Capítulo 4

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Risueña camino dando pequeños saltos sobre la colina. Nosotros la seguíamos en silencio, sin saber dónde ella nos llevaba, pero la emoción en su cara me decía que nos quería mostrar algo especial. Entre los chicos, después de prepararnos y antes salir de nuestra habitación, nos preguntamos qué era lo que ella quería que viéramos en medio del bosque. Esa duda nos llevó a una discusión porque Tomás no quería que nos fuéramos tan lejos y sin viejo –en quien si confiaba más que en su hija-, pero al final lo convencimos de acompañarnos.

—Están demasiado callados —comento Risueña, dándose la vuelta para mirarnos con los ojos entrecerrados. —¿Les sucede algo malo? He escuchado que discutían.

—No, no nos pasa nada —contesto rápido Germán. —Y nosotros discutíamos porque...bueno...

—Hace mucho calor que no podemos hablar y que discutimos por cosas sin importancia —miento. —No estamos acostumbrados al clima cambiante de Inglaterra.

Risueña asintió con la cabeza, comprensiva.

—Estamos cerca del rio. Pueden beber un poco de su agua y refrescarse un poco.

—¿Cuánto falta para que lleguemos? —le pregunto Tomás, cruzándose los brazos.

—Tenemos que cruzar el rio para llegar y seguir caminando un poco más.

El ruido de la corriente del rio nos hizo saber que estábamos cerca. Risueña se agarró los bordes de la falda del vestido para subir a una enorme piedra, se arrodilló para llevar después sus manos al agua y tomo un poco, pasando la lengua por sus húmedos labios rosados.

—El agua está fresca.

Germán subió a la piedra y también se arrodilló e hizo lo mismo que Risueña. Tomar el agua.

—¿Y cómo vamos a cruzar el rio? —cuestiono Tomás.

—Con los pies.

Germán sonrió tentado mientras que yo ahogué una risa.

—Me refiero a que no hay un puente o algo para no mojarnos la ropa.

—Para cruzar se tiene que sacar toda la ropa.

Los tres nos miramos por dos segundos para después a ella. Risueña se estaba intentando desabotonar el vestido.

—¡No hagas eso! —le grito Tomás.

—¿Hacer qué? —lo miro, confundida.

—No te saques el vestido —contesto él más calmado.

—No quiero mojar el vestido o...

—No te lo quites —la interrumpió, mirándola serio.

—Ustedes también pueden quitarse la ropa para no mojarla.

Tomás negó con la cabeza.

—No, gracias —dijo él.

—Les puede dar un resfriado.

—Entonces nosotros no cruzamos.

—Pero...quiero mostrarles algo y está cruzando el rio.

Tomás nos miró.

—¿Chicos?

—Bueno... —intento decir Germán, pero al final se quedó callado.

—Los resfriados son horribles —comento Risueña.

—¿Santiago? —me llamo Tomás.

—No me gustan los resfriados y menos estando de viaje —conteste, encogiéndome de hombros.

—No me voy a quitar la ropa y menos frente a ella.

—¿Pero qué tiene de malo? —cuestiono Risueña, mirándolo ceñuda. —Tú me has visto desnuda.

Tomás abrió la boca, pero no dijo ninguna palabra.

—Puede que el calor nos seque rápido y no nos dé un resfriado —hablo Germán.

—No pensé en eso —murmuro Risueña con la mano en el mentón, pensativa.

—Entonces crucemos —dije, poniendo un pie en la piedra.

—¡Yo primero!

Risueña dio un salto al rio, salpicándonos. Germán que estaba atrás de ella, se metió más tranquilo, primero los pies y después por completo.

—¿Cómo está? —le pregunto Tomás a Germán, refiriéndose al agua.

—Fresca.

—Tomas vamos —dije, soñándole con la mirada el rio.

—¿En serio vamos a hacer esto?

—¿No te acordas quien nos trajo acá?

Tomás suspiro.

—Bueno, vamos.

Como cinco minutos después llegamos a una cabaña. Cerca de esta había un pequeño galpón cerrado con cadenas y candados.

—Esta es la cabaña abandonada del jardinero —dijo Risueña, abriendo la puerta de la cabaña.

—¿Por qué está abandonada? ¿Qué le paso al jardinero? —me estaba justo haciendo las mismas preguntas que Germán.

—El jardinero se fue hace años. Nadie viene aquí y por eso está abandonada.

—¿Qué hay en el galpón?

—No lo sé. Está cerrado.

Me acerqué un poco al galpón y apenas lo hice, sentí una vibra muy pesada. Me alejé rápido para volver hacía la cabaña.

—Miren muchachos.

Risueña nos hizo un gesto para que entremos a la cabaña. Germán fue el primero en entrar detrás de ella, seguido por Tomás y por ultimo por mí. La cabaña por dentro era pequeña y nada acogedora. No había nada más que una cama matrimonial sin sabanas ni almohadas, y el piso estaba lleno de juguetes de madera.

—Este es mi barquito del cual les hable —dijo Risueña, agarrando un barco de madera sin pintar.

—¿Lo hizo tu padre? —pregunto Germán.

Risueña le dio el barquito.

—Sí, mi padre hizo todos mis juguetes.

Risueña se fue a sentar en la cama y se cruzó de brazos. Ella parecía tener frio. Su vestido seguía mojado, pegado al cuerpo, dejando ver a través de la tela por la trasparencia la parte su pecho.

—No la mires ahí —me susurro Tomás, serio.

—No la estaba miran...

—Todos los juguetes tienen escrito "Mockingbird" —me interrumpió Germán.

—Mockingbird es mi nombre.

—¿No te llamabas Risueña? —le cuestionó Tomás.

—Mi nombre es Mockingbird como el ave. En español significa "ruiseñor" pero mi madre me llamaba "Risueña". Ustedes pueden seguir llamándome así si se les complica el inglés.

—Ella tiene frio —dije, mirando a los chicos.

—Solo un poco —contesto Risueña, levantando los pies descalzos de la madera fría y polvorienta para abrazarse las piernas.

—¿Y si prendemos la chimenea? —sugirió Germán.

No me había dado cuenta que la cabaña tenía una chimenea. Tomás camino hacia esta para intentar prenderla con unos fósforos que -por suerte- estaban ahí.

—Falta leña —dijo Tomás.

—Había leña cortada cerca del rio —recordé haber visto.

—Entonces te acompaño a buscarla —decidió Tomás. —Germán quédate acá con Risueña que volvemos en unos minutos.

Risueña ; El TridenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora