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Las brasas crepitaban en la superficie de los ojos de Oh Baëk en la víspera del embarco. Era una noche de luna nueva y desde la costa podía observarse una serie de estrellas esparcidas al ras del cielo que apenas brindarían cierto porcentaje de luminosidad, no comparado a la compacta fogata que parecía extenderse por todo el campamento a través de los parloteos y cantaletas de los soldados. Se trataba de un rito occidental inusual para esta tropa, con excepción de Baëk, quien acostumbrado estaba a la algarabía propia de hombres borrachos.

Pero era una noche agradable, habían situado la isla después de reducir una tropa estadounidense hacía días y al amanecer partirían mientras un regimiento diferente se encargaba del resto, por lo que esa misma noche de julio, en tanto la mayoría de los soldados reposaba en sus respectivas tiendas o montaban guardia, cierto grupo contumaz se había disgregado y reunido en los adentros de la selva, donde montaron su pequeño campamento con cajas de sake y suficiente leña. Alguien había contrabandeado incluso un bondadoso suministro de shōchū, y entre las bebidas y la profunda dicha del momento no podían sino celebrarla de una manera más jocosa que guardando templanza, Baëk siendo uno de ellos.

A esas instancias del conflicto bélico, Baëk guardaba una actitud más disciplinaria que contrarrestaba su antigua personalidad infantil. Había aprendido a caminar de a pasos breves que a zancadas desinteresadas, y verdad es que no le hacía mucha ilusión volver. Pero también seguía manteniendo un gusto especial por la oposición a las normas y por ello se encontraba allí, apoyado contra la corteza de un árbol irreconocible para él, fumando un cigarrillo que el mismo contrabandista de alcohol le proporcionó. Escuchaba con forzada atención las risas, las charlas; memorizaba las letras de las canciones existentes o que se inventaran, así como la densidad del aire y la temperatura de la brisa. Reunía en forma de esquema mental todos los elementos que le rodeasen para así intentar más tarde escribir sobre ello, cuando todos dormirían. Reitero, "intentaría", pues desde hacía meses se le daba mal hacerlo y aunado a sus faenas de la milicia empezaba a hartarse de ello al punto no solo de la frustración, sino del tedio.

Creía que la vida ya no le alcanzaba, no se trataba del tiempo: se estaba quedando realmente sin vida. Al menos eso manifestaba en algunas de sus vagas anotaciones trazadas en madrugadas inactivas, donde creaba un espacio adepto a su vocación en ausencia de todos. Su libreta de bolsillo pasó de contener hojas repletas de historias y crónicas prolijas a una que otra oración que representase todo lo que su cabeza contenía, escrita con caracteres apenas inteligibles.

Para Baëk, alguien que habíase colocado la meta diaria de alcanzar cierta cantidad estimable de hojas, esto representaba una deshonra y una clara muestra de estar perdiendo su virtud más grande y por eventualidad la vida.

Cabe añadir que dicha meta se fijó previo a su reclutamiento, y que dar un salto de estilo de vida en esa magnitud debió modificar sus intereses y necesidades, pero Baëk no parecía darse cuenta de ello; como si sus días fuesen inmutables, su ambición más grande permanecía casi intacta y se reprochaba no ser capaz de generar escritos como antaño.

Al inicio no le dio mucha importancia por estar más centrado en soportar el duro adiestramiento y posteriormente en no ser asesinado por el ejército rival, pero los meses fueron transcurriendo hasta que su foco de atención se dirigió de nueva cuenta a la literatura. En la misma medida en que no leía libros, tampoco escribía, por lo que intentó retomar ambas cosas con resultados muy deplorables, y debido a este desenlace fue que brotó la minúscula idea de que estaba enloqueciendo. No obstante, no solo se puede deber a su fracaso esto, la intervención de un camarada suyo pudo ser otro factor imprescindible de que diera frutos la raíz de su tormento.

Se hacía llamar Kimu. Así como Baëk ocultaba de todos, a excepción de sus superiores, su verdadero nombre al hacerse llamar así, Kimu hacía lo mismo, sus razones tendría, el punto es que Kimu era un miembro más del regimiento de infantería al que pertenecía Baëk y habían combatido hombro a hombro y habían compartido el pan en las guardias y un par de sentimientos almizclados de sus respectivos hogares. Eran el equivalente a un par de amigos, pero entre el batallón preferían denominarse camaradas puesto que, y a palabras de un viejo combatiente, «es mejor creer que has perdido a un compañero más y no a un hermano de por vida». De esta manera, y considerándose así sabiendo lo que significaba, Kimu y Baëk se reunían en los días de descanso dentro del acuartelamiento para pasar el rato, practicar jiu jitsu por petición del primero y leer los relatos de Baëk por petición de este. Kimu detestaba leer y opinar al respeto de la misma forma que Baëk detestaba ser reducido con una llave, así que era un trato justo para ambos.

 Kimu detestaba leer y opinar al respeto de la misma forma que Baëk detestaba ser reducido con una llave, así que era un trato justo para ambos

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Querida lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora