Graduados

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Lisandro y Cristian se conocían desde los seis años, cuando coincidieron en el mismo salón de clases de la escuela primaria. Desde entonces, habían sido inseparables. Durante su primera infancia habían compartido juegos, partidos de fútbol y travesuras. Eran tan unidos que todos los consideraban como hermanos.

En los primeros años de adolescencia, con las primeras fiestas, salidas y borracheras su amistad creció aún más. Seguían siendo compañeros de curso, pero además de verse todos los días en la escuela, siempre hacían planes y actividades con la excusa de estar un rato más juntos. Sus otros amigos, a modo de broma, siempre decían que ellos parecían más un matrimonio de recién casados que mejores amigos, pese a que ninguno de los dos dudó jamás de las intenciones de su amistad.

Las cosas cambiaron abruptamente para Lisandro cuando Cristian se puso de novio con Karen, la compañera nueva de curso que ingresó en el anteúltimo año de la escuela secundaria. Ella era preciosa, simpática e inteligente, y casi todos caían rendidos a sus pies. De a poco dejaron de pasar tanto tiempo juntos, ya que Cristian pasaba todo el tiempo pegado a su novia, como tiempo atrás lo había hecho con su mejor amigo.

Pero no todo era tan perfecto entre ellos como parecía: al cabo de un par de meses, como muchas parejas adolescentes, comenzaron a discutir cada vez con más frecuencia. Vivían en un loop de separaciones y reconciliaciones constantes.

En aquellas ocasiones donde Cristian y Karen se distanciaban, Lisandro siempre estaba para escucharlo, aconsejarlo y ayudarlo a distraerse, a pesar de que sabía que en cuanto se reconciliaría con ella él pasaría nuevamente a ser casi ignorado por su mejor amigo. Pese a que no quería sentir ningún rencor por la chica, pronto comenzó a detestarla: odiaba ver sufrir a su mejor amigo y no poder hacer nada por evitarlo. Cristian, a su vez, parecía amarla con locura y estar dispuesto a hacer lo que fuera para estar con ella.

Cuando llegó el momento de irse de viaje de egresados, Cristian estaba nuevamente separado de su novia, quien no asistió al viaje. Lisandro pensó que sería el momento perfecto para pasar varios días pegado a su mejor amigo, como en los viejos tiempos. Lo que no esperaba era que sucediera algo que pondría en duda todos aquellos años de amistad incondicional.

Una de las tantas noches en las que salían de fiesta, estaban todos los del grupo amontonados en su habitación, organizando una previa antes de ir al boliche. Algunos de los chicos como Paulo y Nicolás, no se despegaban de sus novias, Oriana y Carolina; mientras que otros, como Enzo y Leandro, no paraban de mandarse mensajes con las chicas que habían conocido durante el viaje. Los más tímidos, como Julián, Nahuel y Alexis, observaban en silencio mientras bebían. Otros chicos y chicas que se habían sumado al grupo también bebían, bailaban y fumaban.

-¿Hacemos un juego? -propuso Enzo eufóricamente, alzando una botella de vodka.

-¿La botellita otra vez? -Julián rodó los ojos -estamos grandes, Enzo.

-No seas amargo -Cristian lo golpeó amistosamente, mientras todos se sentaban en una ronda.

-Las reglas son las de siempre -Enzo comenzó a explicar -vamos a hacer girar la botella, a la persona que le toque va a tener que cumplir una prenda, sino va a tener que hacer fondo blanco con el vodka.

Todos aceptaron, divertidos. Sabían que era una manera rápida y efectiva para ponerse bien ebrios y, a la vez, morirse de risa.

Cuando llegó el turno de Lisandro, Enzo lo desafió a subir un video haciendo un baile sensual (y muy ridículo). Por un instante dudó: no quería perder su dignidad y viralizarse en todas las redes, pero... que Cristian también lo desafiara a hacerlo lo motivó a aceptar.

Una y mil veces (Cuti x Licha AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora