Capítulo XIV

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El refugio de las Montañas Blancas, El Sagrario, acogió a seis mil lanceros provenientes de las vastas tierras de los rohirrim, sin embargo, no eran suficientes para auxiliar a Gondor

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El refugio de las Montañas Blancas, El Sagrario, acogió a seis mil lanceros provenientes de las vastas tierras de los rohirrim, sin embargo, no eran suficientes para auxiliar a Gondor. En la noche del segundo día, tras la partida hacia la guerra, el alma ya pesaba en todos los guerreros.

Éomer oteó el negro horizonte y, no hallando absolutamente nada, resopló llevándose un pedazo de carne a la boca. 

— Ella llegará. —ánimo Grimbold a su costado, azuzando la hoguera que les proveía de un ligero calor.

El silencio fue lo que dio por respuesta a su cercano amigo y, de sobresalto, cuando la congoja e incertidumbre del destino de Aelya comenzaron a turbarlo, un piar le hizo arrugar el ceño. Esa diminuta ave llevaba acosándolo por dos días y dos noches, pegada a su hombro como una sanguijuela. 

Observó a la golondrina bajo sus pies, picoteando el suelo en busca de alimento. A regañadientes extendió en su dirección una porción de su cena. Ella curioseó sus dedos, con esos diminutos ojos que tenía envuelto en un plumaje blanco, ahora grisáceo al estar tan próximo a las cenizas de la fogata. Esperó, pero el ave no se movió un ápice, desconfiada. Hastiado, Éomer finalmente estiró la mano, aunque sus dedos no tardaron en recibir un brusco picotazo entre los dedos.

— Serás... —gruñó— Maldito bicho desagradecido. —Éomer torció la cabeza ante un ruido ahogado— ¿Os estáis riendo? 

Grimbold, quien apretaba los labios con demasiada fuerza, negó. Cuando apartó la vista del capitán, volvió a escuchar como tosía para ocultar la carcajada. Esta vez, no obstante, Éomer dejó que la comisura de su labio se curvara en media sonrisa. 

A pesar de no soportar a aquel animal, y de tener su irritante presencia constantemente en su nuca, le calmaba saber que estaba ahí. Jamás le habían sido los días tan interminables, hasta ahora, que se veía a sí mismo esperando por el regreso de una mujer. Y, aquella dichosa ave, le recordaba a ella.

Miró sus manos, pensativo. Estaban plagadas de cortes, de la dureza de empuñar y blandir un arma. Se detuvo ante su dedo anular. El matrimonio había sido siempre una idea tan lejana, tan frívola teniendo en cuenta que la mayoría de enlaces eran decididos a conveniencia del reino. Era un noble y, tras la partida de su primo, era algo más, algo que no deseaba ser. Él era un soldado, no un rey.

LA HEREDERA DE LOS CAÍDOS ⎯⎯ ᴇᴏᴍᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora