Capítulo Uno

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Spreen podría ver a Juan por siglos enteros.

Como ahora, cuando deseaba conservar en su memoria lo hermoso que se veía concentrado en su reflejo sobre el lago, sus pies balanceándose entre el agua y las manos arrojando algunas flores que habían arrancado del inmenso bosque. Juan permanecía muy tranquilo, simplemente acurrucado en la burbuja de sus propios pensamientos, murmurando algunas palabras inconscientemente, quizá perdido en sus dolorosos recuerdos y dejando fluir parte de su aflicción en la naturaleza, con la brisa veraniega susurrándole algo lo suficientemente lindo como para hacerlo sonreír.

Ah, realmente Spreen jamás se cansaría de observarlo. A pesar del dolor en su pecho y la clara indiferencia de Juan a su presencia, él siempre estaría allí; a su lado, cuidándolo y amándolo incondicionalmente.

Porque de eso se trataba esta historia. De Spreen amando, y Juan...Juan sufriendo, en silencio y con lentitud.

Juan siempre le decía que estaba bien por su cuenta, pero Spreen (en realidad, todos los demás) sabía que no era así. El chico, tan torpe y distraído como era, podría tropezarse por las verdes colinas y rodar cuesta abajo para terminar con alguna costilla rota, o también estaba la probabilidad de que se resbale en los puentes de madera que cruzaban los ríos y terminara flotando en el agua hasta resfriarse. Juan siempre perdido en sus recuerdos y en sí mismo.

-¿Quieres volver a casa?- preguntó Spreen, la mitad de su cuerpo sumergida en el agua, apoyando sus brazos en la madera del muelle y con su cabeza ladeada, mirando el perfil de Juan.

Tan bonito.

-Eh...- Juan alzó la cabeza, ahora concentrado en el otro lado del lago, el agua danzando tranquilamente en un compás paciente -Quisiera quedarme un rato más, lo sient-

-Está bien- le interrumpió Spreen, su boca deslizándose en una sonrisa. -Ya te dije que no tienes que disculparte por todo.

Juan esbozó una pequeña sonrisa, asintiendo con la cabeza y recogiendo sus piernas para poder abrazarlas y apoyar su barbilla en las rodillas.

Spreen no sabía nadar, realmente era pésimo en ello, pero si sabía que Juan debía tener muchos puntos en los que distraerse o terminaría aburriéndose y, en el peor de los casos, hundiéndose aun más en su cabeza. Spreen no necesitaba que alguien le dijera qué hacer o qué no cuando estaba alrededor de Juan; lo cual era la mayor parte del tiempo. Quería creer que conocía lo suficiente al chico como para saber de qué forma actuar o qué decir, cuidando sus palabras, evitando el contacto, sólo sonriéndole con paciencia y asintiendo, demostrándole que siempre estaba de su lado.

Por y para Juan.

Así que, prefería nadar torpemente, incluso en algunos momentos casi ahogándose, para ganarse algunas miradas y débiles risas por parte del castaño. Sonando angelical, pero débil también.

-Las flores son tan bonitas esta temporada- Juan decía en voz baja, algo típico de él desde hace diez meses.

Spreen sonrió, jugueteando con los pétalos flotando lentamente. Hacía algunos círculos con sus dedos, Juan suspirando ante el camino en fila que seguían los restos de flores.

-¿Cómo estás hoy?- preguntó con cuidado, ganándose una mirada curiosa por parte del menor.

-Uhm...Seis.

Spreen amplió la sonrisa en su rostro, ahora cruzando miradas con Juan, quien se sonrojó antes de girar el rostro y apretar los labios en una mueca que pretendía ocultar su sonrisa avergonzada.

-Quizás ese seis podría convertirse en un diez si vienes a nadar conmigo- sugirió, extendiendo su diestra hacia el menor.

-Tal vez otro día- fue lo único que dijo el castaño, abrazando con más fuerza sus piernas.

Y Spreen no lo presionó, sólo volvió a zambullirse hasta tener todo su cuerpo bajo el agua. Salió después de tres segundos porque olvidó tomar aire antes de hundirse, atragantándose con el agua mientras Juan se reía de él, un poco más fuerte que antes.

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Cuando volvieron a casa, Robleis y Carrera ya habían hecho la cena, el sol había terminado de ocultarse y la luna empezaba a asomarse con somnolencia y majestuosidad. Spreen no sabe cuántas horas pasaron él y Juan en el lago, pero tampoco le importaba realmente. Cada segundo con el castaño alimentaba a su corazón anhelante de amor. Amor recíproco. Amor unilateral... Cualquiera estaba bien.

-Iré a cambiarme, ¡denme un momento!

Todos se sentaban en la mesa mientras Spreen iba a su habitación a buscar otro delgado suéter, ya que el que había llevado a su salida con Juan se lo dió al menor de regreso. Una vez llegó, tomó el primero que encontró, pero antes de que pudiera salir y regresar al comedor, empezó a toser.

¿Se habría enfermado?

Pero un pequeño dolor se instaló en su pecho, como un pinchazo directo a su corazón, creciendo gradualmente hasta que se volvió insoportable y Spreen cayó de rodillas sobre el suelo de madera, presionando su pecho con ambas manos, la zona que dolía. No podía respirar, oh, Dios, él ni si quiera podía ver a través de las lágrimas que se acumulaban rápidamente en sus ojos hasta resbalar por sus mejillas y barbilla.

No quemaba, perforaba. Como si estuviesen incrustándole un tallo de flores tan delgado y largo a través del corazón. Era uno, y luego se volvieron más, ¿dos? ¿Tres? Punzando para aumentar su agonía y cortar su respiración, hasta cruzarlo y extenderse para llegar a sus pulmones. Los cortos segundos que corrían en el tiempo sintiéndose como una eternidad. Intentaba jadear, necesitaba respirar.

Entonces volvió a toser, más fuerte y sonando casi como un grito desgarrando su garganta, y lo vió.

Un pétalo de color blanco.

De repente se detuvo, ahora respirando con grandes bocanadas. de aire en busca de recargar sus pulmones agonizantes, presionando su frente contra el suelo, con los ojos muy abiertos pensando que esto sólo podía y tenía que ser una pesadilla. Cuando consiguió calmarse, observó fijamente el pequeño pétalo tendido en frente suyo, frágil y suave, extendiéndose con cierta petulancia, como si se burlara de él.

Spreen frunció el ceño, ¿habría tragado por accidente algunas de las flores que Juan arrojó al lago? Sería algo estúpido, pero después de esto empezaba a considerarlo.

-¡Spreen, la comida se enfría!

Ante el fuerte llamado de Robleis, Spreen tomó el pétalo con cuidado en su mano izquierda, mientras su diestra se encargaba de arrojar los pinceles de un frasco de vidrio. Lo dejó allí, parpadeando curiosamente cuando lo vio caer en balanceos divertidos, luciendo tan solitario a través del vidrio.

Se colocó su suéter y bajó con los demás para finalmente llenar su estómago. Carre bromeaba con la normalidad de siempre, Robleis regañaba a los menores por haberse escapado al bosque sin avisarle a nadie, los demás estaban cuchicheando sobre quién sabe qué, y Juan masticaba lentamente mientras jugaba con su comida, sin dedicarle una sola mirada al contrario.

Lucía tan cotidiano, y Spreen se preguntó si todo había sido un sueño.

hanahaki ★ spruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora