Besos naranja amanecer.

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El chico avanzaba por los innumerables pasillos de la Universidad, con el cabello revuelto, la camisa abierta y la cabeza a punto de estallar. Le había dado esquinazo a Paula mientras esta estaba en el baño. Necesitaba solucionar las cosas o si no los remordimientos le devorarían. ¿Cuál era su habitación? Ah sí, la 358. De pronto dudó. ¿Y si esperaba para ver si acudía a la cita? Esbozó una sonrisa amarga. No, no acudiría ni de broma. Era la chica mas tozuda que había visto en su vida. Sin embargo cuando estaban bailando no había visto odio en sus ojos. Había visto deseo. Amor. ¿Amor? ¿Acaso eres idiota? Se recriminó. Ella me odia. Aunque no sin razón… Ojalá le diera la oportunidad de explicarle las cosas. Puede que hasta le creyera.

Cuando llegó a la habitación se quedó observando los tres números dorados que adornaban la puerta. Llamó suavemente con los nudillos. Nada. Miró el reloj con el ceño fruncido. Eran las ocho y media. Tenían que estar en la habitación, al menos una de ellas. Al no recibir respuesta tras intentarlo de nuevo empujó el pomo, que se abrió con un chirrido. La habitación estaba a oscuras y  en una de las camas se acurrucaba un bulto inmóvil. Nacho se acercó con sigilo. Tendida sobre las blancas sábanas estaba Ámbar con el largísimo cabello esparcido en una dorada corona sobre la almohada, los ojos cerrados y expresión angelical. Pero cuando bajó la mirada mas allá del cuello se le cortó la respiración: el cuerpo de la chica tenía la blanca piel del torso y el vientre al descubierto, únicamente cubierta por un sujetador. Al chico le latía con fuerza el corazón, admirando la suave belleza que emitía la joven. Deslizó un dedo por el brazo tendido sobre la almohada con suavidad, temiendo despertarla. La chica se removió, emitiendo un suspiro. A Nacho le invadieron unas ganas tremendas de besarla. Se agachó y acercó el rostro al de ella. Le rozó con los labios cada tramo de piel que encontró. Siempre con extremada delicadeza. Siempre reprimiendo las ganas de meterse con ella en la cama, besarla con pasión y no parar en horas.

Notaba escalofríos cuando decidió apartarse. Soltó un hondo suspiro y se sentó en el suelo. Hundió el rostro entre las manos. Si le viera Paula…¿Y que mas me da? Se dijo, con rabia. No pienso dejar que me dirija la vida. Apoyó las manos en el suelo para levantarse cuando se dio cuenta de que estaba cubierto de papelitos. Con el ceño fruncido levantó un pedazo de papel. Era una hoja a cuadros escrita con letras pequeñas y cursivas escritas en tinta negra emborronada. Su carta. Había roto su carta. Y esa mancha… ¿Era una lágrima? La examinó de cerca.  Era una lágrima, sin lugar a dudas. ¿Qué te esperabas? Se dijo. Es lógico. Aun así había albergado una pequeña esperanza de que ella lo comprendiera y perdonara. Pero no lo había echo. Estaba seguro de que ni siquiera lo había considerado. Pero esa lágrima… Significaba que le había dolido. Y cuando algo duele es que te importa perderlo. Por esa regla de tres…¿Significa que él le importaba? Sonrió, pero al segundo se maldijo a si mismo. Es injusto alegrarse por el llanto de una persona, por mucho que eso significara.  Acarició por última vez la suave mejilla. Se disponía  a irse cuando  oyó el característico chirrido de la puerta. Se quedó paralizado pero, siguiendo sus instintos, se escondió debajo de la cama y se quedó lo mas quieto que pudo, procurando no respirar siquiera.

Vio unos zapatos de tacón golpeando el suelo seguidos  de unas zapatillas modernas de marca, probablemente masculinas debido a su gran tamaño.

Oyó el sonido de unas risas y de un chistido indicando silencio.

-Anda vete ya.-Susurró una voz femenina.-¿No ves que mi compañera esta durmiendo?.-

-Lo siento, es que me muero por repetir lo de esta noche.-Dijo la voz masculina, riendo en voz baja.-¿Cuándo te vuelvo a ver?.-

-Ya veremos.-Dijo la otra, en un tono de coqueta indiferencia que Nacho conocía muy bien. Anda que no habían empleado veces con él ese tono…

Unos segundos después las zapatillas se alejaron, dejando a la propietaria de los tacones en la habitación. Oyó el susurro de las prendas contra la piel que hizo la chica al desvestirse. Los tacones salieron volando debajo de la cama y se escuchó el sonido sordo de los muelles de la cama cuando la chica se tendió en el colchón. Nacho se quedó quieto durante unos minutos hasta que oyó la respiración profunda de la chica. Estaba dormida. Con sigilo pero con rapidez, salió de la habitación a toda prisa, no sea que viniera alguna otra chica. Corrió, alejándose de la habitación. Salió a los jardines, deseoso de despejarse un poco.

Se sentó en la fría hierba, observando pensativo el cielo acuarelado de la mañana. El rocío calaba su pantalón, pero él hizo caso omiso. Respiró hondo, dejando que el aire fresco despejara su mente.

De repente una mano se posó en su hombro. Se volvió y ante su campo de visión apareció una escultural figura y cabello rubio.

-¡Nacho! Por fin te encuentro. ¿Qué haces aquí?.-Preguntó Paula, mostrando su inmaculada dentadura.

-Necesitaba un poco de aire.-Respondió con voz neutra, volviéndose para seguir mirando el cielo claro.

-Es que me has dejado sola. Y he pasado mucho miedo ¿Qué pasaría si aparece alguien malvado?.-Dijo con  tono de dama en apuros. Nacho se dio la vuelta pero optó por no responder a la estupidez de la rubia, callándola con un apasionado beso en los labios. Ella respondió con entusiasmo, agarrando el cuello del chico con ambas manos. Nacho movía su boca con los carnosos labios de la chica con desesperación, intentando ahogar su atormentada conciencia. Y el beso continuó sobre la hierba húmeda, bajo la atenta mirada del sol que se alzaba en el horizonte.

Sangre y Acuarela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora