Rastro de muerte sobre blancas baldosas.

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La joven desayunaba en silencio, sola en una de las pequeñas mesas de la cafetería. A su alrededor había un bullicio atronador producido por estudiantes poco madrugadores, que habían pasado la noche de fiesta e iban a desayunar a última hora de la mañana.

Ámbar comía una tostada desganada, masticando y tragando automáticamente. Ignoraba la marea humana que se desplazaba por toda la cafetería mientras ella comía lentamente, inmersa en sus pensamientos. Estaba segura de que lo de Nacho había sido un desliz. Simplemente eso. No sentía nada por él, únicamente había bebido un par de cervezas y se había dejado llevar. Le daba completamente igual que él tuviera novia, es más, sentía pena de la pobre chica. A saber con cuantas chicas la había engañado ese capullo...

Hablando del rey de Roma, bufó ella. Por ahí viene. No se dignó a dirigirle ni una sola mirada, clavando los ojos en el zumo de naranja que reposaba intacto sobre la mesa.

Nacho se paró enfrente de la barra y puso alimentos en la bandeja sin mirarlos siquiera. Parecía estar ausente del resto del mundo, con el cabello despeinado, gesto nervioso y rostro mortalmente pálido. Ámbar le observó por el rabillo del ojo. Nacho no se había dado cuenta de su presencia, o no había querido hacerlo. Se sentó solo en una mesa y se dedicó a darle vueltas al café con una cucharilla. Diez minutos después, el chico dejó la bandeja en la barra y se fue sin haber probado bocado. Ámbar frunció el ceño. Odiaba que la gente se dejara comida, teniendo en cuenta el hambre que había en el mundo. Sin embargo Nacho parecía estar mal ¿Que le pasaría? Se reprendió a si misma. Me da igual lo que ese chico haga. No me incumbe en nada. En nada en absoluto.

De pronto vio como Mario se acercaba a la barra para coger el desayuno. Deseosa de hablar con alguien, Ámbar le instó con un gesto para que se sentara con ella. El chico cogió un vaso de leche, dos magdalenas y una manzana y fue hasta su mesa.

-¿Qué tal? ¿Cómo está tu hermano?.-Preguntó ella.

-Está algo mejor,pero sigue en observación.-Suspiró, con su habitual gesto serio.-Lo peor es mi madrastra. Está todo el día llamándome para reprocharme que no esté allí con él. Eso sí,mi hermano me dice que ha recapacitado y que ni se me ocurra irme para allá. Alega que debo aprovechar la beca y que está perfectamente, pero me sigo sintiéndo culpable...-

-Es normal pero si él está en observación tu no puedes hacer nada. Ignora a esa mujer y llama todos los días a tu hermano, así él siente que está acompañado sin sentirse culpable por haberte echo salir de la Universidad.-Aconsejó Ámbar a su amigo.

-Lo sé Ámbar, gracias por tu apoyo.-Respondió él, esbozando una media sonrisa.-¿Y tu que tal?.-

-Bueno, ahí vamos. Tuve una mala noche.-Confesó ella.

-¿Por? ¿Insomnio?.-

-Podría llamarse así..-Sonrió ella.

-¿Por culpa de un chico alto, fuerte y de ojos verdes?.-Aventuró Mario.

-Esto...sí. ¿Cómo lo sabes?.-Preguntó ella, desconcertada.

-Venga ya Ámbar, era muy obvio. No paraís de echaros miraditas, está claro que le gustas.-Protestó.-¿Os habeís acostado?.-

-¡No!.-Gritó Ámbar, haciendo que toda la cafetería clavara la mirada en ella.-No.-Susurró discretamente.-Nada de eso, es simplemente que bailamos y apareció su novia. Nada más.-

-Que cabrón.-Opinó él, dándole un mordisco a una magdalena.-Pero no te hagas la dura. Te gusta, aunque trates de negarlo.-Una de las características de Mario es que era total y absolutamente sincero. Siempre decía lo que pensaba, exactamente igual que los Ásperger. Aunque puede parecer positivo a primera vista, a veces hacía que Ámbar se sintiera incómoda, como en este momento.

-No me gusta.-Dijo, aunque sabía que sería en vano. En efecto, Mario sonrió y negó con la cabeza.

-Se cuando la gente miente, y a ti particularmente se te nota bastante.-Comentó. Ámbar le sacó la lengua y devoró lo que le quedaba de tostada.

-Bueno me voy, tengo que estudiar.-

-Pero si es sábado. ¿No prefieres ir a dar un paseo por el jardín? Hace un día precioso.-Le ofreció su amigo.Ámbar dudó: le apetecía muchísimo un paseo al aire libre pero en apenas dos semanas tenía uno de los exámenes mas difíciles del curso; composiciones armonizadas con el peso de los colores.

-En un rato vamos ¿vale? Así aprovecho para estudiar un poco.-Mario demostró su conformidad con un seco asentimiento y su amiga se despidió, dejó el vaso y el plato vacíos en la barra y salió de la cafetería.

Subió por las empinadas escaleras hasta el tercer piso. Iba desganada, arrastrando los pies y con la mirada fija en las blancas baldosas. De pronto, observó que de debajo de una puerta salía un reguero carmesí que contrastaba con la inmaculada superficie del suelo. Ámbar lo observó sin dar crédito a lo que veían sus ojos. ¿Eso era sangre? Con el corazón latiéndole a mil por hora, empujó suavemente la puerta de una habitación, que se abrió con un suave chirrido. La habitación estaba decorada con pósters de cantantes de heavy metal por todas partes, con deportivas gastadas por el suelo y calzoncillos colgando de las estanterías. Típica habitación de joven descuidado, pensó Ámbar. Siguió el reguero, que le llevó hasta la cama. De pronto, su estómago se convulsionó en violentas nauseas, y las piernas le temblaron con fuerza. Tendido sobre la colcha había un muchacho moreno, con los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta. Su rostro estaba blanco como la nieve y en su pecho había clavado un cuchillo, como los que ponían en la cafetería para cortar la carne, pero chorreante de sangre. Ámbar se acercó, con un nudo en la garganta y tocó el cuello del chico: estaba rígido y sobrenaturalmente helado. La chica soltó un agudísimo grito y salió corriendo de ese pasaje de pesadilla. Corrió y corrió hasta la habitación, abriendo la puerta de golpe. Adrianne y Margarett volvieron la mirada hacía ella, sobresaltadas. 

-¿Qué te pasa mon amour?.-Preguntó Adrianne, extrañada. 

-¿Ámbar? ¡Ámbar!.-Gritó Margarett, al ver la expresión de la chica. Se levantó corriendo de la cama en la que estaba charlando animadamente con la francesa y abrazó con fuerza a la atormentada chica. 

-Él....la puerta...el cuchillo.-Sollozó, estallándo en lágrimas. 

-Excusez-moi?.-Adrianne no entendía nada, entre las lágrimas y el tartamudeo de la chica. 

-Le han matado. En la habitación 320.-Logró decir. Adrianne y Margarett se miraron alarmadas, para asegurarse de que habían oído bien. 

-Ámbar tranquilizate por dios.-Margarett hizo acopio de valor, haciéndose cargo de la situación y haciendole gestos a Adrianne para que llamara por teléfono. 

Media hora mas tarde la Universidad estaba inundaba por policías uniformados, coches de alarmas silabantes y multitud de estudiantes histéricos.  

Ámbar estaba sorbiendo un chocolate caliente, mientras una agente la interrogaba con una delicadeza rayana en la compasión. 

-¿Viste a alguien sospechoso cerca de la escena del crimen?.-Le preguntó la mujer, sujetando con firmeza las temblorosas manos de la chica entre las suyas. 

-No, no ví nada.-Susurró Ámbar pero las dudas se arremolinaban en su interior. ¿Sería él capaz de hacer algo así?

Sangre y Acuarela.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora