Capítulo III

382 70 15
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La lluvia era intensa, y el cielo se había encapotado con negras nubes, como una premonición que estaba por cernirse sobre los rohirrim

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La lluvia era intensa, y el cielo se había encapotado con negras nubes, como una premonición que estaba por cernirse sobre los rohirrim. El Tercer Mariscal de la Marca había cabalgado arduamente, junto a sus hombres, hasta el vado del río Isen, donde una batalla con el heredero del rey había tenido lugar. 

La esperanza de hallarlo vivo comenzó a resquebrajarse, pues en el fango estaban los cadáveres de los guerreros, unos sobre otros acostados junto a los orcos, a los que habían logrado dar muerte con sus últimos alientos.

— ¡Buscad al hijo del rey! —ordenó con furia, pues su corazón estimaba a su primo Théodred, del mismo modo que lo haría como si fuera su hermano de sangre.

Éomer descendió del caballo, emprendiendo junto a sus hombres la búsqueda del heredero. Dieron la vuelta a todo aquel cuerpo que pudiera asemejarse, hundido en el fango o en la sangre, mas ninguno era él. El cuero de su armadura empezó a pesar con la lluvia, a empaparle la tela y sus largos y rubios cabellos.

— Mordor pagará por esto. —prometió Grimbold, uno de sus capitanes, con una expresión severa que no auguraba clemencia alguna.

— No son orcos de Mordor. —respondió Éomer y, pateando a uno de ellos, dejó a la vista la mano blanca que cubría el metal del yelmo que portaba.

Saruman era el origen del mal que se cernía sobre Rohan, arrasando el Folde Oeste y cuanta aldea se encontrara en su camino. Mermar el reino de los jinetes era su principal objetivo, quebrar su fe y valentía hasta dirigir, por último, su puño de hierro sobre Gondor, pues el tiempo de los hombres debía terminar.

— ¡Mi señor Éomer! —llamó Grimbold tras cruzar al otro lado del río— Aquí.

Oculto entre matorrales, sangrante con una laceración en su abdomen, Théodred todavía respiraba con sus ojos cerrados.

Éomer se precipitó en su dirección con el corazón encogido, mas cuando le alzó el rostro, acunando su cuerpo herido en sus brazos, un suspiro de alivio emanó de sus labios empapados por la lluvia.

— Todavía respira. 

Hizo el amago de tomarlo para subirlo al corcel, de regreso a Edoras, cuando lo vio abrir los ojos. Su estado no debía permitirle hacer tal cosa, sin embargo, ahí estaba, mirando a Éomer, mas viendo más allá de él.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora