VII

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Una noche con levante fresco, Oh Baëk y Hoshi Nakamura mantenían una conversación versada a la profesión de este último.

—¿No te llevas bien con los niños?

—No, bueno, sí. No soy tan adepto a ellos. Creo que si dejan niños a mi cargo se morirían o algo —bromeó Baëk.

—No digas esas cosas. —Hoshi lo silenció con cortesía—. Apuesto a que serías una persona muy amable con los pequeños si algún día pasas por la escuela.

—No lo creo.

—De verdad.

—No me tengas tanta fe, en serio.

—Hasta la persona con menos disposición o experiencia se derrite por la inocencia y ternura de un infante, créeme.

—Si lo dices con esa convicción, supongo que podría ofrecerte el beneficio de la duda y esperar el momento a saberlo con certeza.

—Por supuesto. La escuela no queda lejos de aquí, ¿has visto la colina que se alza tras cruzar el río?

Para mediados de junio del año siguiente, Baëk conocía a todos y cada uno de los chiquillos a los que Hoshi enseñaba. La escuela se levantaba con muros indispuestos en el flanco de una loma recubierta de pequeñas casitas de familias enteras, y cada tanto, en sus días libres, Baëk recorría el familiar sendero cuesta arriba para llevarles presentes o sorpresas que los jubilosos niños festejaban sin reparo, siendo Baëk una figura asemejada a un miembro del circo italiano que, si bien no conocían de primera mano, sí habían escuchado hablar a boca del amigo de su profesor.

Wong Yuk Hei, la mano derecha de Hoshi, era a su vez el predilecto de Baëk. No puede asegurarse que Oh Baëk tratara a los estudiantes con el amor maternal que Hoshi les profesaba, él en cambio los trataba con un desdén apaciguado, como si no significasen nada para él en tanto hubiese un mutuo respeto de las existencias ajenas sin necesidad de diluirlas. Con Yuk Hei tenía este mutuo entendimiento puesto que ambos poseían una personalidad semejante, pero lejos de mantener la distancia y permanecer en un acuerdo de paz tácita, este par tan pronto se viera sus sonrisas traviesas y altaneras aparecían, buscando el momento adecuado para hacer de las suyas.

Eran unos bromistas innatos, de aquellos que los une la complicidad y competitividad.

A propósito, este rasgo competitivo pudo no haber existido de no haber sido porque entre Yuk Hei y Baëk existía algo más en común que ninguno se atrevía a ceder: Oh Se Hun, como uno lo conocía, o Hoshi Nakamura, como el otro se dirigía.

A palabras de Baëk redactadas en su libreta de diarios, no había júbilo más grande que el que sintió cuando, en una típica afrenta con Yuk Hei y delante de Hoshi, el chiquillo de cinco años se le escapó un embarazoso estornudo a mitad de un pedido de auxilio a su profesor, terminando por decir Sechún por Se Hun, causando todo un mes de burlas por parte de Baëk por el vergonzoso hecho.

En fin, que la relación que Hoshi y Baëk mantenían distaba mucho de la que entablaba con sus otros allegados, era más íntima incluso que la que tenía con Henry, y el tiempo que compartían era proporcional a la profundidad de su relación. Por más que Baëk fuera un pensador innato respecto a cualquier tópico de su interés, jamás le habíase pasado por la cabeza entrañar su amistad con Hoshi, salvo en vastos relatos que guardaba en la última gaveta del buró y uno de los cuales relataba lo siguiente:

A esas horas de la mañana el sol es un punto difuso entre las nubes diáfanas. El clima es fresco y agradable. Más tarde vendrán las precipitaciones, pero por el momento se inspira un buen tiempo. Y allí estamos: Hoshi recostado bocarriba leyendo el ensayo de algún astrónomo de hace siglos, cultivándose intelectualmente como habituaba; yo por el contrario, caminando de un lado a otro con la distinguible libreta en manos —en esos ayeres, menos compacta— y un lápiz entre los labios. De vez en cuando lo apreso dejando la marca de mis dientes. Sé que Hoshi nota estos detalles más de lo que está comprendiendo los procesos físicos, y solo sonríe.

—¿Qué escribe ahora?

—Intento, Seeechún. Intento escribir una crítica sobre alguna polémica global.

—¿Cuándo me dejará de llamar así? —Sus dulces ojos se asoman por encima del libro, y el solo vistazo de ellos declaran cada pensamiento interno suyo, porque nunca hay secretos entre nosotros.

—¿Te molesta que lo siga haciendo?

—Para nada.

—Entonces no repliques.

Con el corazón repiqueteando cálidamente, le lanzo el lápiz al pecho con un gramo infinitesimal de fuerza, mismo que Hoshi se apresura a ocultar bajo su camisa con una suave sonrisa en el rostro. Me causa un resoplo respuesta, y debo colocarme a contraluz de manera que el haz del cabello se me note cobrizo y la minúscula comisura elevada pase desapercibida.

La gran bola incandescente está en lo alto del mediodía, pero las nubes producen sombra y cobijo, corriendo perseguidas por el viento. Una hilera de flores silvestres se avista desde mi posición de pie y me pregunto cuántas más están creciendo en este mismo momento en el amplio campo, y pienso que ninguna de ellas es tan afortunada como para posarse en el excepcional cabello de Hoshi, que se sacude por la brisa y aun despeinado luce tan mullido y suave. Solo una diminuta florcita amarilla se asoma entre sus hebras, ni siquiera pudiendo ser aplastada puesto que Hoshi representa un elemento más de la naturaleza.

Todo aquello me trae una sensación indescriptible, algo que con esfuerzo he pasado semanas buscando sin querer reconocer que tal vez me enfrente a una descripción inasible, pero claro me queda que puedo evocar la misma sensación cuando respiro aire fresco y el aroma de las glicinias me inundan las fosas nasales, o cuando en una carrera a campo abierto al lado de Hoshi terminamos por tropezar y caer rendidos sobre la maleza entre risotadas (...)

Hoshi Nakamura

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Hoshi Nakamura

N/A: Reconozco que Wong Yuk Hei es un nombre de origen chino peeeero quise reservarme esta breve aparición de Xuxi (NCT). Imaginemos que el peque tiene un nombre coreano, he. 

Querida lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora