Capítulo Tres

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-¿Dónde está Juan?

Eran alrededor de las ocho de la mañana, Mariana y Roier habían ido a una feria cercana, Carre y Robleis hablaban en la cocina y Spreen acababa de despertar.

-¿Eh?- Robleis frunció el ceño, ladeando un poco la cabeza -¿No está en su habitación?

Spreen negó, frunciendo el ceño al asomarse por la sala en un intento de encontrar a Juan. Pero no había nadie.

Respiró profundamente, casi molesto, ganándose un par de miradas entre curiosas y preocupadas por parte de sus amigos.

-Spreen, tranquilo, no pudo ir muy lejos y-

-Él nunca está despierto tan temprano- cortó a Carre, tomando un delgado suéter tejido por él mismo hace un par de días. -Volveré pronto.

-¡Regresa si no lo encuentras pronto para ir a buscarlo juntos!

Ignoró las palabras de Robleis, echándose a correr en busca de Juan. No era tan normal que escapara desde la mañana, al menos no lo era en estos últimos tres meses. Juan solía dormir hasta muy tarde, no es una persona mañanera. Era descuidado, y ahora probablemente estaba deambulando en algún lugar del profundo bosque.

El clima solía ser cálido, pero esa mañana se sentía la brisa gélida un poco más fuerte de lo usual. Las hojas de los árboles crujían bajo los pies de Spreen, y las ramas chocaban suavemente contra su cabello mientras avanzaba a las profundidades. El sol escocía, las nubes seguían avanzando lentamente sobre él y algunas ardillas curiosas le miraban desde arriba, como si se preguntaran qué estaba buscando.

Recordó la pequeña cabaña que encontró semanas atrás, y eso le llevó a pensar en Juan nuevamente.

Oh, su lindo Juan, ¿dónde estaba?

Empezó a sentir cierto miedo adormeciéndole en el pecho, expandiéndose lentamente por el resto de su cuerpo. Jamás se acostumbraría a la sensación de tener a Juan lejos, completamente solo y perdido. No porque tuviera una especie de dependencia hacia él (¿o tal vez sí la tenía?), sino, el problema estaba en que Juan se sentía enfermo, enfermo de sí mismo y del mundo.

Entonces se escuchó el arrastrar de unas hojas por el suelo, quebrando el ritmo de sus pisadas contra la tierra. Spreen se detuvo, mirando al lugar del que provenía aquel sonido, encontrando la cabellera desordenada de Juan apoyándose en el tronco de un árbol, sus piernas meciéndose de arriba hacia abajo en un temblor ansioso. Caminó lentamente hacia él, ubicándose en frente suyo.

Lo vió, estaba con los ojos rojos e hinchados dejando que las lágrimas resbalaran silenciosamente por sus mejillas sonrosadas, sus cabellos castaños caían hasta casi cubrir su mirada vacía, se abrazaba a sí mismo con fuerza, mordiendo su labio inferior para que sus sollozos e hipidos no se escucharan. Juan lo miró directamente a los ojos a través de sus pestañas, y en un parpadeo similar al aleteo de una mariposa que hizo a sus ojos recuperar cierto brillo de ilusión perdido, dejó de contener su llanto entre sus labios y negó con la cabeza.

Se cumplía un año.

-Creo que...- relamió su boca, intentando sonreírle -Creo que no me siento bien, Spreen.

Y el contrario sonrió un poco, ocultando lo débil y vulnerable que se encontraba ante él, dándole una mirada comprensiva con un suspiro aliviado que expresaba "te encontré". Se sentó al lado de Juan, extendiendo su mano por si el menor quería tomarla.

Y Juan lo hizo. Entrelazó sus dedos en un fuerte agarre, temiendo que se aleje y lo abandone en una soledad que ahora resultaba dolorosa, y aterradora también. Se aferró a él, cerrando los ojos y permitiendo que el manso lloro se calmara hasta finalmente detenerse.

Juan sufría porque el mundo le había enseñado a hacerlo. Lo lastimaron hasta quitarle todo rastro de esperanza, arrebatándole sus sueños, destruyendo sus ilusiones y colocando en sus hombros una culpa que no le pertenecía. Eso sucede cuando eres diferente, porque los seres humanos se asustan de algo que jamás vieron y atacan como un método de defensa, oscureciendo su alma y creando momentos que serían recuerdos aterradores. Juan era como una plantita que creció con amor, pero que en un solo descuido, se marchitó.

Cuando Juan volvió a llorar, Spreen apretó su mano y acarició sus dedos, recordándole que él estaba allí.

-No me iré a ningún lado.

-Lo sé.

Y Spreen cumplió su promesa, quedándose junto a Juan hasta que la última gota cayó y la sonrisa de siempre regresó.

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Spreen se había acostumbrado a ver pétalos en su habitación. Ya no sólo en frascos de vidrio, ahora estaban en todo el lugar como una decoración devastadora. Pero no le importaba, sólo los guardaba y atesoraba, ignorando el ahora constante dolor en su pecho y las respiraciones pesadas que tenía al despertar.

-Spreen, hey.

Parpadeó rápidamente, ¿en qué momento había bajado al comedor? Tenía la mirada de todos (menos la de Juan, que jugaba con los arándanos de su plato) sobre él. Se removió incómodo en su asiento, un sonrojo acomodándose en sus pálidas mejillas.

-¿Sí?

-Preguntábamos si querías ir a la feria con nosotros- continuó Carre, frunciendo un poco el ceño con confusión -Todos iremos, ¿qué te parece? Roier dice que abrieron muchos puestos nuevos.

-E-Eh...- ¿Juan también iría? Eso era una sorpresa -Claro, está bien.

Carre volvió a la sonrisa ladeada de siempre, y todos volvieron a sus propias conversaciones. Spreen se centró en las frutas rodando por su plato, pensando que ya no tenía hambre. Sus estómago se retorcía, pero no había apetito.

Volvió a nadar en el lago de sus pensamientos, ignorando las voces de fondo, recordando que los pétalos de esa mañana ya no eran de color blanco o rosa, ellos empezaban a teñirse de rojo en pequeños detalles. Se estaba ahogando.

-Chicos, creo que ya no quiero ir a la feria.

-¿Qué?! Juan, por favooor.

Rojo, todo el mundo suele asociarlo con el amor. Spreen creía que era el dolor. Y tal vez tenía sentido, porque amar dolía. Quebraba tus huesos, te cortaba la respiración y rompía tu... ¿Rompía tu corazón? Sí, quizás era eso. Amar cuando no era correspondido asfixiaba. Peor aun si se trataba de alguien que se niega a dejar ir a quien le lastima, como lo hacía Spreen.

Porque él sabía que amar a Juan estaba matándolo, pero jamás dejaría de hacerlo.

Spreen pensó que estaba empeorando un poco.

Y Juan, que lo observaba fijamente desde el otro lado de la mesa, pensó que él y Spreen no eran tan diferentes.

hanahaki ★ spruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora