1. Jun

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Las familias son complicadas, independiente mente de su origen, y la mía no era una excepción. Complicada,absorbente y muy tradicional.  Una familia típica coreana, dirían algunos. Una definición demasiado simple para la realidad tan compleja que se esconde en sus cimientos. Preceptos transmitidos por tradición, de generación en generación, en raizados en los huesos. Normas que, tras más de una década asentada en Londres, mi familia cumplía como si aún viviese en Seúl.

Es lo que ocurre cuando te mudas de una burbuja grande a una más pequeña, que nada cambia salvo el espacio; y eso era New Malden, un suburbio al sur oeste de Londres que había acabado por convertirse en una pequeña Corea para los miles de inmigrantes y exiliados que habían llegado al país a lo largo de las últimas décadas.

En sus calles, hasta el tiempo transcurría de un modo distinto. Un mundo con un idioma propio y una forma de vida anclada en el pasado, en el que la devoción, el honor y el deber eran mucho más que un sentimiento.

La obediencia, un mandamiento.

Dirigir tu propia vida, una insolencia y una provocación. Aun así, yo lo intentaba. Buscaba cada resquicio de libertad escondido en la sombra que proyectaba Hae In, mi hermano mayor. En él se centraban todas las miradas y esperanzas en casa. También la presión por unas expectativas que, a veces, resultaban demasiado duras y exigentes.

Era un pensamiento egoísta, pero me alegraba de no estar en su pellejo.

Mi familia no solía fijarse tanto en mí y había crecido concierta independencia y un espíritu rebelde que me había ayudado a alcanzar cada meta que me había propuesto. Un espíritu que solía quebrarse cuando era mi madre la que trataba de aplastarlo.

-¿Qué haces aquí? -pregunté sorprendido.

Mi madre hizo un gesto para que me apartara de la puerta y entró en mi casa como si fuese la dueña de todo.De su brazo colgaban un par de porta trajes de una firma conocida. Mi hermano la seguía con cara de fastidio.

-Quiero asegurarme de que te vistes de forma adecuada y no llegues tarde -respondió mientras se dirigía a mi dormitorio.

Le dediqué a mi hermano una mirada inquisitiva y él se encogió de hombros, antes de lanzar su chaqueta a un sillón y desplomarse en el sofá con un suspiro.

-¿Por qué la has traído? -susurré molesto.

-Lo preguntas como si no la conocieras.

Me lo quedé mirando. Tenía razón, cuando a mi madre se le metía algo en la cabeza era imposible detenerla. Había sido así desde siempre, y no cedía un ápice. Imponía su voluntad sin importarle que ya no fuésemos unos niños. O cómo sus deseos afectaban a nuestras vidas. O sus sueños destrozaban los nuestros. Me senté al lado de Hae In y hundí la cabeza entre las rodillas.

-Todo es una mierda -mascullé mientras me tiraba del pelo con frustración.

Él me dio una palmadita en la espalda.

-Venga, complácela. Ve a esa cita.

-No quiero hacer esto.

-Solo es una cena.

-Sabes que es mucho más que eso.

-Puede que salga bien. Levanté la cabeza y lo miré con el ceño fruncido.

-¿Tan bien como te salió a ti? -no pude evitar el tono sarcástico.

-Mi mujer y yo nos queremos -replicó con dureza.

Tragué saliva, sintiéndome mal por mi actitud, y sacudí la cabeza a modo de disculpa. Quería creerlo, de verdad que deseaba creerlo. Y, a veces, cuando los veía juntos, cogidos de la mano como cualquier otro matrimonio, parecía tan real que me avergonzaba de mi sentimiento de lástima. Sin embargo, sabía cómo había comenzado su relación. Fui testigo desde el principio, y nunca tuvieron elección. A ver, nadie les puso una pistola en la sien. Ojalá hubiera sido así de sencillo. Pero cuando creces con la creencia de que la familia es lo más importante, que no existes como individuo si no como parte de un todo que define quién eres, romper con tus raíces por un deseo personal, como elegir ala mujer con la que quieres pasar el resto de tu vida, no es algo que te atrevas a plantearte.

Tú, yo y un tal vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora