"El Descenso: La Venganza en el Infierno"

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Un chico llamado Adaniel, cuyo corazón estaba lleno de odio y sed de venganza. Desde muy joven, Adaniel había sido víctima del abuso y la crueldad de otro chico, llamado Asrael. Asrael se burlaba de él constantemente, lo humillaba y le hacía la vida miserable. Adaniel, cansado de soportar tal tormento, decidió que era hora de tomar cartas en el asunto y buscar justicia.

Dispuesto a enfrentar sus miedos, Adaniel comenzó una búsqueda implacable para encontrar a Asrael y poner fin a su temor, pero sorpresa el había muerto. A medida que profundizaba en su investigación, descubrió una antigua leyenda que hablaba de un portal oculto hacia el infierno. Según la leyenda, aquellos con un corazón lleno de odio y deseo de venganza podrían acceder a este portal y enfrentar a sus enemigos en el mismísimo reino de la oscuridad.

Sin pensarlo dos veces, Adaniel se adentró en la búsqueda del portal. Siguió pistas y superó obstáculos peligrosos hasta que finalmente encontró la entrada al inframundo. Con determinación en sus ojos, cruzó el umbral hacia el infierno, dispuesto a enfrentar a Asrael cara a cara.

A medida que avanzaba por los terrenos infernales, Adaniel se encontró rodeado de un ambiente opresivo y aterrador. Llamas danzantes y almas en pena lo rodeaban, pero su odio lo impulsaba hacia adelante.

Adaniel se adentró en las profundidades del infierno con determinación en su corazón. Cada paso que daba estaba lleno de valentía y resolución mientras buscaba a Asrael, el chico que tanto odiaba. El ambiente a su alrededor era opresivo, con un aire denso y cargado de malicia.

A medida que avanzaba, Adaniel se encontraba con paisajes infernales que desafiaban su cordura. Ríos de lava rugían a su paso, mientras llamas danzantes iluminaban el oscuro horizonte. Gritos y lamentos resonaban en el aire, como un recordatorio constante de la condena que aguardaba a las almas perdidas.

Adaniel se enfrentó a numerosas pruebas y tentaciones a lo largo de su travesía. Demonios astutos intentaban engañarlo, ofreciéndole poder y riquezas a cambio de su alma. Sin embargo, el chico permaneció firme en su misión y rechazó todas las seducciones, negándose a caer en la trampa de la corrupción.

El tiempo pasaba lentamente mientras Adaniel se adentraba en los niveles más profundos del infierno. La oscuridad se volvía más densa y sofocante, y cada paso se volvía más arduo. Pero su determinación no flaqueaba, impulsándolo a seguir adelante en su búsqueda.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Adaniel llegó al corazón mismo del infierno. Era un lugar desolado y yermo, donde las almas atormentadas vagaban sin rumbo fijo. Aquí, en este escenario de sufrimiento, Adaniel sabía que encontraría a Asrael.

Con cautela, Adaniel buscó entre las almas perdidas hasta que finalmente avistó a Asrael en la distancia.

En una fría y oscura noche, dos chicos, Adaniel y Asrael, se encontraron cara a cara en un lugar desolado. El aire estaba cargado de tensión mientras ambos se miraban con ojos llenos de odio y desprecio. Sus cuerpos estaban tensos y listos para la batalla que estaba a punto de comenzar.

Adaniel, con su mandíbula apretada y el ceño fruncido, emanaba una energía feroz. Sus puños estaban cerrados con fuerza, listos para lanzar poderosos golpes. Era un joven de complexión fuerte y musculosa, con los músculos tensos y marcados bajo su camisa ajustada. Sus ojos oscuros reflejaban una determinación feroz mientras se preparaba para enfrentar a su enemigo.

Por otro lado, Asrael, con su mirada desafiante y una sonrisa burlona en los labios, irradiaba una confianza casi arrogante. Era un chico delgado pero ágil, con una agilidad felina y una postura elegante. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su rostro, dándole un aspecto misterioso. Sus ojos brillaban con malicia mientras se preparaba para defenderse.

El silencio se rompió cuando Adaniel dio el primer paso, lanzando un puñetazo rápido y potente hacia Asrael. Este se movió con destreza y habilidad, esquivando el golpe con un movimiento fluido. Rápidamente, contraatacó con una patada baja, apuntando a las piernas de Adaniel. Sin embargo, este bloqueó el golpe con un movimiento ágil, mostrando su habilidad defensiva.

La lucha continuó con una serie de movimientos rápidos y precisos. Adaniel lanzaba golpes poderosos, mientras que Asrael se movía con agilidad y destreza, evitando los ataques y buscando oportunidades para contraatacar. El sonido de los golpes resonaba en el aire, mientras ambos chicos se esforzaban por ganar la ventaja sobre el otro.

La tierra temblaba bajo sus pies mientras se empujaban y se golpeaban sin piedad. El odio que sentían el uno por el otro se manifestaba en cada movimiento, en cada golpe, en cada mirada llena de rencor. Cada uno estaba decidido a derrotar al otro y demostrar su superioridad.

El sudor corría por sus frentes y sus respiraciones se volvían más pesadas a medida que la lucha se intensificaba. Ambos estaban heridos, con cortes y moretones, pero ninguno de ellos se rendía. La determinación ardía en sus ojos mientras se enfrentaban en un duelo feroz.

Adaniel y Asrael se encontraban inmersos en una intensa batalla, cada uno desplegando su poder con ferocidad y determinación. El aire estaba cargado de electricidad mientras sus ataques chocaban en un choque de fuerzas sobrenaturales.

En medio del caos y la destrucción, una figura ominosa emergió de las sombras: el mismísimo Diablo. Su presencia era aterradora, su figura imponente y su mirada ardiente como las llamas del averno. Con una sonrisa retorcida en su rostro, el Diablo observaba con deleite la lucha entre Adaniel y Asrael.

Sin mediar palabra, el Diablo extendió su mano y un aura oscura envolvió a los dos chicos. El suelo tembló bajo sus pies, y las llamas infernales se alzaron a su alrededor. Adaniel y Asrael se vieron obligados a detener su enfrentamiento y unieron fuerzas para enfrentar esta nueva amenaza.

Juntos, Adaniel y Asrael intentaron luchar contra el Diablo, pero su poder era abrumador. A medida que la batalla avanzaba, el Diablo demostraba su superioridad y los acorralaba sin piedad. Sus ataques eran rápidos y letales, y cada golpe que asestaba dejaba marcas indelebles en los dos chicos.

A pesar de su valentía, Adaniel y Asrael empezaron a ceder ante el poder del Diablo. Sus fuerzas menguaban y sus movimientos se volvían más lentos. El Diablo los persiguió sin descanso, riendo siniestramente mientras los empujaba hacia el abismo de la derrota.

Finalmente, agotados y heridos, Adaniel y Asrael se encontraron al borde de la rendición. El Diablo se acercó lentamente, su mirada triunfante y su voz resonando en sus oídos. Fue entonces que, en un último acto de desesperación, Adaniel sacrificó a Asrael dejandolo a Merced de el diablo y huyendo hacia su libertad.

El diablo enfurecido recito:
En las sombras eternas me encuentro,
el Diablo, señor del abismo y descontento.
Dos chicos en pugna, en lucha encarnizada,
sus almas ardían, su furia exacerbada.

Con mi presencia interrumpí su batalla,
el poder infernal en mí se desataba.
Uno escapó, su cobardía demostrando,
pero al otro, a su castigo, estaba esperando.

Mis ojos de fuego, llenos de malicia,
penetraron su ser con voraz avaricia.
Condenado al tormento, al sufrimiento eterno,
por su insolencia, su osadía en el infierno.

El dolor en su rostro, sus gritos desesperados,
música macabra, mis oídos deleitados.
Las llamas danzaban, su cuerpo consumiendo,
su alma en agonía, sin tregua, sin remedio.

El tiempo se estiraba en su eternidad,
su arrepentimiento, solo una vanidad.
Pues el Diablo no perdona, no concede redención,
solo tortura, sufrimiento y perdición.

Aquel chico derrotado, que huyó de mi ira,
pagará el precio por su cobardía y mentira.
Mi reino oscuro se alimenta de su tormento,
un recordatorio sombrío de mi poderío y lamento.

Que este poema sea advertencia y lección,
de que el Diablo no tolera la traición.
Si te enfrentas a mí, prepárate para el dolor,
pues en mi reino infernal, soy el único señor.

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