El perrito con abrigo

268 34 1
                                    


Hacía ya casi un año que Cristian se había mudado a Buenos Aires para comenzar a estudiar en la facultad. Al principio le costó un poco adaptarse al caótico ritmo de la ciudad, tan diferente de su amada Córdoba, pero poco a poco comenzaba a acostumbrarse. Le gustaba su nueva rutina, la amabilidad de sus compañeros de la facultad y la posibilidad de tener todos los negocios y lugares turísticos a un paso (literalmente) de su nuevo hogar. También se sentía muy a gusto con sus vecinos, ya que la mayoría eran personas lo bastante mayores como para solidarizarse con un joven del interior que había llegado en busca de una nueva vida. Había logrado entablar una relación muy cordial con todos, excepto con uno...

Lisandro había llegado al mismo edificio que Cristian poco tiempo después que él, pero en todos esos meses no habían intercambiado más que un "hola" completamente frío y distante cuando se lo cruzaba en el ascensor o en la vereda. No es que Cristian no hubiera tenido la intención de entablar una conversación, ya que en cada reunión de consorcio intentaba aproximarse a él para poder conocerlo un poco más como al resto de sus vecinos, sino que el chico no parecía interesado en dejarse conocer.

Lo único que Cristian sabía de él era por comentarios que había escuchado de parte de las vecinas chismosas: se había mudado solo y también, al igual que él, provenía del interior del país. "Al menos algo tenemos en común", pensó el cordobés con amargura, ya que no podía creer que alguien tan joven como él fuera tan... asquerosamente descortés. Por no decir ortiva.

Pero una tarde particularmente fría de invierno, cuando volvía de la facultad, ocurrió algo que le enseñaría a Cristian a no dejarse llevar por los prejuicios.

Mientras buscaba en el bolsillo de su mochila sus llaves, notó que su vecino Lisandro salía con un pequeño perrito que lucía un abrigo peludo que lo hacía ver de lo más tierno. Jamás hubiera pensado que su vecino, que siempre parecía tener cara de estar comiendo un limón muy ácido, podría ser capaz de sonreír con tanta dulzura.

-¿Vamos a pasear, Polito? -le escuchó decirle tiernamente al perrito, mientras pasaba por al lado de él sin ni siquiera mirarlo.

Después de haber visto esa escena, pensó en Polito y en Lisandro durante el resto del día.

La situación se repetía casi todas las tardes: Cristian volvía de cursar siempre en el mismo horario, justo para cruzarse a su vecino y su mascota, que todos los días lucía un abrigo diferente. Por supuesto, Lisandro nunca lo miraba ni siquiera para saludarlo, mientras que Cristian observaba muerto de ternura al perrito y a su dueño.

Pero cuando ya era la décima vez que se los cruzaba, Cristian no aguantó más la frustración de ser absolutamente ignorado por el otro, y decidió actuar.

-¡Hola, Polito! -se agachó para acariciar al perrito, que movía la colita con entusiasmo, mientras ignoraba a su dueño -¡que disfrutes tu paseo!

Y sin apenas mirar a Lisandro se metió dentro del edificio, dejando al otro completamente descolocado. Supo que era bastante imprudente de su parte haber tocado al perrito sin consentimiento de su dueño, ya que podría haberlo mordido, pero la cara que puso el chico mientras lo hacía bien había valido la pena.

Al día siguiente se sorprendió al darse cuenta que había estado todo el día esperando que fueran las cinco de la tarde, no sólo para regresar a su casa sino... para cruzarse nuevamente a su antipático vecino. Intentó convencerse a sí mismo de que era por la ternura que le causaba ver a Polito, ya que le recordaba mucho a sus perritos de su antiguo hogar en Córdoba.

Por tal motivo no pudo evitar sentirse decepcionado cuando llegó a su edificio y se dio cuenta de que ni su vecino ni su mascota estaban allí. Ni la tarde siguiente, ni la siguiente.

Cinco días después volvió a cruzárselos. Sintió una extraña sensación de nerviosismo en el estómago cuando, llegando a la esquina de su casa, los vio caminando en sentido hacia él.

-¡Cristian! -oyó que Lisandro lo llamaba, después de que pasara por al lado de él sin mirarlo -¡esperá!

Lo que más le sorprendió no fue que le hablara, sino que también supiera su nombre, ya que no recordaba jamás habérselo dicho.

-Si, ¿qué necesitás? -le respondió fingiendo desinterés.

-¿Querés venir a pasear a Polito conmigo? -le preguntó con amabilidad -si no estás ocupado, claro.

Cristian sonrió tímidamente, ya que no se esperaba ese giro de los acontecimientos.

-No me puedo negar, ¡me encantan los perritos!

Se agachó para acariciar a Polito, que lucía un hermoso abrigo tejido. Pudo darse cuenta de que, mientras que el perrito movía la cola con felicidad, su dueño los observaba sonriendo con ternura. Y pudo notar, también, que el rostro de Lisandro cambiaba completamente: ya no había rastros del chico amargado que creía conocer. De hecho, le parecía que tenía una hermosa sonrisa, y que los hoyuelos que se formaban en sus mejillas al sonreír eran lo más tierno que había visto en mucho tiempo.

-Che, ¿cómo sabías mi nombre? -Cristian le preguntó sin poder ocultar su curiosidad.

-La señora Rosita es la vecina más chismosa del edifico -el teñido le respondió, soltando una risita.

Esa respuesta, lejos de conformarlo, le sembró más dudas: ¿qué hablaba con la vecina sobre él?

Estuvieron casi dos horas caminando con Polito y conversando hasta que cayó el sol y comenzó a sentirse el frío. Ese rato compartido le bastó a Cristian para poder conocerlo mejor y darse cuenta de que tenían muchas más cosas en común de las que él creía: ambos tenían la misma edad, les gustaba la misma música, los mismos libros, las mismas películas... Lisandro le caía realmente bien, y sospechaba que bajo su máscara de antipático en realidad se ocultaba una terrible timidez que le impedía conocer gente nueva.

-Bueno... -le dijo a modo de despedida mientras ingresaban al edificio -fue un gusto haber paseado con ustedes.

-¡Esperá! -Lisandro lo detuvo tomándolo suavemente del brazo -¿querés darme tu número? Digo... para que algún día arreglemos para hacer algo... o para pasear con Polito.

Cristian sonrió, satisfecho.

-Sí, claro. Me viene bien tener a alguien.




N/A: Les dejo imaginar a ustedes en qué quedarán. ¿Amistad? ¿Algo más? Agradezco especialmente a la persona que me dio esta idea <3 

Una y mil veces (Cuti x Licha AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora