Capítulo 11

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—Leo, no eres tonto ni ingenuo. En primer lugar, no puedo soportar que ningún hombre intente mandar en mi vida. Me pone enferma. En segundo lugar, eres la última persona en el mundo que hubiera querido que me viera así —en un gesto vago, abarcó el apartamento triste y su mobiliario.

—Vives en el mundo, ¿y qué? No me impresiona y desde luego no tengo la menor intención de meterme en tu vida.

—Yo he fracasado y tú has tenido éxito. Eso debe darte una enorme satisfacción —le espetó Jen con una amargura que le obligó a ser franco.

—Es verdad que te odié durante años —estalló—. Te he odiado y he sentido rencor y no he olvidado cómo me trató tu familia. Pero si he aprendido algo en las últimas semanas es que ya no te odio.

«Vaya», pensó Leo, «interesante afirmación. Nada como escucharse hablar para estar al día».

Jen dejó la taza sobre la mesa.

—¿Por qué has dejado de odiarme?

—Has cambiado —respondió Leo secamente—. A mejor.

Jen estaba sonrojada y respiraba con dificultad.

—Me porté de forma horrible contigo hace diez años. Fui una niña mimada, esnob y estúpida y tuve la culpa de que perdieras un trabajo que necesitabas, aunque entonces ni lo pensé. Nada como el dinero para cegar. Yo estaba por encima de todos los pequeños problemas materiales —de pronto las lágrimas llenaron sus ojos, pero las apartó furiosamente—. Me comporté como una bruja, Leo. Una bruja de primera clase y moral aristocrática, eso sí.

—Sí —dijo él con calma—. Así es.

Jen lo miró y una expresión humorística cruzó su rostro y desapareció.

—No hace falta que me des la razón tan rápidamente.

—También eras muy joven y no sabías nada, eras el producto de tu casa y tus colegios arrogantes. No era fácil con un padre tan dominante como el tuyo y una madre tan inútil.

Jen se arregló los rizos.

—No te voy a decir que no sea cierto. Al menos así eran —y con una repentina urgencia, lo miró—. ¿De verdad crees que he cambiado, Leo?

—Oh, sí —dijo éste lentamente—. Has cambiado. ¿Te imaginas esta conversación hace diez años?

Su sonrisa era franca.

—No, claro.

—Ya no pienso en ti como Jennie. Jen te va mucho mejor. No hablo de dónde vives, es algo mucho más profundo.

De nuevo, Jen parecía al borde de las lágrimas.

—Siento tanto lo mal que me porté contigo —murmuró—. Me da tanta vergüenza cómo era entonces y las cosas que hice.

¿Incluía su arrepentimiento la paliza que recibió Leo? Pero mejor no preguntarlo. El episodio estaba vivo para Leo y le hacía estremecerse de rencor. Hablaría de ello, pero más adelante. Le parecía que había viajado durante diez años alrededor del mundo para terminar en la cocina de Jen, oyendo sus palabras.

—He esperado mucho para oírte decir eso.

—Demasiado —murmuró Jen—. Aunque estabas en Chile y Australia.

—Y en Tailandia, y Turquía —dejó de sonreír para decir con sinceridad—. ¿Sabes qué? Estás perdonada.

La mujer le dedicó una sonrisa frágil que le recordó la de Rachel.

—Has sido muy generoso.

—Y tú muy valiente por disculparte. —Ojalá lo hubiera hecho antes. Pero estaba tan obsesionada con apartarte de mi vida, que no quería hablar —se levantó para sonarse y volvió a sentarse—. Te agradezco mucho que trajeras a Rachel a casa. Y que te ocuparas de todo —sonrió de nuevo—. De forma muy autodidacta.

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