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Si le preguntaban a Eijiro qué era lo que más detestaba de tener una agencia, era tener que asistir a las asambleas de la Comisión de Héroes.

A pesar del cierre temporal de la comisión durante la Guerra de Liberación paranormal, en donde se revelaron las terribles faltas que había cumplido la asociación y ocurrió la destrucción de su sede, el gobierno japonés decidió reabrirla unos meses más tarde con nuevas personas al mando. Después de todo, sus representantes principales habían muerto durante esa guerra.

Si Eijiro lo pensaba, realmente era inevitable. La comisión era la entidad principal para gestionar los asuntos relacionados a los héroes y las investigaciones criminales; durante su caída, se cortó casi todo contacto con las instituciones de héroes internacionales. Si es que la asociación seguía de esa forma, Japón corría el riesgo de no recibir ayuda en caso de otra emergencia.

Así que se tuvo que trabajar desde la base de la estructura. El sistema que habían venido trabajando no estaba funcionando y, aunque se negara, habían sido una de las entidades más influyentes en la percepción de poderes «de héroes» y poderes «de villano».

Como consecuencia, cada año, un representante de cada agencia se acercaba a las instalaciones de la comisión para discutir nuestras estrategias e informar acerca de la situación actual del rubro; eran cinco días insufribles, llenos de reuniones y debates que solo le importaban a Eijiro por protocolo y responsabilidad hacia los civiles.

Lo bueno es que este año había ido Katsuki.

Lo malo... es que ahora tenía otro pequeño problema.

—¿Cuándo vuelve papá? —dijo la vocecita infantil con un tono de tristeza que siempre le rompía el corazón.

Eijiro dirigió la mirada hacia abajo, donde la pequeña de espesos mechones rubios estaba acurrucada sobre su pecho, con el rostro oculto en el hueco de su clavícula.

Presionó un beso sobre su cabeza mientras caminaba con suavidad con ella apoyada sobre su cadera.

Los tres primeros días de la ausencia de Katsuki habían sido sencillos. Katsumi había estado emocionada de estar solo los dos juntos mientras él jugaba con ella durante las tardes, comían un poco más de chocolate de lo usual —porque exagerar era tener a una niña con una batería interminable—, y la dejaba dormir junto a él —Katsuki ya no la dejaba desde que le compraron su cama.

Los ojitos rojos de Sumi brillaban de alegría y emoción.

Hasta que se dio cuenta de que estaba pasando mucho tiempo. Y papá no volvía.

Claro, no era el primer año en el que uno de ellos iba a la asamblea y el otro se quedaba en casa con ella, pero Katsumi ya era más consciente del tiempo y ahora extrañaba —mejor dicho, demandaba— que Katsuki estuviera de regreso a casa.

Y ahora sus ojos brillaban por las lágrimas.

Eijiro frotó su espalda mientras escuchaba un sollozo escapar de sus labios.

—Vendrá pronto, mi amor —dijo él en voz suave—. ¿Te acuerdas de lo que dijo? Ayer fue su último día en la reunión. Volverá en cualquier momento.

Aquello había bastado para ponerla feliz durante la noche anterior, cuando Katsuki llamó para darle las buenas noches a su hijita y hablar con Eijiro por el resto de la noche, hasta que Eijiro le dijo a Katsuki que terminaran la llamada cuando lo vio esforzarse en mantener los ojos abiertos.

Pero era un nuevo día y Sumi volvía a ser inconsolable.

—Quiero a papá ahora. —Lloró ella sobre su hombro mientras se aferraba más a su cuello.

Especial para Katsuki | KiribakuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora