Alan Grant se agachó al máximo, con la nariz a unos centímetros del suelo. Latemperatura era de más de treinta y ocho grados. Las rodillas le dolían, a pesar de lasalmohadillas que llevaba, hechas de alfombra gruesa. Los pulmones le ardían con eláspero polvo alcalino. El sudor de la frente le caía al suelo en gotas. Pero a Grant ledaba lo mismo la incomodidad; toda su atención se concentraba en el cuadrado detierra de quince centímetros que tenía ante él.
Al trabajar pacientemente con un mondadientes y un cepillo de pelo de camello,de los que usan los pintores, dejó al descubierto el diminuto fragmento, en forma deL, de una quijada. Medía nada más que unos tres centímetros de largo y no era másgrueso que el meñique. Los dientes eran una hilera de puntas pequeñas, y tenía lacaracterística torsión en ángulo en el centro. Pedacitos de hueso se desprendían enescamas, mientras Grant cavaba. Se detuvo un momento para pintar el hueso conpasta de caucho, antes de seguir exponiéndolo al aire libre. No había la menor dudade que era la quijada de un bebé dinosaurio carnívoro. Su dueño había muerto hacíasetenta y nueve millones de años, a la edad de alrededor de dos meses. Con algo desuerte, también podría hallar el resto del esqueleto. De ser así, sería el primeresqueleto completo de un dinosaurio carnívoro bebé...
—¡Eh, Alan!
Alan Grant miró hacia arriba, parpadeando deprisa bajo la luz del sol. Se bajó lasgafas ahumadas y se secó la frente con el brazo
Estaba acuclillado en una ladera erosionada de las tierras yermas que estaban enlas afueras de Snakewater, Montana. Debajo de la gran concavidad azul del cielo,colinas obtusas, afloramientos de caliza desmenuzada, se extendían kilómetros y máskilómetros en todas direcciones. No había un árbol ni un arbusto. Nada, salvo rocaárida, sol caliente y viento ululante.
Los visitantes encontraban las tierras malas depresivamente sombrías pero,cuando Grant contemplaba ese paisaje, veía algo por completo diferente Esa tierraárida era lo que quedaba de otro mundo, muy diferente, que se había desvanecidoochenta millones de años atrás. En los ojos de su mente, Grant se veía en el cálido ypantanoso brazo de río que conformaba la línea de ribera de un gran mar interior. Esemar interior tenía mil novecientos kilómetros de ancho, y se extendía sin solución decontinuidad desde las recientemente elevadas Montañas Rocosas hasta las agudas yescabrosas cumbres de los Apalaches. Todo el oeste norteamericano estaba bajo las aguas.
En ese entonces había nubes delgadas en el alto cielo, oscurecido por el humo delos volcanes cercanos. La atmósfera era más densa, más rica en bióxido de carbono.Las plantas crecían con rapidez a lo largo de la línea de la ribera. No había peces enesas aguas, pero sí almejas y caracoles. Los pterosaurios se abalanzaban en picadopara recoger algas de la superficie. Unos pocos dinosaurios carnívoros merodeabanpor las pantanosas orillas del lago, desplazándose entre las palmeras. Y costa afuerahabía una isla pequeña, de unos ocho mil metros cuadrados. Circundada por densavegetación esa isla fue un santuario en el que manadas de dinosaurios herbívoros conhocicos como pico de pato ponían sus huevos en nidos comunales, y criaban a suchillona descendencia.
En el transcurso de los millones de años siguientes, el lago alcalino color verdepálido se hizo menos profundo y, por último, se desvaneció. La tierra desnuda secombó y se resquebrajó, sometida al calor. Y la isla, junto con sus huevos dedinosaurio, se convirtió en la ladera erosionada del norte de Montana, en la que AlanGrant estaba ahora practicando más excavaciones.
—¡Eh, Alan!
Se puso en pie; era un hombre fornido de cuarenta años con barba. Oyó elresoplido entrecortado y constante del generador portátil, y el lejano martilleo de laperforadora neumática abriéndose paso en la roca densa de la colina siguiente. Vio alos chicos que trabajaban alrededor de la perforadora, apartando los pedazos grandesde roca después de revisarlos para ver si contenían fósiles. Al pie de la colina divisólas seis tiendas cónicas, de estilo indio, de su campamento, la tienda en la que comíanel rancho, sacudida por el viento, y la casa rodante que actuaba a guisa de laboratoriode campaña. Y vio a Ellie, haciéndole gestos con los brazos, desde la sombra dellaboratorio de campaña:
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Jurassic Park
Ciencia Ficciónla novela de Jurassic Park escrita por Michael Crichton ESTA HISTORIA NO ES MIA MRD