XV (final)

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La costa iba quedando atrás como un horizonte diáfano oculto tras la neblina y la solemne oscuridad. Era una madrugada con luna llena y la marea estaba el doble de inquieta. Baëk advirtió que había transcurrido un par de minutos desde que dejó la costa y no mucho faltaba para sobrepasar la zona de arrecifes... Hasta que resolvió que ¿en qué momento habíase adentrado en región terrestre, si su último recuerdo era el de haber dejado atrás el mar territorial de Japón?

Su cabeza estaba alimentada de cansancio después de quince horas de vuelo y una herida parcialmente vendada en el costado y un dolor punzante en el hombro izquierdo, presumiblemente traslocado, que no recordaba siquiera haberse hecho. Sus suspiros prolongados por si fuera poco se habían ido reducido en el lapso de una hora.

¿Moriría de inanición? ¿De locura?

No estaba seguro si el temblor de los dedos le indicaba mal presagio, pero sabía que no faltaba mucho para que ocurriera algo dentro de las próximas tres horas en las que el alba habría de sobrevenir al término de estas.

Con la presencia de las nubes altas no tan por encima de su coraza de acero, se percató de una bandada de albatros que describía una trayectoria en paralelo al bombardero, pero en dirección opuesta. A kilómetros y debido a su buena visión, Baëk delineó con la vista las aves marinas, mostrando un interés silencioso por su paulatino pero firme vuelo. "Llevarán un par de días de vuelo sin detenerse, y un par de meses tomando pequeños descansos. En cambio yo, ¿qué soy después de unas horas?".

En su sopor y cadencia, no sabía que llevaba volando un lapso de poco más de cincuenta horas sin detener su periplo.

Mientras la bandada descendía en un cambio suave de ángulo, el piloto mantuvo su posición y altura. Sentía la cabeza darle vueltas y la visión desenfocada por momentos, mas se resistió con dientes apretados y falanges rígidos.

Eran las tres de la madrugada, la hora de los espíritus según creencias anticuarias de la aldea donde se crio.

Un sacerdote escribano a quien un Baëk de cinco años acompañaba para auxiliar en cualquier pequeñez que se le presentase, le hubo comentado en una ocasión que, si bien todas las almas después de morir se conducían al cielo o al infierno sin tintes medios, había una que otra que por persistencia o accidente lograba escapar de su destino y arrumbarse en un plano casi onírico que dicho monje denominaba limbo, en suma confidencia, como si el simple hecho de pronunciarlo significase una oposición a las sagradas doctrinas. Se dio cuenta indagando más sobre el tema que el limbo era siempre pronunciado como lo que era: un susurro trémulo de almas grises que habiendo perdido tanto la miseria como el amparo por igual, erraban en el gris del mutismo del tiempo congelado, pues este brillaba por su inexistencia.

Un limbo que se instaló en la mente de Baëk a una corta edad, donde fue difícil deshacerse de ella, echando raíces hasta emerger como un vástago en el interior de su cráneo.

Es así que de la nada brotó el concepto, volviendo a surgir justo encima de la zona de arrecifes (los albatros no habían llegado a su altura ni él a la de ellos). A Baëk, el limbo siempre supuso una clase de consuelo, puesto que había arribado a él antes de tiempo, antes incluso de que su corazón dejase de pulsar y la sangre haya dejado de correr. Antes de todo. Si ese había sido su destino, se preguntaba por qué se adelantó.

Veinte minutos transcurridos. Inhaló. Exhaló. Era una exhalación lenta y una inhalación profunda, justo como su viejo mentor el escribano le aconsejara.

"Si te sientes abrumado -le dijo-, conviértete en una mimosa sensitiva. Expándete suavemente y contráete de manera lenta. Hazte grande y pequeño las veces que sean necesarias.

El monje pudo haber inyectado la tortuosa idea del limbo, pero también le hizo encarnar una planta, de aquellas que tanto Baëk gustaba de tocar con la punta del dedo para observar cómo se contraían al instante. Un instante para él, una tranquila transición para la planta.

Querida lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora