Una vez a salvo, y en casa, Roger se tomó la libertad de tirar la bolsa de monedas de plata al suelo, desatando la furia que le tocó contener todo el sombrío trayecto.
Tim siempre hacía lo mismo: le entregaba una funda de monedas a él, distinta a la que usaba para pagar los servicios de Brian en la Posada de St. Clement, y a pesar de sus palabras, sabía que era una funda distinta a la que le entregaba directamente a su novio como propina. Tim le daba esas monedas a él para burlarse. Por un lado, porque tenía el dinero que ellos no tenían para andar regalando a todos, y, por el otro, porque quería dejar en claro que para él Brian era solo un objeto y debía pagarle al rubio el justo precio por tomar a su pareja prestado esa noche, y pagarle para que no se entrometa.
El camino del pueblo hacia su casa era largo, pero se hacía corto cada que se perdía en su cabeza de esa forma: pensando, una y otra vez, en cada palabra, gesto y actitud que Tim tenía hacia Brian. Esos aires posesivos y dominantes; esa sonrisa llena de lascivia pura, que poco se preocupaba en disimular. En las marcas rojizas y moradas que aparecían en la piel del rizado cuando amanecía después de serle de companía a ese idiota, y que aseguraba que no molestaban en lo absoluto cuando le preguntaba por ellas. Se lo aseguraba con la más dulce de las sonrisas, y se olvidaba de ellas, forzando tácitamente a que el rubio se olvidara de ellas también. Pero en realidad Roger jamás se olvidaba, y eran lo único en lo que pensaba mientras regresaba a casa, cruzando el siniestro bosque que separaba a todo el pueblo de los terrenos más lejanos, donde vivía él con los chicos.
Usualmente, la gente tomaba el camino largo.
Era un camino de piedra que rodeaba el bosque, pero uno se demoraba unas dos horas tomando esa ruta, y Roger solo quería ir a casa pronto. Cruzar aquel bosque tomaba mucho menos: unos treinta minutos a pie, e incluso menos a caballo o, si era uno tan pobre como él, a burro. Solo que John era el dueño de Poncho, el burro que utilizaban los cuatro para tirar de la carreta, y sus amigos ya habían regresado a casa con el pequeño animal. No le molestaba caminar, eso sí; él encontraba ese bosque relajante. Era misterioso, y un montón de criaturas murmuraban entre ellas mientras él pasaba; podía escuchar el crujir de las ramas y el sonido de los lobos a la distancia. Los sonidos de la naturaleza le eran agradables, pero no era el caso para muchos: casi todo el pueblo le temía al bosque. Leyendas decían que era el hogar de brujas que adoraban al demonio en rituales macabros, y el refugio de varias criaturas de la noche. Muchos otros aseguraban que se encontraba maldito.
Ni los ladrones entraban ahí, en tierra profana.
Por ende, sin ladrones cerca, era seguro; Roger tenía más preocupaciones dentro de su cabeza, como su novio, como para estarse asustando con esas historias ridículas.
En todo caso, si el sonido de la puerta de entrada no anunció su llegada, las monedas lo hicieron. Tuvo que agacharse casi de inmediato a recogerlas al ver que Delilah y Ada, dos de las siete gatas de la casa, corrían hacia ellas para meterlas en sus diminutas bocas. En seguida se topó con la mano de John haciendo lo mismo, y al alzar la mirada, los grises del menor le sonrieron.
—Veo que te cruzaste con tu mejor amigo.
Roger no entendió, hasta que el castaño le pasó la estúpida bolsa que tenía grabadas las asquerosas siglas de los Staffell, y viró los ojos.
—Ay, silencio, por favor... que tuve que aguantarme las ganas de partirle la cara a ese hijo de perra — masculló, irritado —. ¿Sabías que obliga a Brian a que le diga 'amo'?
John hizo una mueca de notable desagrado, y se escuchó detrás suyo la risotada de Freddie.
—¡Cariño! Eso solo es asqueroso... pero, ¿nos sorprende?
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🌙 𝕭𝖆𝖉 𝕸𝖔𝖔𝖓 | 𝔐𝔞𝔶𝔩𝔬𝔯/𝔇𝔢𝔞𝔠𝔲𝔯𝔶 🌙
FanfictionTim se lo buscó. Nadie, absolutamente nadie coquetea con su novio, amenaza con secuestrarlo, y vive para contarlo. Sin embargo, alguien debió advertirle a Roger que enterrar un cadáver en el bosque tenía un precio. O, donde Freddie, Brian, Roger y...