, sorprendido, y me encontré con la sonrisa del camarero—. Siento molestarle,pero ¿le importaría cambiar su mesa con la de aquel caballero? Es alérgico a las flores y en este momento nos resulta muy difícil mover esos búcaros con tantos clientes en la sala. 

Se refería al tipo de los pañuelos. Le eché un vistazo a los jarrones que había mencionado, colmados de flores naturales. Eran enormes y servían para separar el comedor de la zona de barra. Su mesa estaba justo al lado. 

Asentí y me levanté. 

—Por supuesto, sin problema.

—Gracias, señor. La casa le obsequiará con una botella de vino, por las molestias.

Le dediqué una sonrisa de agradecimiento y cambié de lugar. 

—Lo siento mucho —se disculpó el otro cliente.

—No importa. 

Me acomodé en la silla y me giré para echarle un vistazo a la puerta, que ahora se encontraba a mi espalda. Algo sacudió la mesa y me sobre salté. 

—¡Siento llegar tarde! Está lloviendo y el tráfico es un horror. —Alcé la mirada y me encontré con la chica de la boina roja, que trataba torpemente de quitarse la gabardina—. No estaba segura de que fueses tú, pareces más mayor que en las fotos. Pero es lo que tienen estas aplicaciones, ¿verdad? La calidad de las imágenes es mala, pierden mucha definición cuando las subes. —Soltó una risita estridente mientras dejaba la gabardina en el respaldo de la silla y se sentaba frente a mí—. Supongo que yo también me veré distinta. En fin, este lugar parece agradable, muy elegante y acogedor. Porque puede ser las dos cosas, ¿verdad? Elegante y al mismo tiempo acogedor. —No dejabade parlotear, tan nerviosa que le temblaban las manos. Yo la miraba confuso, también intrigado por un acento que no terminaba de reconocer—. Por cierto, no recuerdo si...

Tú, yo y un tal vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora