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Lisa

El cuarto de baño desprende un caluroso vapor que abraza cada rincón de mi piel mientras me encamino hacia la figura que me espera de pie al lado del colchón.

Mi desnudez lo atrae de tal forma que es él quien termina acortando la distancia que nos separa. Así, sus manos suben a mi quijada para alzar mi rostro y acercar sus labios a los míos en un candente beso que no hace más que incrementar mis pulsaciones. Mi sexo lo reclama y parece que él es consciente de ello porque de inmediato una de sus manos se cuela bajo mis piernas, rozando sus nudillos contra mi necesitado clítoris. Sus labios callan mis gemidos y mis manos, ansiosas, se dirigen a la cremallera de su pantalón abultado para quitárselo y calmar la sed de mi garganta. Sin embargo, él es más rápido que yo y termina siendo él quien saca a la luz su grueso y duro falo.

Mis ojos quedan prendados de él. La boca se me hace agua y lo único que ansío es besar cada centímetro suyo y lamer el líquido centelleante de la punta. Así que no me demoro mucho más cuando bajo, sin apartar su mirada de la mía, hasta quedar de rodillas ante su apolíneo cuerpo y apoyar mis palmas en sus rodillas. Tomo la rígida erección con mi boca y empiezo un vaivén con ella. Sus gruñidos no tardan en aparecer y, de pronto, sus manos recogen el desastre de mi cabello en un tipo de coleta que estiliza mi cuello. Chupo, beso y adoro el miembro salado del que no me canso.

-¿Te gusta?- Pregunta al mismo tiempo que me aparta de él para que conteste.

Su esencia ha quedado impregnada en mí, de modo que no dudo en pasar mi lengua por mis labios, saboreándolo y sonriendo hacia él.

Esa acción parece provocar algo en él que lo hace gruñir y alzar su falo para ofrecerme sus pelotas, a las que no dudo en atacar lamiéndolas. Su glande cada vez se nota más hinchado y brillante y mis ansias aumentan tanto que intento calmar mi calentura tocando mis pechos con una mano. Siento mi sexo chorrear pero no deseo apartarme de su miembro.

-Da la cara Lisa.- Murmura ya extasiado, por lo que alzo mi mirada hacia él sin apartarme de su salado glande, absorbiendo cada gota pre seminal que sale de él. No comprendo a qué se refiere, hasta que caigo en cuenta que no he respondido a su pregunta.

-Me gusta, me gusta mucho.

Mi respuesta le saca una ladina sonrisa que solo consigue mojarme más.

-Buena chica,-Dice acariciándome el rostro con sus nudillos- pero no es eso a lo que me refiero.

-¿A qué te refieres, entonces?-Pregunto algo urgida aún chupando su falo que cada vez se torna más duro y caliente. De repente, mi rostro es alzado hacia él y es ahí cuando choco con sus ojos dilatados y sus labios hinchados por mi culpa. Entonces, su cabeza baja a mi altura, acercándose a mi oreja.

-Da la cara a eso que te sucede conmigo.- Me susurra



Mis ojos se abren de golpe. Tengo la respiración agitada y siento las sábanas empapadas de sudor. Mi cuerpo igual.

Con algo de dificultad, intento calmar mi acelerado corazón sentándome en la cama e intentando por todos los medios apartar las imágenes momentáneas del sueño que recorren mi mente. Soñé con mi vecino. Y no es la primera vez que lo hago.

Salto de mi cama, tambaleándome por un segundo por el tiempo perdido de sueño. Gea, mi perra, me acompaña bostezando cuando decido dirigirme hacia la cocina para calmar la sed que siento de repente y, de paso, para intentar alejar el calor de mi cuerpo a pesar de ir en ropa interior. El sueño, como siempre, ha dejado varios estragos en mí.

Varias madrugadas en las que no logré conciliar el sueño, la cocina significaba (y sigue significando) un lugar de refugio al que puedo acudir para pensar y reflexionar sobre varios aspectos de mi vida, entre los cuales se encuentra mi lastimera vida sexual. He aquí el porqué de mi sueño tan palpable y real que he tenido hasta el momento con mi vecino, el cual, lamentablemente (aunque de lamentable no tiene nada) vive frente a mi piso, a la misma altura y a pocos metros de distancia. Y es que a veces me pregunto si es gracias a él que una yo irreconocible salga a la luz cada vez que lo veo frente a mí. Porque cuando mis ojos topan con los suyos en la entrada de mi edificio, o en el parque bajo nuestras casas, o cuando estoy sentada en mi sofá, siento la lujuria invadir mi interior y apoderarse de mi cuerpo hasta transformarme en otra yo. Una yo que tan solo ansía apaciguar las brasas de deseo que consumen su alma y su sexo con él.

Para cuando abro la nevera, el reloj apunta a las 02:25 de la noche. Aún podría conciliar el sueño si me preparo una taza de tila, así que, poniendo a hervir el agua en una tetera, me dirijo hacia donde Gea me espera. Cruzando el pasillo que conecta con la sala, una fresca ráfaga de viento me da de pleno en mi desnudez. Mi ropa interior azul marino ya no se encuentra mojada y el sudor en mi cuerpo ha desaparecido, de modo que, cuando llego al salón , cierro los dos ventanales abiertos que se encuentran al otro lado de los muebles, dejando únicamente abierta la ventana frente al sofá.

No lo pienso mucho cuando prendo mi pequeño altavoz y dejo que Let'Em Cry de Red Hot Chili Peppers llene la pieza. Es una canción a la que es imposible no seguir el ritmo, sobretodo por su continuo y pegadizo beat, así que no retengo el cantoneo de mis caderas y los movimientos de mis manos sobre mi cabeza. Y sonrío mientras cierro mis ojos y dejo que la música haga con mi cuerpo lo que se le antoje. La escasez de ropa consigue que mis lentos movimientos sean más fluidos y me sienta muchísimo más cómoda.

Mi cuerpo irradia confianza y los movimientos que realiza mi cintura aumentan mi sensualidad. Me encuentro tan absorta en seguir el ritmo que me sorprendo por una milésima de segundos cuando, al abrir los ojos, me topo de frente con la mirada penetrante de mi vecino en la oscuridad de su departamento. La piel se me eriza, sin embargo, sus orbes oscuros como la noche no son impedimento para que continúe con mi espectáculo. No ahora que me siento más sensual que nunca.

Así pues, bajo la tenue luz amarillenta del salón, vuelvo a cerrar mis párpados y dejo que mis manos recorran cada espacio de mi piel; desde mi vientre hasta mis pequeños pero redondos pechos, con los cuales juego un poco tirando para abajo la tira del sostén. Un remolino de emociones me abarca: siento vergüenza y atrevimiento, siento adrenalina y calma a la misma vez. De modo que, deleitándome con el fulgor que transmite su mirada engatusada en el recorrido de mis manos, muerdo mis labios al mismo tiempo que camino en su dirección (es decir, hacia mi ventana) con lentitud.

Su torso libre de prendas me permite visualizar cada espacio lleno de tinta en su piel. En su clavícula se halla escrito un número romano, mientras que su brazo derecho está cubierto de dibujos difíciles de vislumbrar a la lejanía. Jeon, mi vecino, es un completo adonis. De pies a cabeza, pero si tuviera que elegir uno de sus tantos atractivos elegiría, definitivamente, el metal redondo de su labio inferior, ese con el que suele jugar cuando se concentra en aquello que hace y ese mismo que muerde cuando sus ojos conectan con los míos.

Tal y como hace ahora que no aparta la mirada de mi vientre y pechos.

Mi contoneo de caderas no se detiene, y es que la misma canción sigue ocupando el interior de mi apartamento a un volumen que con seguridad Jeon, mi vecino, puede escuchar. Estoy tan centrada en mostrarme audaz y atrevida que a penas noto y reparo en su mano tatuada sobando la zona abultada de su pantalón. Esa acción logra prenderme a niveles más altos y se lo hago notar cuando deslizo mi dedo índice dentro de mis labios, mordiéndolo con delicadeza cuando lo saco fuera mientras fijo mis ojos en los suyos y continúo con mi improvisado baile al (casi) desnudo.

Al parecer, mi gesto ha provocado en él, pues sus ojos se cierran y parece soltar una silenciosa carcajada al mismo tiempo que dirige una botella de lo que parece ser tequila a sus labios manteniendo y clavando su mirada en la mía. La fogosidad y las ansias que nos tenemos las transmitimos a través de nuestros orbes, de tal manera que parece encerrarnos en una misma burbuja que nos aísla de lo que sucede a nuestro alrededor. Me pierdo en sus pestañas, en sus pómulos y termino derrotada cuando me quedo embobada con sus labios, los cuales me obligan a morder los míos.

Sin embargo, todo momento acaba. Y este que me transportó a un estado de calma lleno de erotismo desaparece en el instante que escucho la tetera silbar, como un insistente recordatorio de que el ambiente se encuentra tan ardiente y lleno de brasas que hierve, tal y como la tila que me espera para ser servida.

Él aún parece absorto en mis movimientos, por lo que no dudo en sonreirle al mismo tiempo que me acerco hasta mi ventana para cerrarla, no sin antes morder mi belfo inferior, y ocultar el interior del salón moviendo las cortinas.

Entonces, y solo entonces, suspiro dejando que la vergüenza regrese a mí.


'Lo quiero, y lo quiero solo para mí.'

Peppers +18 || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora