Capitulo 7.

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Ya van 3 semanas desde que empecé teatro, no hay cosa mas linda que el sentimiento de ir y saber que no iba a ser juzgada de nada de lo que se me ocurriera hacer ahí. Es mas, mientras mas absurdo era mas risa les daba a mis compañeros.

En la clase de hoy me toco devuelta actuar con Sean, era un chico medianamente alto, con una presencia que no pasaba desapercibida. Su pelo negro, ligeramente despeinado, le daba un aire de rebeldía artística. Detrás de sus lentes, sus ojos oscuros brillaban con una inteligencia aguda y una chispa de creatividad. Su forma de vestir era un reflejo de su personalidad: una mezcla de lo casual y lo vanguardista. A veces lo veías con una camiseta de banda de rock, otras con una camisa de cuadros vintage y jeans desgastados. Como hoy actuamos juntos, nos dieron la tarea de escribir una escena, practicarla y presentarla la semana que viene, decidimos que yo iba a hacer la parte de escritura y el iba a elegir el vestuario.

Sentía un nudo en el estómago, un peso en el pecho que me impedía respirar con facilidad. Hace años que no escribía. 

Desde que me había unido al grupo de teatro, había descubierto un nuevo mundo, un espacio donde la expresión artística se convertía en un refugio para mi alma. Sin embargo, a pesar de la alegría que sentía al actuar, un nudo de dolor seguía alojado en mi corazón. ¿Qué pensaría Sean de lo que escribí? ¿Se va a burlar? ¿Me va a juzgar? Intenté alejar esos pensamientos, pero eran como una sombra que me perseguía, aumentando mi ansiedad.

Las imágenes de mis antiguos amigos riéndose a lo lejos en el centro comercial volvían a mi mente, recordándome la soledad que había experimentado cuando ellos me abandonaron. Me levanté de la cama y caminé hasta la ventana, observando la lluvia caer con fuerza. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, como si la lluvia se hubiera convertido en un reflejo de la tormenta que se desataba en mi cabeza.

Tomé un respiro profundo, intentando calmar mis pensamientos. Agarré un cuaderno y una lapicera que estaban en mi escritorio, como si fueran mis únicos salvavidas en medio de la tempestad. La hoja en blanco parecía reflejar la confusión y la incertidumbre que me invadían.

 Comencé a escribir, sin pensar, sin planear, dejando que las palabras fluyeran como un río desbordado.

Escribí sobre la soledad que me había acompañado durante tanto tiempo, sobre el vacío que sentía en mi interior, sobre el miedo a ser vulnerable y a conectar con los demás.

Escribí sobre el dolor de la pérdida, sobre la traición de la amistad y sobre la dificultad de encontrar mi lugar en el mundo.

Escribí sobre el miedo a la soledad, a la oscuridad que se cernía sobre mi vida.

Escribí sobre el miedo a que mi pasado me persiguiera para siempre, impidiéndome avanzar.

Escribí sobre la sensación de estar atrapada en un laberinto sin salida, rodeada de muros de dolor y de incertidumbre.

Escribí sobre la sensación de estar perdida en un mar de emociones, sin saber cómo navegar hacia la orilla de la felicidad.

Escribí sobre la necesidad de encontrar mi propia voz, de expresar mi verdad sin miedo al juicio. 

Escribí sobre la necesidad de conectar con mi interior, de encontrar la fuerza para seguir adelante y de construir un futuro donde la soledad ya no tuviera lugar.

Cada palabra que escribía era como una lágrima que liberaba una parte de mi dolor. Era como si la escritura me permitiera acceder a un espacio interior donde podía explorar mis emociones sin miedo, sin juicio, sin censura.

Escribí sobre la esperanza, sobre el deseo de encontrar la felicidad, sobre la búsqueda de mi propia voz.

Escribí sobre el teatro, sobre la magia que se creaba en el escenario, sobre la libertad de expresarse a través del arte.

Escribí sobre la posibilidad de un futuro mejor, un futuro donde la alegría y la paz volvieran a ser parte de mi vida.

Escribí sobre la posibilidad de superar mis miedos, de encontrar la fuerza para seguir adelante y de construir un futuro donde la soledad ya no tuviera lugar.

Al terminar de escribir, sentí un alivio profundo. Era como si una carga se hubiera levantado de mis hombros, como si el silencio que me había acompañado durante tanto tiempo finalmente hubiera encontrado una voz. Me levanté de la silla y me acerqué a la ventana. Observé la lluvia caer con fuerza, creando un espectáculo de agua y luz.

Sintió una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Recordé que la escritura no solo era una forma de comunicar, sino también una forma de conectar con mis emociones, de procesar mi dolor y de encontrar mi propia voz. Esa noche, me sentí más cerca de mí misma, más segura de mi camino. Sabía que aún tenía mucho que aprender, mucho que descubrir, pero también sabía que tenía la fuerza para enfrentar cualquier desafío, para encontrar mi propia felicidad y para hacer que mi voz se escuchara en el mundo. El silencio de la habitación ya no me atemorizaba. Ahora, lo veía como un espacio de introspección, un lugar donde podía conectar con mi interior y encontrar la fuerza para seguir adelante.

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⏰ Última actualización: Sep 18 ⏰

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