Capítulo 1

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Tomás

Era un tremendo boludo, siempre lo supe, pero ahora me daba cuenta que lo era la definición de esa palabra. Estábamos en medio de las montañas de un pueblo de Inglaterra sin internet, ¿Cómo ibamos a hacer un stream? Esto era mi culpa porque fue mi idea venir acá, y estaba todo pagado. No podíamos irnos, además de que el único transporte era un señor que conducía un camión con cabras que vendría en un mes a buscarnos. Si mal no recuerdo vive lejos y no podemos ir a molestarlo porque no sabemos donde esta.

Germán me sugirió que caminara un rato afuera mientras él se encargaba de todo con Santiago. Sabía que no quería que me frustrará más de lo que estaba. Decidí hacerle caso y recorrí un poco la mansión del viejo que nos había hospedado. El señor que había olvidado su nombre era el único que nos podía hospedar porque no había hoteles. No me pareció extraño porque no era un lugar turístico y tampoco conocido. Lo descubrí de casualidad en internet y al ver las fotos de los lindos paisajes decidí buscar cuando salía el hospedaje y transporte, y para mi sorpresa era más barato que Londres. Ahora que estaba acá entendía porque nadie venía aparte de que no había hoteles ni trenes ni colectivos ni autos.

Me quedé parado al borde de la laguna, mirando el paisaje que me dejaba una sanción tranquila. Estaba tan concentrado en el cielo que me asuste cuando algo salió del agua, haciendo que me caía. Escuche una pequeña risa.

La chica comenzó a hablarme en un ingles tan marcado que no entendía nada de lo que me decía.

—¡Me cagué todo!

—¿Hablas español? —me pregunto ella.

La miré con la boca abierta al darme cuenta que no usaba un traje de baño, directamente no usaba nada.

—¿No me has escuchado?

—Sí, te escu-escuche.

—¿Eres uno de los huéspedes?

—Si...

No podía dejar de mirarla, pero me obligué a hacerlo.

—¿Quién sos? —le pregunté.

—¿Necesitas mi ayuda?

En lo único que pensé fue en el internet.

—¿No sabes cómo podemos conseguir internet en medio de las montañas?

—¿Qué es el internet?

—¿Cómo no vas a saber que es internet, boluda?

Ella me miro sin entender.

—¿Qué es boluda?

—¿En serio no sabes que es internet? —le insistí.

—No.

Recordé lo que nos contó el conductor del camión de cabras sobre que nunca hubo internet. Creo que era obvio que como nunca tuvieron era normal que ella no supieran que era, más viviendo en la montaña alejada del pueblo.

—¿Cual es tu nombre?

—Tomás.

—Bienvenido a nuestro hogar.

—Gracias.

—¿Quieres un tomar una taza de té?

—No, gracias.

—Esta bien, pero si quieres puedes buscarme en mi habitación.

Levanté un poco la mirada hacía ella, tenía un aura demasiado inocente y eso me daba una sensación extraña. La deje de mirar para salir del agua y caminar rápido hacía la mansión sin importarme que estaba mojado.

—¿Tomi? —me llamo Germán. —Estás mojado.

—No sabes a la mina que conocí —les dije apenas cerré la puerta de nuestra habitación detrás mí.

—¿Qué mina? —me pregunto Santiago. —Si acá no hay ninguna mina.

—El viejo parece que tiene una hija.

—¿Una hija?

—Si, es verdad —contesto Germán. —En los cuadros de la pared esta los retratos de una nena pecosa.

—¿Y es linda? —me pregunto Santiago.

—No sé, no la miré mucho porque no tenía ropa.

—¿No tenía ropa?

—Estaba nadando desnuda.

—¿Y ella se dio cuenta de que estabas ahí?

—La miré sin querer y si se dio cuenta, pero pareció no importarle a la mina.

Los chicos se miraron entre ellos, incrédulos por lo que les decía.

—¿Encontraron una solución? —pregunté, cambiando rápido de tema. —¿Nos vamos de acá?

—No —contesto Germán. —La señal telefónica tampoco es muy buena que digamos.

—¿Y qué vamos a hacer acá por un mes?

—Grabar videos es lo único que nos queda. Los editamos cuando volvamos y los subimos.

Los tres miramos hacía la puerta cuando entro sin tocar, interrumpiendo nuestra conversación. Ella se había puesto un vestido blanco que le llegaba hasta los tobillos y usaba solo medias en los pies.

—Es hora del té, muchachos.

Sin más se fue y escuchamos como bajaba las escaleras por el rechinido de la madera. Germán se acerco a la puerta y miró hacía donde ella se había ido.

—¿Es ella la hija del viejo? —pregunto Santiago. —Pero si es hermosa. Ni se parece al viejo canoso.

—Cállate Santi, mira si te escucha el viejo —le dije, mirándolo mal.

—No habla bien español.

—Pero lo habla un poco y entiende.

—¿Entonces somos nosotros, el viejo y su hija? —pregunto Germán.

—Y creo que es obvio —contesto Santiago. —No me molesta quedarme con ella todo un mes.

—No nos estamos quedando por ella —le dije, serio.

—¿Estás celoso?

—Ella no me importa.

—Si siempre andas de mina en mina.

—No en este pueblo.

—Cualquier cosa puede pasar sin internet.

Risueña ; El TridenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora