Capítulo 1

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Cada cosa que amas,
es muy poco probable que la pierdas,
pero al final,
el amor volverá de una forma diferente.
Franz Kafka


―Hasta mañana ― se despidió Ágata de sus compañeros de trabajo.
Había sido un día igual que cualquier otro, con clientes entrando y saliendo de la tienda en busca de alguna prenda. Eran alrededor de las ocho con quince minutos de la noche cuando Ágata volvía a casa del trabajo. Laboraba de lunes a sabado de nueve de la mañana a ocho de la noche, no era nadie importante, solo se dedicaba a acomodar ropa y a ayudar a los clientes y nada más.
Ágata tenía cincuenta y cuatro años, era soltera y vivía sola en la casa que había sido de sus padres y que ahora le pertenecía a ella. Su hermano hacía muchos años que se había ido a los Estados Unidos y no había vuelto, ni siquiera cuando Ágata le llamo para decirle de la muerte de sus padres. Nunca vino y desde entonces le había perdido la pista, dejo de comunicarse con ella y cuando Ágata trataba de localizarlo, nunca se encontraba disponible o no atendía al teléfono, hasta que un buen día el numero al que Ágata marcaba dejo de sonar diciendo que ya no existía.
Así que estaba sola y mientras caminaba y avanzaba alejándose en cada paso de la luz de la ciudad, se adentraba más a la oscuridad, entonces recordó cuando era niña y le temía a la noche y a sus ruidos. Ahora ya nada le asustaba, al menos no nada de eso, pues reconocía el ruido de cada animalito e insecto nocturno que se dejaba escuchar.
Como era habitual camino hasta su casa, el recorrido lo hacía andando y casi podía hacerlo con los ojos cerrados, desde que tenía dieciocho años llevaba trabajando en esa tienda, amoldándose y adaptándose a la situación como un camaleón o cualquier especie que se va habituándose a las situaciones que le pone la vida.
En un punto de su existencia paso por un momento amargo, uno que la hizo quebrarse por dentro, pero que al mismo tiempo le sirvió para hacerse más fuerte. Uno en la que sintió que su vida ya no tendría sentido y ciertamente, aunque ese acontecimiento la había cambiado, seguía allí luchando como cada día desde su partida.
Antes, cuando era joven, el trayecto se le hacía corto, avanzaba con mayor rapidez y ahora lo hacía con más calma, lo hacía al tiempo que su cuerpo cansado por la edad se lo permitía, además de que en casa nadie le esperaba, ni siquiera tenía un gato, pasaba todo el día fuera y no podría estar pendiente de él.
Ágata vivía en un pequeño vecindario, bastante alejado de la urbanización y su casa era una de las ultimas, así que muy poco se podía ver quien entraba y salía de allí. Su casa estaba a oscuras, ya que no le gustaba dejar las luces encendidas, sin embargo, Ágata conocía muy bien cada centímetro de su hogar, sabía muy bien en donde debía meter la llave pese a la oscuridad que la rodeaba.
La puerta se abrió haciendo el característico ruido de siempre, a pesar de que Ágata aceitara la bisagra, nunca dejaba de chirriar, por eso no escucho el suave rumor de los pasos a su espalda. Estaba por encender la luz cuando sintió que algo le apuntaba en la espalda y una voz le advertía.
―No te muevas.
Ágata sudó frío de inmediato por el miedo que la inundo, estaba asustada, era algo normal. Nunca en su vida había pasado por algo parecido, pero al parecer siempre hay una primera vez para todo, incluso hasta para ser asaltada dentro de tu propia casa. Trato de mantenerse calmada, pero era imposible, su cansado corazón latía más rápido de lo normal y no es porque estuviera enamorada, eso ya no existía para ella, pero sí que existían los ladrones que estaban dentro de su casa.
Ágata no podía hacer nada más que rendirse y ceder a sus peticiones, aunque estaba segura de que no encontraron mucho de valor, era pobre y lo que ganaba solo le alcanzaba para comer, pagar, luz, gas, agua, solo los gastos corrientes indispensables en el hogar, no había para nada más y soñar ya no era lo suyo, ya no estaba en edad para eso.
―No tengo dinero, si es lo que buscas ― dijo Ágata con voz temblorosa ―, pero puedo darte lo poco que traigo en mis pantalones.
Quien quiera que estuviera detrás de ella no respondio, pero seguía con el arma apuntando la espalda de Ágata, que trago en seco al no escuchar respuesta.
―Si vas a dispararme te suplico que me mates, no quiero quedar medio chueca y con más malestares encima.
― ¿Si no le hacemos daño no llamara a la policía? ― pregunto la voz de una mujer a su espalda.
Cuando Ágata la escucho, puso los ojos en blanco, al parecer eran principiantes y su voz sonaba tan asustada como la de ella misma si hubiera abierto la boca. Pero obviamente intento hacerse la dura.
―No llamare a la policía, se los prometo ― respondio Ágata con voz tranquila.
Al terminar de decir aquello, el arma que estaba en su espalda fue apartada y Ágata soltando una enorme bocanada de aire y encendió la luz. Era el momento de ver quien era la intrusa que había entrado a su casa, la persona que llego sin invitación. Al girarse de dio cuenta de que no era una, sino dos jóvenes, que la miraban una más aterrada que la otra, aunque una de ellas tenía el miedo escrito en toda su cara y a Ágata le recordó a alguien de hace muchos años atras. 
Ágata les calculo entre dieciocho y veinte años de edad. El arma con la que le habían apuntado en la espalda, no era más que el palo de la escoba y casi le da risa, a no ser porque se encontraba ahora con un terrible coraje, aun así, no lo demostró, pues no sabía si en realidad aquellas jovencitas podrían ser peligrosas y lastimarla, a fin de cuentas, eran dos contra una.
― ¿Cómo entraron? ― quiso saber Ágata.
Ninguna de las tres se había movido, continuaban en el mismo lugar mirándose entre sí como si fueran animales de tres cabezas o extraterrestres.
―La puerta de atras estaba abierta ― dijo la chica que la amenazo con la escoba, su voz era un tanto grave, pero no lo suficiente como para ser la de un hombre.
Ágata no recordaba haberla dejado abierta, pero pensó que era posible, pues últimamente algunas cosas se le olvidaban, así como se obligó a olvidar a la única mujer a la que amo.
―Pensamos que nadie vivía en la casa, por fuera se ve descuidada ― manifestó la chica de aspecto aterrorizado ―. Pero cuando entramos vimos que estaba habitada y en el momento en el que pensábamos salir, usted entro.
―Eso es porque raspe la pintura vieja para pintarla de nuevo, pero aún no he comprado la pintura ¿Que buscan? ¿Solo entran a casas para divertirse?
Las dos jóvenes se miraron entre ella y luego miraron a Ágata.
―No, nunca hemos hecho eso ― aclaro la chica de la escoba algo ofendida por la acusación de Ágata.
―Entonces, no entiendo porque entraron a la mía como si fueran unas ladronas.
―Eso es porque escapamos de casa ― confeso la joven miedosa.
― ¿Porque? ― inquirió Ágata curiosa.
―Porque nuestros padres no quieren que estemos juntas. En especial los míos.
Para Ágata no fue una sorpresa, a pesar de que los tiempos habían cambiado, aún seguía existiendo personas con miedo de la homosexualidad. Ese miedo que había destruido su relación y no solo terminaba con relaciones, sino que el miedo era un mal que se enraizaba y era muy difícil de eliminarlo una vez que echaba raíces.
―Usted tampoco lo entiende ¿Verdad? ― la voz de la chica con la escoba la saco de sus pensamientos.
―Lo entiendo mejor que nadie niñas ― dijo Ágata bajando la guardia ―. Soy vieja, pero he vivido la vida más que ustedes y no soy de mente cerrada ¿Cómo llegaron hasta aquí?
―En aventones. Luego caminamos sin rumbo hasta llegar aquí, como se hacía noche y nadie aquí encendió las luces, así que nos atrevimos entrar para refugiarnos por hoy ― respondio la de la escoba.
―Eso es porque vivo sola y me encontraba en el trabajo, por eso es que las luces estaban apagadas.
―No llamara a la policía ¿Verdad? ― pregunto la aterrorizada.
―No, no lo hare. Pueden quedarse aquí esta noche si no tienen a dónde ir.
― ¿De verdad? Se lo agradeceríamos mucho ― manifestó con los ojos ahora iluminados y ya no con miedo.
Ágata le sonrió, ya se le había olvidado como era ser joven y tener un montón de emociones, sueños y vitalidad.
La joven de la escoba no se veía muy convencida y le dedico una mirada examinadora a Ágata, sin duda había olfateado como buena lesbiana que Ágata era una igual, solo que entrada en años y los celos estaban haciéndose presente en la joven, mientras que la otra ignoraba lo que su pareja estaba sintiendo en ese momento, más bien parecía aliviada de la propuesta que Ágata les había hecho. Ágata le sostuvo la mirada a la chica de la escoba a la espera de su decisión, pero como observo que aún no estaba lista para dar su respuesta, fue por un vaso de agua y se alejó un poco para permitir que hablaran entre ellas. Ya que una decía que sí y la otra a que no, que no era correcto aceptar la propuesta de la mujer desconocida.
― ¿Que han decidido? ― les pregunto Ágata luego de un rato de dejarlas discutir.
―Nos quedamos ― respondio la chica miedosa.
A Ágata le quedo claro quien terminaba tomando las decisiones.
―Bien, vengan. Les mostrare en donde se van a quedar y les daré sabanas limpias para que ustedes mismas la arreglen.
―Muchas gracias.
Cuando Ágata se encamino a las escaleras, vio las dos mochilas que las jóvenes habían dejado en el suelo cerca de los primeros peldaños. Las dos chicas iban detrás de ella en silencio, aunque en las tres se respiraba la desconfianza, pero no tenían otra opción más que confiar en que ninguna de las tres haría algo.
― ¿Cómo se llaman? ― inquirió Ágata mientras ascendía y las chicas tomaban sus mochilas del suelo.
En su mente Ágata las había registrado como la chica miedosa y la chica de la escoba, pero sabía que esos adjetivos no se los podía decir.
―Mi nombre es Carla y el de ella es Bianca ― dijo la chica de la escoba.
―Un gusto Carla y Bianca. Mi nombre es Ágata.
―Un gusto conocerla señora Ágata, nuestra intención no era asustarla ― expreso Bianca ―. De verdad pensábamos que la casa estaba abandonada.
―Solo buscábamos donde pasar la noche ― continuo Carla.
― Comprendo ― argumento Ágata entrando a la habitación que alguna vez fuera de sus padres ―. ¿A dónde se dirigen?
―No lo sabemos, solo queremos estar en un lugar en donde mis padres no nos encuentren ― manifestó Bianca.
Los ojos de las chicas vagaron por la habitación, era poco espaciosa, pero tenía lo necesario, una cama, un espejo y un armario. Todo parecía ya tener algunos años, pero permanecían en buen estado.
A Ágata le pareció mejor darles la habitación que era de sus padres, ella no la usaba y la de su hermano era pequeña y ya ni siquiera había una cama, en cambio la de allí era matrimonial, cabían a la perfección dos personas. Las jóvenes se quedaron de pie en la entrada de la puerta observando a Ágata buscar en el armario ropa de cama y toallas.
―Aquí tienen ― dijo poniendo las sabanas sobre la cama.
―Gracias ― corearon al unísono Carla y Bianca.
― ¿Tienen hambre?
Las dos chicas asintieron tímidamente.
―Entonces les preparare algo de cenar en lo que ustedes arreglan la cama. Les deje unas toallas por si desean asearse, el baño esta al fondo. 
Las jóvenes le agradecieron una vez más y Ágata salió de la habitación, no sin dejar de sentir que esas dos le recordaban a ella y a Dalila cuando tenían esa edad y estaban enamoradas, sintiéndose poderosas antes el mundo. Claro que Ágata entendía muy bien cómo se sentían, ella se sintió de la misma forma una vez hace muchos años, ahora solo era una mujer mayor sin nadie a quien amar, que solo vivía una vida tranquila y sin sobresaltos. Hasta esa noche en la que Carla y Bianca entraron a su casa como ladronas dándole un susto de muerte. 
― ¿Crees que nos vaya a delatar? ― le pregunto en un susurro Carla a Bianca en cuanto Ágata abandono la habitación.
―No lo sé.
―Es mejor asegurarnos.
Con mucho cuidado abrieron la puerta de la habitación para que no hiciera ruido y bajaron detrás de Ágata a hurtadillas para que no las viera.
Lo que Ágata hizo, fue dirigirse de inmediato a la cocina. Desde una prudente distancia, Carla y Bianca comprobaron con sus propios ojos de que Ágata no estaba llamando a la policía, sino que comenzaba a tomar utensilios de la cocina para preparar la cena. Una vez tranquilas y seguras que la mujer no haría nada en su contra, regresaron a la habitación, arreglaron la cama y después comenzaron a sacar de sus mochilas las pocas prendas que habían llevado.
Mientras tanto, Ágata cocinaba al tiempo que tarareaba una canción, una que decía “solamente una vez, ame en la vida” hacía mucho que no preparaba la cena para nadie, a esa hora ella solo tomaba una taza de té acompañada de algunas cuantas galletas, se daba una ducha y a la cama.
Ágata hacía mucho que no tenía nada por lo que preocuparse, su vida era monótona y sin sobresaltos. Iba y venía del trabajo andando, no pensaba en nadie, ni se preocupaba por ninguna persona más que ella. Hacía mucho tiempo, desde la muerte de sus padres y desde que la persona que amara la abandonara, dejo de calentarse la cabeza. Vivía su vida un día a la vez, con la esperanza metida en uno de los cajones de su cajonera descansando para la eternidad.
Si bien Ágata tenía algunas canas a su edad, su rostro no aparentaba la edad que tenía, no obstante, en su semblante se notaba la melancolía y cierta tristeza en sus ojos. Tenía aire taciturno, pero sonreía de vez en cuando y disfrutaba de leer.
Por alguna extraña razón, Carla y Bianca se sentía cómoda en aquella casa que pisaban por primera vez, que si bien no tenía ningún lujo era acogedora y su dueña era igual. Ya que por un momento tuvieron miedo de que Ágata las corriera con violencia, hiciera un escándalo y llamara a la policía para que se las llevara detenidas por invasión a propiedad privada, agravando su situación, ocasionando que sus padres las encontraran.
Algo que Carla y Bianca agradecieron, fue que Ágata no las miro feo, su reacción fue normal, les dio una mirada comprensible y les dio alojo sin tener la curiosidad de revisar sus mochilas o a ellas mismas.
Aun avergonzadas de sus actos, regresaron abajo apenas terminar de bañarse. En la mesa para cuatro personas del comedor, en el centro se encontraba un plato de huevos revueltos con jamón y una sartén con frijoles refritos. Apenas olerlo, se les hizo agua la boca, ya que desde que se escaparan, no habían probado un bocado, su único objetivo, era salir de la ciudad en la que vivían.
―Siéntense y espero que les guste ― les dijo Ágata, que ya se encontraba sentada en la mesa con una taza de té, un platito de galletas y dos pequeñas pastillitas blancas.
―Gracias, huele delicioso ― manifestó Bianca haciendo ademan de sentarse a la mesa, pero Carla la detuvo.
―Queremos disculparnos una vez más por lo que paso hace un rato ― expresó Carla ―. De verdad que no era nuestra intención asustarte de esa manera y estamos muy agradecida con usted por no llamar a la policía.
Ágata se dio cuenta de que, a la chica de la escoba, se le habían llenado los ojos de lágrimas, ahora no tenía duda de que era ella la que había hecho la propuesta de fugarse y la promesa silenciosa de cuidar a Bianca hasta con su vida si era posible. Ella entendía muy bien esa parte, alguna vez estuvo en el lugar de Carla, fue joven enamorada y con miedo de sus padres.
―Está bien, no estoy enojada. Solo me asustaron un poco, soy una vieja y tener sorpresas de ese tipo a mi edad es mucho para mí ― manifestó dando un sorbo a su té ―. Están perdonadas, siéntense a comer antes de que se les enfríe la comida ―las insto Ágata.
Carla y Bianca se sentaron a la mesa, tomaron un plato y se sirvieron.
― ¿Usted no va a comer? ― le pregunto Bianca a Ágata.
―No, yo a esta hora no ceno. Termínenselo todo.
La cena les supo a gloria y estaban tremendamente agradecidas con Ágata de que les abriera las puertas de su hogar.
―Gracias por la cena, estuvo muy rica ― canturrearon las jóvenes.
―Me alegra que les haya gustado, no soy una muy buena cocinera, pero hago lo que puedo ― expresó con una sonrisa.
Carla y Bianca levantaron los trastes sucios y los lavaron. Eran lo menos que podían hacer tras las atenciones que habían recibido de Ágata, que permaneció sentada en la mesa del comedor a la espera de que las chicas terminaran en la cocina.
―Me gustaría que se sentaran un momento, por favor ― les pidió Ágata.
― ¿Hicimos algo mal? ― pregunto Bianca preocupada.
―No, nada de eso. Solo quería preguntarles ¿Que piensan hacer?
Bianca y Carla se miraron sin saber que decir, realmente no tenían ni idea. Estaban tan perdidas hasta que Ágata les dio una pequeña luz esa noche en medio de la terrible oscuridad en la que el descontento de sus padres las envolvió.
―No tenemos idea, solo decidimos escapar ― respondio Bianca.
―No encontramos otra salida, más que escapar de casa ― prosiguió Carla.
―Mis padres, son unos fervientes creyentes religiosos, que siempre han creído que todo lo que dice la biblia.
―Yo los llamo, fanáticos ― dijo Ágata con burla ―. La gente ha diseñado un dios malvado a su conveniencia y nada más.
―Entonces, ¿usted no es creyente? ― quiso saber Bianca.
―No creo en lo que dicen los curas o lo que dice la gente. Creo en dios a mi modo y agradezco a mi manera. Si cada religión ha decidido pintarlo a su manera ¿Yo porque no puedo hacerlo a la mía?
―No lo había pensado de esa manera ― argumento Carla.
Ágata las miro en silencio, sin duda eran un par de niñas de papi y mami, que no tenían ni idea de cómo ganarse la vida. Si las dejaba irse a su suerte, estaba segura de que podrían caer en manos de malas personas. Por otro lado, sentía que no hacía daño a nadie ayudando a aquellas chicas que estaban escapando para defender su amor y ella no tenía a nadie que le impidiera darles su ayuda. Estaba sola y aquella era su casa.
―Si les parece, puedo dejar que se queden y ocupen la habitación que les di esta noche. Yo les puedo ayudar a conseguir un empleo, de esa forma tienen un comienzo y no tienen que irse y seguir buscando donde quedarse ― les propuso Ágata.
― ¿De verdad? ― preguntaron las dos jóvenes llenas de alegría mientras miraban a Ágata con ojos llenos de ilusión.
―De verdad. Eso sí, una vez que tengan trabajo, ustedes se encargaran de comprar sus propios alimentos para comer. Les dejare utilizar el refrigerador y la cocina. Me ayudaran a pagar el agua, la luz y el gas. Tendrán que acostumbrarse a ser obligadas, a levantarse temprano para ir a trabajar. Su verdadera aventura apenas comienza.
― ¡Muchas gracias! ― exclamaron Carla y Bianca mirando a Ágata como su salvadora.
―De nada. Mañana iremos a comprar pintura y me ayudaran a pintar la casa. De paso hablare con una conocida, necesita a una ayudante en su cocina. Así que una de ustedes tiene empleo casi asegurado, solo pónganse de acuerdo quien de las dos lo tomará y no se desespere la otra.
―Otra vez, muchas gracias por todo lo que ha hecho por nosotras señora ― manifestó Bianca feliz.
―No me den tanto las gracias, estoy haciendo lo que un día mis padres hicieron por mi hace muchos años y como no tengo hijos, las ayudare a ustedes y no me llamen señora, díganme Ágata.
― ¿Eso quiere decir que se escapó con su novia? ― pregunto Bianca llena de curiosidad.
―Sí, pero eso fue hace muchos años.
― ¿En dónde está su pareja? ― continuo Bianca con su interrogatorio.
―Me abandono hace muchos años ― respondio con toda la tranquilidad que la experiencia a lo largos de los años de soledad y abandono le habían otorgado.
― ¿Porque? ― prosiguió con las preguntas, mientras Carla miraba a su novia nerviosa y preocupada de que provocara que Ágata se enojara o se entristeciera al rememorar viejos recuerdos.
―Porque en aquellos tiempos no era como ahora. La gente que nos conocía y las que no, hablaba a nuestra espalda o nos gritaban cosas como “tortilleras” o “machorras” cuando salíamos a la calle y nos tomábamos de la mano. Ella no lo soporto mucho tiempo, al principio se mostró fuerte, pero conforme pasaban los años y sus padres seguían sin buscarla, se fue. Se marchó un día en el que yo estaba trabajando y ella se había quedado en casa.
―Qué triste ― dijeron Bianca y Carla.
―Lo fue, pero ya paso hace mucho tiempo.
― ¿Que fue de ella? ¿Sabe dónde está? ― pregunto Carla.
―No sé qué habrá sido de ella, supongo que se casó y tuvo hijos. La verdad es que no tengo idea de donde este.
― ¿La buscaste? ― cuestiono Bianca.
―No, no tenía caso. Ella no iba a volver a si le suplicara de rodillas.
Las tres se quedaron en silencio, Bianca y Carla sintieron pena por la mujer, pero Ágata les dedico una sonrisa, al parecer ya no le dolía, aquello tan solo era un recuerdo de hace muchos años.
Ágata era la primera vez que compartía su historia de amor con otras personas. En su momento, solo algunos vecinos que vieron marchar a Dalila y los que preguntaron al no verla, fueron los únicos que supieron que se había marchado, pero solo fueron unos cuantos a los que no les importaba que Ágata y Dalila se amaran. Conforme el tiempo paso, aquellos que la ignoraban o despreciaban por ser lesbiana, al ver que continuaba sola, se dignaron a devolverle el habla y Ágata solo les respondio por educación y nada más. En el trabajo nunca hablo de su vida, solo sabían que era soltera y que continuaba siendolo pese a que le hubieran presentado personas, hombres en específico, los cuales ella rechazaba o simplemente no iba a las citas acordadas sabiendo lo que le esperaba.
― ¿Cuantos años tenían? ― pregunto Carla.
―Diecisiete años, fue en un arrebato que le propuse se escapara conmigo y acepto. Ni siquiera lo pensamos ninguna de las dos, el deseo nos impulsó simplemente a hacerlo y luego vine aquí tan asustada como ustedes, pero les hablé a mis padres con la verdad en la palma de mi mano.
― ¿Y qué le dijeron? ― quiso saber Carla.
―Creo que desde que era muy chica se dieron cuenta de que yo no actuaba, ni vestía como las niñas de mi edad. Odiaba que mi madre me pusiera vestidos y amaba los pantalones. Pero me gusta ver a las mujeres con vestidos, menos yo ― sonrió, hizo una pausa y continuo ―. Al igual que yo tuvieron miedo, pero me aceptaron, nos aceptaron a las dos. En ese entonces, mi hermano mayor hacía unos meses se había ido a los estados unidos de mojado y no querían perder a su otra hija.
― ¿La siguieron tratando igual?
―Sí, nunca nos dijeron nada despectivo. Solo que, en ese momento, ambas tuvimos que empezar a trabajar y tener responsabilidades de adulto que hasta ese entonces no habíamos tenido.
― ¿La extraña? ― le pregunto Bianca.
―La extrañe hace algunos años atras, ahora ya no. Ahora solo es un recuerdo, parte de mi pasado.
― ¿Y no tiene novia? ― inquirió Carla llena de curiosidad.
― ¿Crees que a mi edad puedo tener novia?
―Uno nunca sabe.
―Yo creo que a mi edad solo se puede tener amantes, el amor solo sucede una vez.
―Entonces ¿Tiene una amante? ― cuestiono Bianca.
―No, tampoco. No tengo tiempo ni ganas para eso.
Carla y Bianca se miraron entre ellas como pensando si creerle o no a Ágata, que pese a su edad y canas, aún tenía algo de encanto.
―No le creemos nada ―dijeron las dos al unísono.
― ¡Chamacas atrevidas! ― exclamo Ágata sonriendo, luego dio un bostezo.
Sin darse cuenta eran las diez de la noche y ella por lo general a las nueve con pocos minutos ya estaba en la cama, pero ahora con Carla y Bianca los minutos se le habían pasado demasiado rápido.
―Es tarde, me voy a dormir. Ustedes deberían hacer lo mismo. Mañana tenemos que levantarnos temprano ― dijo ágata poniéndose de pie y tras ella Carla y Bianca ―. Suban a la habitación, yo apagare las luces.
―De acuerdo, buenas noches ― se despidió Carla.
―Buenas noches.
―Hasta mañana ― le dijo Bianca.
―Hasta mañana.
Una vez que las jóvenes subieron, Ágata comenzó a revisar las cerraduras de la puerta de la casa. Así como tambien las ventanas, pese a la confianza que les había dado a Carla y Bianca, debía de asegurarse de que no hubieran violado las cerraduras o roto algún cristal. Para su alivio, las chicas le habían dicho la verdad, nada estaba roto y las cerraduras estaban intacta, seguramente ella se olvidó de cerrar a puerta esa mañana antes de irse a trabajar y le echo la culpa a los años de su pérdida de memoria.
Una vez apagar las luces, se dirigió al baño para darse una ducha, ni siquiera se molestó en ir a su habitación primero por algo de ropa, pues las luces en la habitación que ocupaban sus invitadas ya estaba apagada, no tendría problemas en salir en vuelta en una toalla a su cuarto. De haber estado sola, habría salido desnuda como lo hacía siempre, pero ahora con dos desconocidas en casa y más jóvenes, le daría vergüenza que vieran su piel ya marchita, una piel que solo conoció el roce de un par de manos que la marcaron de por vida.
Una vez acostada en su cama, se preguntó por Dalila, sobre qué sería de su vida después de que la abandonara y la dejara esperándola toda una noche en el porche de la casa de sus padres a que volviera, pero nunca jamás regreso. Dalila fue lo mejor de su vida y la juventud su más preciado tesoro, ahora solo le quedaba remontar a ellos de vez en cuando y recordar que solamente una vez, amo en la vida.
― ¿Deberíamos llamar o solo enviarle un mensaje de voz? ― le pregunto Bianca a Carla una vez que estaban en la habitación, acostadas en la cama y con las luces apagadas.
―Un mensaje de voz, sería lo mejor. Estoy segura de que deben estar histéricas a pesar de haberles dejado una carta.
Apenas enviar un mensaje cada quien, a sus respectivas madres, no tardaron mucho en recibir una respuesta, con sus voces llenas de llantos y sollozos, mientras les pedían que volvieran. Pero ellas estaban firmes en su decisión de no volver, iban a defender su amor hasta el final.
++
Todo comenzó cuando Bianca y sus padres se mudaron al vecindario en el cual Carla había nacido y crecido. Bianca no estaba muy feliz de haber dejado su escuela, sus amigas y sobre todo a la chica que le gustaba, que hasta ese momento nunca logro hablarle, ya que se ponía muy nerviosa cada que la tenía cerca y nunca reunió el valor suficiente para hablarle.
Entonces, malhumorada en su nuevo vecindario, sintiéndose una extraña y ajena a aquel lugar, se topó con los ojos café claro de Carla, que la miraba desde el otro lado de su patio, con una sonrisa de dientes completos y perfectos. En el momento en el que Bianca la vio, su corazón palpito diferente y le pareció la chica más guapa de todo el universo, la fulanita de la preparatoria que le gustaba quedo olvidada en cuanto miro a Carla y sus ojos tuvieron un nuevo objetivo.
Carla al ver que la chica que se acababa de mudar le sonreía de manera deslumbrante, se acercó hasta ella sin dudas y sin temor, pensando que era una suerte que una chica tan bonita le sonriera y fuera su vecina, ni más ni menos que la de al lado.
― ¡Hola! ― la saludo al llegar ― ¿Cómo te llamas?
―Bianca ¿Y tú?
―Carla.
Con esas pocas palabras ellas iniciaron su amistad, pero lo que sucedió al paso de los días fue algo apoteósico, las dos se sentían más atraída que un imán, mucho más que una abeja hacia el néctar de la flor y mucho más que un borracho al alcohol. Ellas se sentían así, de esa manera y cada vez menos podían dejar de tocarse, necesitaban por lo menos un mínimo rose de sus manos. Cuando los meses fueron pasando, el beso ocurrió de la manera menos imaginada o al menos no esperaban que ocurriera de una pequeña desgracia que le ocurriera a Bianca mientras jugaban.
A ambas les gustaba correr, perseguirse la una a la otra y terminar atrapadas la una en los brazos de la otra, un juego inocente pero cargado de un intenso deseo de llegar más allá de lo que su piel podía tocar por encima de sus ropas. En uno de esos juegos, Bianca tropezó, se cayó y se raspo la rodilla, la cual comenzó a sangrar y Carla se sintió terriblemente culpable por ocasionar que la piel de la chica de la que estaba enamorada, se mancillara sin que ella pudiera evitarlo.
― ¿Te duele? ― le pregunto Carla acercándose a Bianca rapidamente.
―Un poco ― admitió mirando su raspón.
―Seguro que con un beso deja de dolerte ― dijo Carla aproximando sus labios a la reciente herida.
―No, ahí no ― comenzó a protestar Bianca.
Sin embargo, el beso de Carla fue depositado en una zona cercana de la herida, entonces, Bianca permitió que Carla dejara todos los que quisiera en donde quisiera, después, Bianca fue indicándole con su dedo índice a Carla donde quería tener sus labios tocando su piel. De la rodilla subió, al brazo y de allí a su mejilla, con los rostros tan cerca, se miraron a los ojos con intensidad y sin pensarlo, simplemente dejándose llevar por lo que sentían, acercaron sus labios, dándose de esa forma su primer beso que las lleno de alegría y de mariposas revoloteando dentro de su estómago. La sensación más maravillosa y bonita que experimentaban en su corta vida.
A partir de ese primer beso vinieron más, pues ansiaban sentir la extraña y maravillosa sensación que sentían al probar los labios de la otra, era el más puro placer de los placeres, algo místico y celestial. En esos momentos no había necesidad de palabras para transmitir lo que sentían, solo ocurría y nada más. Era como si estuvieran sincronizadas o su deseo fuera el mismo y en la misma orden de urgencia y necesidad.
Carla comenzó a ser detallista con Bianca, regalos pequeños que hacían que Bianca se sintiera aún más atraída por ella y que ansiara estar a solas para comerse esa boca que tanto le gustaba, pero solo podían besarse en los baños de la preparatoria o bien cuando se encerraban en una de las habitaciones de sus casas. Odiaban el hecho de nunca estar solas, porque con la presencia de sus padres, pocas veces podían llegar al siguiente nivel.
A pesar de los besos y de su deseo de ir más allá, temían que sus progenitores las descubrieran, pues los padres de Bianca eran súper religiosos y fanáticos de la iglesia pentecostés, así que siempre hacían que su hija se vistiera de una manera demasiado conservadora, pero ese no fue impedimento para que Carla viera en ella todos sus atributos femeninos y que quedar prendada de Bianca desde el instante en que la vio. 

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