👑 Uno 👑

1.8K 249 44
                                    

—Su cumpleaños se acerca, mi señor.

—Lo sé —fue toda su respuesta.

Un desnudo rey Park Jimin, entre las suaves sábanas de su enorme cama con dosel de seda blanca, enredado con la primera concubina, veía al abovedado techo de sus aposentos.

Estaba a nada de cumplir los veinticinco años y con la edad, venía más que sólo un aniversario que se suma. Con los veinticinco, venía la responsabilidad de un reino al que amaba y al que deseaba gobernar con la misma devoción que una vez lo hicieron sus padres. Él no había querido heredar el trono tan pronto. Era sólo un joven adulto de veinte años cuando el carruaje de sus padres cayó por un precipicio y no los volvió a ver más. Era sólo un hijo huérfano de padre y madre, cuando su propio pueblo lo fue de un rey.

En apenas unos días se celebraría un baile en su honor, el festejo de un cuarto de siglo bien vivido, y, sin embargo, todavía le hacía falta vivir. No por la falta de cosas que hacer y disfrutar, sino por aquel vacío que se había instalado en lo profundo de su ser en algún momento que ni siquiera recuerda, pero que ha permanecido ahí desde entonces.

Quizás desde la coronación prematura, que vino con la lectura de todos sus derechos de rey, o las obligaciones que eran, para el caso, el doble o triple de los beneficios, pero que no le importaba en absoluto, porque era su deseo ser o al menos intentar ser tan buen rey como su padre. O sería desde que se le presentó a la primera concubina, la que yacía con él en ese momento. Desnuda, sudada y satisfecha, si el sonrojo en sus mejillas era un indicativo. O luego de que llegó la segunda o la tercera dama. O tal vez desde hace un año, cuando sintió que la presión de un heredero era algo más que una más de las responsabilidades en la lista.

La edad para crear a ese heredero era la adecuada. No importaba incluso si obtenía un hijo antes de haberse casado una vez que cumpliera los veinticinco, los hijos de las concubinas eran tan legítimos como los de una consorte y el primogénito sería bien recibido de una de ellas, aun si su madre no era prospecto para esposa del rey por la falta de sangre noble. La sangre azul del apellido Park era suficiente para poner a un niño en la línea.

Las concubinas no eran campesinas, sino señoritas de buena casa, educadas y sumisas, pero sin un apellido noble que las hiciera candidatas a convertirse en reina y consorte. Aun así, sin la casta o lo que fuera, el rey las amaba a las tres, pero ese amor no era suficiente para completar el rompecabezas que eran los sentimientos de Jimin. Ese hueco frio y vacío que se asentaba pesado en su estómago cuando la mención o el pensamiento de un hijo aparecía.

Él quería hijos, siempre imaginó un palacio lleno de niños, aun si el mismo rey Jimin fuera hijo único y no hubiera siquiera primos de su edad con los que jugar en la infancia. Le alegraba el alma pensar en un pequeño príncipe o una hermosa princesa corriendo por los largos pasillos con pisos de mármol y paredes tapizadas con pinturas de las muchas generaciones del linaje Park, pero ese mismo pensamiento le entristecía, cada vez que recordaba los últimos doce meses, desde que el consejo del trono mencionó que Jimin estaba en edad de comenzar con la progenie mientras se esperaba a que la edad del matrimonio llegase.

Fuera de la obligación y el deseo de un hijo, el no haberlo logrado todavía era frustrante. Las damas que calentaban el lecho del rey eran perfectamente capaces, según el médico de palacio y el mismo Jimin lo era. Todos jóvenes saludables, en la edad correcta y con el incentivo correcto. La responsabilidad. Y, sin embargo... todo había sido un absoluto nada. Incluso después de que se les prohibiera a las tres señoritas tomar infusiones anticonceptivas y se les incluyera en su dieta, incluso la del rey, toda clase de alimentos que se creían propicios para ayudar en la concepción.

Todas y cada una de las veces hubo simplemente nada.

—Escuché en las cocinas que todas las invitaciones al baile fueron enviadas. —La primera concubina, SooJin, dijo, mientras se levantaba del lecho aun caliente y revuelto.

El rey Jimin resopló, pero no sin cariño hacia la hermosa mujer que acababa de yacer con él. Era verdaderamente hermosa. Con un cuerpo delgado y bien moldeado. Suaves curvas, senos firmes y piel cremosa, el cabello rubio oscuro en ondas suaves hasta la mitad de la espalda, completamente impecable, como si no hubiese hecho las cosas que hizo solo minutos antes. Como si Jimin no la hubiese follado hasta hacerla venir y suspirar de placer y satisfacción, aunque el mismo Jimin no haya quedado completamente saciado. Y no porque no hubiese acabado como ella, porque lo hizo. Era así como se suponía que hacia su trabajo para proveer al heredero. Tomar a cada una de ellas, de la manera en que a cada una le gustaba hasta que ellas sollozaban en el placer del orgasmo y él se vaciaba dentro de sus cuerpos hasta la última gota. Sin importar que los orgasmos de Jimin eran completamente insatisfactorios e incómodos. Ellas no tenían por qué saber eso o se sentirían culpables. No era culpa de ninguna. Jimin las amaba, al igual, que ellas lo amaban a él.

—Vendrán todas las señoritas solteras del reino. Las hijas, hermanas o sobrinas de cada duque, conde o barón en los límites de tu dominio. Podrás elegir a la que más te guste, mi señor y convertirla en tu consorte.

El rey Jimin hizo una mueca interna. El tedioso proceso que se avecinaba no era algo que le entusiasmara.

—¿No te molesta eso, SooJin? Que tenga que elegir a una extraña, teniéndote a ti o a Sakura y MinHa. —el rey pronunció sus nombres con dulzura. Todas ellas eran perfectas y, sin embargo, no lo eran. No eran nobles y él no podría elegir a ninguna de ellas por encima de las otras. Eran sus mejores amigas y su única compañía.

—Conocemos nuestro lugar, mi señor. No nacimos para ser reinas y lo único que nos importa es que seas un buen rey y que encuentres la felicidad en el camino. Has sido, no menos que atento y cariñoso con nosotras y te amamos, de la misma manera en que nos amas. No mereces menos que una esposa que sea perfecta para el reino y para ti.

Sí. Precisamente por eso las amaba, porque tenían un enorme corazón dentro de sus bonitos pechos y porque no deseaban nada más que lo mejor para él. Cuando al fin se casara, las haría libres y permitiría que encontraran ellas mismas la felicidad que tanto se merecían. Era una promesa que se había hecho a sí mismo y a ellas. A excepción de la que tuviera el privilegio de darle un hijo, si lo conseguían antes de que llegara el ineludible matrimonio. Si no fuese el caso, la tarea de ese hijo vendría sobre la nueva consorte.

La dama, SooJin, se vistió con su suave túnica de algodón, atando el nudo a la altura de su diminuta cintura sobre su desnudo cuerpo y antes de girar sobre si misma e irse, se inclinó y depositó un suave beso en la mejilla del rey. Ninguna de ellas pasaba la noche con él. Jimin no lo pedía y ellas no lo necesitaban.

—Me iré a descansar ahora ¿Quieres que le pida a MinHa que venga, mi señor?

—No —dijo el rey, cerrando los ojos por un momento. No tenía la energía mental para yacer con una más de ellas y una noche no haría la diferencia entre embarazar a alguna o no. —Estoy cansado también. Deja a las chicas descansar.

SooJin acomodó su rubia cabellera sobre uno de sus delicados hombros y salió de las habitaciones después de besar una nueva despedida en la mejilla de Jimin.

El rey, Jimin, se acomodó en el centro del gran colchón, que ya se estaba enfriando después de haber follado con su concubina. La palabra sonaba grosera en su mente, pero no había sido hacer el amor. Eso se reservaba, en opinión de Jimin, para la persona a la que se amaba completamente. El amor romántico que había leído en las novelas de su biblioteca. El amor hacia sus damas era más fraternal y eso era un abismo de diferencia.

Se encogió sobre sí mismo, con el vacío instalado nuevamente en su corazón, en su estómago y extrañamente, también un poco más abajo, en su bajo vientre, como un dolor palpitante.

Quizás se estaba enfermando después de la cena de esa noche.

Se durmió cansado y sonrió entre suspiros. En sus sueños, un pequeño niño descansaba en sus brazos. Un hijo suyo, con casi sus mismos rasgos, a excepción de unos ojos oscuros rasgados y un pequeño lunar en la mejilla junto a una nariz de botón y la piel pálida como nieve.

Era el niño más hermoso del reino.

MI REY  [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora