Capítulo 2

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La mañana siguiente, el viejo nos despertó antes de irse para pedirnos que limpiáramos el establo de los caballos y como nosotros éramos buenos pibes aceptamos sin ninguna duda –no nos negamos porque le teníamos miedo y sabíamos que tenía armas de caza-. Entre los tres intentamos hacer un enorme esfuerzo por recoger la paja cagada, tenía un tremendo mal olor que nos estaba dejando casi sin aire.

—Prefiero que el viejo me termine matando —dijo Santiago, soltando la pala.

—Estamos por terminar —Germán agarro la pala del piso para dársela. —Vos solo seguí.

—Yo tampoco quiero hacer esto —me saqué los guantes y los tire por ahí. —Me voy de acá.

—Tomi... —intento decir Germán.

—No, Germán. Necesito estar solo.

Caminé hasta la laguna. No sabía porque, pero sentía este lugar como seguro. Me calmaba mirar el paisaje desde este punto con el sol reflejándose en el agua. Necesitaba esta calma hace mucho tiempo. Este último tiempo desde que termine con mi novia me sentía triste y no solo era eso, estaba pasando por mucho estrés. Este viaje se supone que iba a ser una escapatoria de mis problemas, pero no podía escapar de algo que llevaba dentro.

—Nadar te haría bien.

Me asuste al verla y sin traje de baño de nuevo.

—No, gracias.

Esta mina me parecía demasiado extraña, ¿no tenía vergüenza de que la viera así sin nada puesto?

—¿No sabes nadar?

—No es eso.

—¿Entonces qué es?

—¿Por qué no tenés ropa? —le pregunté. No soportaba la incomodidad de verla desnuda.

—No se usa ropa para nadar.

—¿No tenés traje de baño?

—No, solo tengo uno, pero me queda demasiado pequeño. Solo tengo vestidos y no quiero arruinarlos. Son muy delicados. Eran de mi madre.

—¿Tu madre?

Me acorde del cuadro de una mujer rubia junto al viajo y un bebé, colgado arriba de la chimenea. Esa era la única donde estaba la mujer que debía ser su mamá. En las otras solo estaba el viejo y su hija.

—Ella falleció hace mucho tiempo. La piso uno de nuestros caballos.

No sé por qué me causo gracia, pero no me reí. No daba.

—Nada conmigo, por favor —me pidió, extendiendo su pálida mano llena de pecas hacia mí.

Le iba a contestar que no quería, pero cuando nuestras manos se tocaron sentí algo agradable en mi interior y terminé metiéndome al agua con ella. Tiró de mi brazo hasta que mis pies no tocaron el piso. Levante la cabeza para mirarla y me di cuenta que estábamos demasiado cerca. Nuestra cercanía me ponía nervioso porque ella estaba desnuda y no teníamos suficiente confianza –al menos yo- para que yo la mirara de esa manera.

—Estás nervioso...

—Estás desnuda.

—¿Y eso tiene algo de malo? —me pregunto, confundida.

—Sí, bueno, no, pero no debería verte así.

—¿Por qué no?

¿No le enseñaron a esta mina que los cuerpos eran privados? Me parecía que no. En este poco tiempo que conocimos al viejo nos dimos cuenta que no hablaba con su hija y tampoco estaba mucho tiempo en casa por lo que no debía pasar tiempo con ella. Él nos dijo que no lo veríamos seguido porque trabaja en el pueblo casi todo el día y si tiene muchos pedidos –es carpintero- se queda unos días ahí hasta terminarlos y entregarlos. Entonces era obvio que nadie le enseño a la mina sobre eso.

—¿Alguna vez tuviste novio?

Decidí empezar por ese lado.

—No.

—¿Ninguno? ¿besaste a alguien alguna vez?

—Tampoco.

No le podía creer. Ella era una mina muy hermosa como para que nadie nunca se la haya encarado.

—¿En serio nunca besaste a nadie?

—Es que nunca conocí a ningún chico de mi edad.

—¿No hay chicos jóvenes en el pueblo?

—No lo sé. Nunca he ido al pueblo y nadie viene aquí. Ustedes son los primeros que veo en mi vida.

Eso me hizo saber que seguro no fue a una escuela y debía ser una ignorante en ciertas cosas.

—¿Todos son iguales en tu pueblo? ¿Con enormes músculos como los tuyos?

—No vivo en un pueblo, vivo en una ciudad en la provincia de Buenos Aires en Argentina.

—Nunca he escuchado de esa ciudad.

—Argentina es un país —aclaré.

—En la biblioteca tenemos un enorme mapa. Lo buscaré para ver donde está tu país.

—Y no todos en Argentina son como yo. Es todo muy diverso.

—Sí, los músculos de Santiago son diferentes a los tuyos.

—¿Los músculos de Santiago?

—Anoche me mostro sus brazos y dijo que entrena para tenerlos así. Me dijo que los tocara y son muy duros.

Santiago no estaba perdiendo el tiempo y eso por alguna razón me molesto.

—Los tuyos... —la mire al sentir su mano recorrer mi brazo. —También son duros.

—Me gusta entrenar también para tenerlos así.

—Mis brazos son muy pequeños.

—Sí, pero si querés te puedo ayudar a entrenar.

Ella me agarro de la mano para llevarla a uno de sus hombros, mis dedos eran tan largos que además de su brazo estaba tocándole un poco de su pecho.

—¿Cuál es tu nombre?

En todo este tiempo no me había dado cuenta que ni siquiera sabía su nombre.

—Risueña.

Risueña ; El TridenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora