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𝐌𝐀𝐇𝐈𝐃𝐄𝐕𝐑𝐀𝐍

—Ahora todas ustedes son propiedad del Sultán Selim Khan

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—Ahora todas ustedes son propiedad del Sultán Selim Khan. El harén de Su Majestad es su nuevo hogar, cómo concubinas y sirvientas de la dinastía. Aquí está todo su futuro. Deben comportarse bien, ser devotas a Alá y fieles a la dinastía Osmanlí. Solo así quién sabe en que lleguen a convertirse... ¿Esposas de un hombre poderoso? ¿Favoritas de Su Majestad? ¿Madres de un sultán?

Adara podía oír las palabras de la kalfa en su cabeza, repitiéndose incontables veces junto al resto de su extraña introducción, lo que la atormentaba cruelmente, haciendo que se asustara aun más. En lugar de ver esas palabras como una oportunidad, gracias a esa peculiar pesadilla que la estuvo atormentado por un largo tiempo en varias noches frías, las tomaba como una advertencia divina de que tenía que huir del palacio y buscar su preciada libertad, por lo que corría sigilosamente en los pasillos del palacio para hallar una salida. No quería seguir siendo una esclava. Su vida podía volver a ser un dulce sueño, en lugar de una amarga pesadilla, si tan solo lograba huir.

Sin embargo, resultaba difícil irse de allí. El palacio era tan complicado de cruzar como un laberinto. Se había perdido en un jardín, el cual no podía evitar admirar al ser un sitio diferente a todo lo que había visto momentos antes, con sus flores coloridas y la brillante luz del sol cayendo en cada esquina. Era un paisaje hermoso, el cual conmovía profundamente. Le recordaba a su verdadera casa.

—Por todos los dioses... ¿Dónde está la salida? —bufó con impaciencia.

Entonces se acercó a la ventana del lugar, buscando sin éxito una salida en el horizonte. Pudo detallar el cielo nocturno lleno de estrellas, o las farolas encendidas con velas a la lejanía. Se sentó en la barandilla de la ventana, sin importarle lo peligroso que eso fuera, y cerró sus ojos a la vez que inhalaba aire para calmarse.

—No creo que debas estar aquí... —resonó una voz masculina con firmeza.

La griega volteó su cabeza, encontrándose un joven que la miraba con curiosidad y esbozaba una pequeña sonrisa. Su rostro se endureció. Las alarmas resonaron en su cabeza. Sabía que él sería un problema, aunque solo fuera la primera vez que lo viera en su vida.

—No creo que nadie deba estar aquí —contestó Adara, de manera evasiva.

El joven afirmó con la cabeza, lentamente.

—Es cierto.

Ambos se quedaron en silencio, simplemente viéndose el uno al otro por un momento. Lo que fueron cortos segundos, pareció durar un largo rato. Era como estar atrapado en un momento.

—Deberías volver al harén. Va contra las reglas que estés aquí, ¿no lo sabes? —prosiguió Solimán.

Adara se separó del barandal y cruzó los brazos, adoptando una firme postura defensiva.

MAHIDEVRAN | Muhteşem Yüzyıl (Siglo Magnífico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora