Día de playa caótico

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En un soleado día de verano, Antonio y Lovino, más conocidos como España y Romano, respectivamente, decidieron tomar unas merecidas vacaciones en las hermosas costas españolas. Con la brisa marina acariciando sus rostros, se dispusieron a disfrutar de un día de playa.

Mientras Romano se extendía en su toalla, aún enojado por el largo viaje en coche desde Italia, no pudo evitar mirar de reojo las nalgas de Antonio, las cuales eran imposibles de pasar por alto. "¡España, tu trasero es tan grande que podría servir de sombrilla!" se burló, tratando de ocultar su sonrojo.

España, siempre alegre y despreocupado, le respondió con una sonrisa: "¡Romano, es que mis nalgas son como dos soles que iluminan el camino hacia la diversión en la playa!"

Decidieron darse un chapuzón en el mar, pero Lovino, como de costumbre, estaba preocupado. "España, ¿y si nos ataca un tiburón? ¡No quiero ser la cena de un pez gigante!"

Antonio lo abrazó con ternura y le susurró al oído: "Tranquilo, Romano, estoy aquí para protegerte. Además, si viene un tiburón, haremos una fiesta con él y lo convertiremos en nuestro nuevo amigo."

Lovino no pudo evitar sonreír ante la actitud relajada de Antonio, y juntos se aventuraron en el agua. Sin embargo, pronto se encontraron con otro problema: las olas eran más fuertes de lo que esperaban y los arrastraron mar adentro.

"¡España, esto no es divertido en absoluto!" gritó Lovino mientras luchaba por mantenerse a flote.

Antonio, con su espíritu optimista, respondió: "¡Romano, nademos hacia atrás, como si estuviéramos bailando la macarena en el agua!"

Aunque al principio Lovino se resistió, pronto se dejó llevar por la absurda sugerencia de Antonio. Ambos nadaron de regreso a la orilla al ritmo de la macarena, causando risas y miradas curiosas de los demás bañistas.

Finalmente, regresaron a sus toallas, empapados pero riendo a carcajadas. Lovino no pudo evitar pensar que, a pesar de las locuras de Antonio, no había nadie más con quien preferiría pasar sus vacaciones.

Y así, entre risas y bromas, y la inconfundible presencia de las nalgas de Antonio, España y Romano disfrutaron de un día inolvidable en la playa que fortaleció aún más su inusual pero sólida amistad.

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