Capítulo Cero

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Juan siempre había sido alguien encantador. Le gustaba ser protegido y recibir abrazos o besos en la frente por parte de las personas que consideraba cercanas, era un amante del contacto físico, dormía muchas horas y solía ser perezoso hasta que llegaba la tarde y se volvía alguien demasiado escandaloso. También amaba escribir y cantar, lo hacía casi todo el tiempo... Acompañado de Spreen, principalmente.

Su madre, una mujer del bosque, siempre lo había criado con mucho amor, y además le enseñó a darlo. Aunque él sea una persona tímida y a la que le costaba hablar con las demás personas, daba todo de sí para poder hacer feliz a los de su alrededor. Ella era un salvavidas en el infinito océano, al igual que Spreen...

Lo conocía ya seis años, y Juan juraba que Spreen era el ser más precioso que alguna vez había visto.

Tan atento y dulce, un extrovertido tranquilo que adoraba consentirlo y molestarlo. Le gustaba tomarlo de la mano en el bosque, se sentaba a su lado en el muelle para que ambos pudiesen disfrutar del atardecer juntos, se burlaba de él cuando se tropezaba de regreso a casa, lo cuidaba cuando se enfermaba y siempre estuvo a su lado desde que se conocieron.

Juan no entendía sus sentimientos por Spreen, al menos no todavía.

Cuando estaba con ellos se sentía a salvo, y tan vivo.

-¡Es hijo de una bruja!

Hasta que sucedió.

-¿Crees que pueda hacer las mismas cosas que ella?

-Pensé que las mujeres del bosque no podían tener hijos.

Era cierto. La madre de Juan no era su progenitora como tal, el término correcto sería "madre adoptiva". Las mujeres del bosque poseían algo conocido en el mundo normal como virginidad. De allí provenían sus dotes para controlar el entorno de la naturaleza, crear pociones para curar enfermedades que todo
el mundo juraba incurables, recuperando los sueños y ambiciones de las personas que alguna vez perdieron lo que más amaban. Incluso le había devuelto la visión a Carre, Robleis consiguió encontrar su voz, Mariana aprendió a caminar y Roier dejó de olvidar las cosas. Todo en cuestión de minutos. Gracias a la madre de Juan, una mujer del bosque.

Ella siempre le decía a Juan que él solo fue un regalo de la naturaleza, ¿eso tendría sentido? Juan pensaba que había sido abandonado y que la fémina lo había encontrado entre frondosos árboles sobre hojas secas, fin, jamás fue lo suficientemente valiente como preguntarle la verdad. Prefería creer que su historia había sido la misma que la de Roier o Carre, o cualquiera.

-¿Deberíamos evitar correr el riesgo, de cualquier forma?

Juan no forcejeó, sus muñecas presas por cadenas hacia arriba permanecieron inmóviles, y no derramo ni una sola lágrima mientras uno de los hombres se bajaba los pantalones y se colocaba entre sus piernas.

La mirada de Juan permaneció en el cuerpo de su madre. Desnuda y ensangrentada. Los moretones bañaban la piel blanca y apenas podía distinguir el bello rostro que ella tenía a través de todas las heridas abiertas y su cabello castaño cubriendo parte de sus ojos ahora vacíos.

Los asquerosos gruñidos del hombre escapaban contra su oído, pero a Juan no le importaba. Su cabeza sólo podía recordar una y otra vez la forma en la que ellos la golpearon, cómo abusaron de ella, cuántas veces le gritaron "bruja", la manera en la que se reían después de patearla y jalarle del cabello. Juan jamás olvidaría la mirada de la mujer, la súplica silenciosa en sus ojos que le pedía que huyera, la sonrisa pretendiendo ser tranquilizadora que le dedicó antes de finalmente caer. Ella estaba muerta y Juan no podía asimilarlo.

Probablemente ese también hubiese sido su destino si los chicos no regresaban antes. Los cinco habían salido en busca de las personas no bienvenidas en el bosque que tenían creencias estúpidas, los afiches y los rumores en pueblos lejanos habían sobrepasado los límites. Spreen sugirió que Juan y su madre deberían quedarse en casa, así estarían a salvo.

Por un pequeño error ahora todo había acabado.

Cuando Carre lo abrazó, colocando una manta sobre sus hombros desnudos, Juan notó a Spreen golpeando a uno de los tipos, Mariana gritaba y Roier estaba de pie en medio del salón luciendo asustado, Robleis encargándose del resto. ¿No fueron sólo dos personas? ¿Acaso habían más?

-No lo entiendo- le susurró a Carre.

-¿J-Juan?- Carrera lloraba, ¿por qué diablos lo hacía?

Las manos del bajito acunaron su rostro, pidiéndole que respire y que empiece a contar hasta diez.

-Estaremos bien, nosotros..yo-

Juan no podía escucharlo, la neblina en su mente y el molesto pitido en sus oídos volvía la situación irreal. ¿Por qué sangraba? ¿Por qué Spreen se veía tan enojado, como si fuese otra persona? Los sollozos de Carre empezaban a ser contagiosos y los gritos de Mariana eran lo único que conseguían mantenerlo despierto justo ahora.

¿Había muerto? Porque no podía sentir su corazón latir. Quizás olvidó cómo respirar, o finalmente se había ahogado. No lo sabe.

Pronto el tacto de Carre fue reemplazado por todo Spreen. el azabache se aferraba a él con fuerza, regresándole su cordura, acariciando su cabello y su rostro con dolor. El mayor se quitó el abrigo para cubrir aun más el cuerpo de Juan.

-Lo siento.

¿Por qué se disculpaba? Juan quería estar enojado por no entender tantas cosas, pero toda su mente estaba en blanco como para si quiera generar algún sentimiento que no fuera la tristeza. Esa extraña aflicción lo carcomía desde adentro.

-Perdóname, cariño- jadeó Spreen juntando sus frentes. Su respiración irregular y la sangre cayendo por un lado de su rostro le causó preocupación -Lo siento tanto.

Se sorprendió al sentir las lágrimas ajenas en su cuello y la voz rota de Spreen cuando lo abrazó, desencadenando también su propio llanto, cálido y doloroso trazando un camino inexplicable en su piel. Juan se refugió en los brazos de Spreen y tembló contra su cuerpo, preguntándose dónde estaba y, sobre todo, si algún día su madre volvería.

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⏰ Última actualización: Nov 16, 2023 ⏰

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hanahaki ★ spruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora