Capítulo 3

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― ¿Con quién hablabas? ― le pregunto Carla a Bianca cuando entro a la habitación.
―Con mi mamá.
―Y ese milagro.
―Quería hablarle y contarle de lo que me habías hecho hoy. Pero creo que papá llego y ya no pudimos continuar conversando. Se quedó callada y ya no respondio, así que colgué.
―Tu padre es un poco malhumorado y homofóbico.
―Por eso es que no le hablo a mi mamá, de hacerlo no se lo quitaría de encima y ella me estaría presionando para que le diga dónde está. Y no quiero que nos encuentren y nos separen.
―No pueden hacerlo, somos mayor de edad y si nos casamos, mucho menos.
Bianca miro a Carla al rostro con los ojos llenos de ilusión.
― ¿Quieres casarte? ¿De verdad? ― inquirió Bianca mirando a Carla con ojos de borrego a medio morir.
― ¿Te casarías conmigo?
― ¡Siiii! Si me he fugado contigo sin importarme nada, casarnos es lo menos peligroso y arriesgado que haría ― y se lanzó a los brazos de Carla.
―Entonces en estos días iremos a averiguar que necesitamos ― le dio un beso en la frente ―. Voy a darme una ducha ― anuncio apartándose de Bianca para buscar ropa interior y una toalla.
Carla salió de la ducha en bragas y con la toalla atravesada sobre sus hombros, cuando Bianca la vio, no le agrado mucho la idea de pensar que Ágata pudiera verla en esa forma y se puso celosa.
― ¿Porque has salido así del baño? ― inquirió Bianca molesta, pero sin evitar dejar de ver el cuerpo de la mujer que amaba y deseaba en ese momento ―. Ágata puede verte.
―Que va, esa viejita ya debe de estar en el quinto sueño ― dijo mientras terminaba de secarse el cabello, para acontinuacion acomodar la toalla en su lugar.
Carla dio un salto cuando las manos de Bianca se posaron sobre sus senos, aquello era la más clara invitación que demostraba cuando quería tener sexo y el modo más fácil en el que Carla sucumbía a ella.
―No me gusta la idea de que Ágata te mire, este cuerpo es mío ― le susurró al oído, para luego morderle la oreja.
―Ella nunca nos ha mirado de forma deseosa.
―Lo sé, pero no me agrada la idea de que pueda verte. No es tu madre ni la mía.
Carla cerro los ojos al sentir como las manos de Bianca se cerraban entorno a sus senos y su lengua recorría su oreja de la forma en que sabía la haría estremecer. Luego, una de sus manos abandonaba un pecho para comenzar a deslizarse sobre el abdomen de Carla, que volvió a estremecerse ante la caricia de su mano, que ascendía y descendía de manera lenta, provocándola y excitándola.
―Me encantas, Carla ― le dijo Bianca al oído ―. Me gusta mucho como te ves en ropa interior y sin ella.
La mano de Bianca descendió esta vez hasta colarse dentro de las bragas de Carla y alcanzo su sexo, el cual ya se encontraba húmedo y cálido, la sensación en sus dedos la hizo estremecer junto a Carla cuando comenzó a acariciarla. Carla abrió un poco más las piernas y dejo que Bianca continuara su exploración en ella, no era la primera vez que lo hacían, pero si la primera en que lo estaban haciendo de pie y le estaba gustando la experiencia.
Bianca alcanzaba perfectamente el clítoris de Carla, así que comenzó a mover sus dedos suavemente alrededor de él, provocando que Carla suspirara y se entregara por completo a su amante, que la sujeto fuerte de la cintura cuando comenzó a sentir que el orgasmo de Carla se acercaba conforme el ritmo y la velocidad de sus caderas aumentaban al compás de sus dedos.
―Silencio, que Ágata puede oírnos ― le pidió Bianca a Carla cuando dejó escapar un gemido y ya sabía que tras el primero vendrían otros más.
Tal y como Bianca lo espero, Carla se vino varias veces, después de hacerlo de pie, fueron a la cama en donde esta ocasión fue Bianca la que recibio placer.
―Este ha sido mi mejor cumpleaños ― manifestó Bianca desnuda sobre la cama abrazada a Carla ―. Siempre quise hacer el amor contigo en la noche de mi cumpleaños y amanecer juntas, así, de esta forma en la que estamos ahora.
―Pervertida ― se burló Carla.
― ¿Me vas a decir que tú nunca te lo imaginaste? ― inquirió mordiéndole un seno y Carla daba un brinco, mientras intentaba sacudírsela.
― ¡Eso duele! ― se quejó.
―Responde ― exigió Bianca.
―Sí, sí, sí. Yo tambien lo imagine. Cada noche lo quería ― admitió con esa sonrisa que deslumbro a Bianca la primera vez que la vio.
Al día siguiente se levantaron de un amoroso que para Ágata no pasó desapercibido, ella había sido joven y enamorada, sabía lo que había ocurrido anoche en aquellas paredes, no había necesidad que lo dijeran, sus actos reflejaban el amor y la pasión se desbordaba en sus ojos, una pasión que hacía mucho en Ágata se había apagado.
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Dos semanas más tarde, Carla y Bianca fueron al registro civil para saber qué era lo que necesitaban para casarse por lo civil, a Ágata no le tomó por sorpresa su decisión. Ella hubiera hecho lo mismo si en aquel tiempo se hubieran permitido las bodas entre parejas del mismo sexo.
Aunque quizá por un lado estuvo bien que no existieran y el que no lo hubieran llevado acabo, pues Dalila no hubiera podido irse tan fácil de su vida para hacer una nueva historia con alguien más, al final, su miedo había sido más grande que su amor o quizas no la había amado lo suficiente para quedarse a su lado.
Como era de esperarse, Ágata fue una de las cuatro testigos que necesitaban Carla y Bianca, quienes se casaron en el registro civil en cuanto tuvieron reunido todos los requisitos. Tras terminar la ceremonia, las recién casadas acompañadas de las testigos, a modo de celebración, se fueron a comer a un pequeño restaurante.
En su aura de felicidad, Carla y Bianca no dejaban de ver sus manos en las que llevaban ahora unas sencillas argollas de matrimonio de plata, las cuales Ágata contribuyo con las jóvenes para que pudieran ser adquiridas. A su madura edad, contaba con un pequeño ahorro y se podía permitir de vez en cuando un gasto fuera de lo establecido. La felicidad de aquellas jóvenes, se había convertido en alguna forma en la de Ágata también.
Días después Dalila se enteró de que su única hija se había casado con otra mujer, casi se le detiene el corazón cuando Bianca se lo conto, pero tampoco podía juzgarla, ella en su tiempo también se había enamorada perdidamente de una mujer, pero su miedo la llevo a alejarse de la persona que amaba o que quizas por la que aún sentía algo. En cambio, su hija, era más valiente y el mundo había cambiado lo suficiente para que Bianca y Carla, vivieran su amor. Sin embargo, algunas personas, como por ejemplo su esposo, no apoyaban la homosexualidad, ni nada de la comunidad lgbtq y Dalila no podía hacer ni decir nada a favor de su hija. Por eso en el fondo, se encontraba más tranquila con su hija lejos de su propio hogar, aunque deseara abrazarla y tenerla cerca, lo mejor era que estuviera lejos por el momento.
A pesar de los años que habían pasado sin siquiera saber nada de Ágata, cada que Dalila tenía la oportunidad de conversar con su hija a través de una llamada, preguntaba disimuladamente por Ágata, la respuesta de Bianca siempre era la misma, que pasaba todo el día trabajando, que descansaba los domingos y que solo salía de compras en su día libre y regresaba a casa para hacer los deberes del hogar y luego leer.
Sin embargo, en su llamada más reciente, Bianca le dijo a Dalila que Ágata tendría vacaciones pronto, pero no se alegraba mucho de tener días libres, pues decía que se aburría demasiado sin ocuparse en algo y que solo le gustaba dormir.
Habían pasado varios días desde que Bianca le dijera a Dalila que Ágata tendría vacaciones, pero una noche, Bianca se quejó internamente de que deseaba también unas vacaciones pagadas como las de Ágata. Deseo ya no ser una adulta e independiente, sino que anhelo volver a estar en casa con sus padres, sin ninguna preocupación. Pero luego recordaba a Carla semidesnuda o desnuda y aquel pesar se le olvidaba, volviendo a ser feliz lejos del techo de sus progenitores.
Mientras que Dalila cada día que pasaba deseaba ver a su hija y muy secretamente en un rincón de su memoria también tenía la curiosidad de volver a mirar a Ágata. Quería observar con sus propios ojos lo que los años habían hecho de ella, al tiempo que deseaba pedirle una disculpa por la mera en que la abandono y la dejo aquel día. Quizas era tarde, muy tarde, pero al menos necesitaba decírselo y saber si la odiaba o nunca fue capaz de hacerlo.
Dalila tenía el fuerte impulso y deseo de dirigirse a casa de Ágata, ahora que sabía que su ex amante se encontraba de vacaciones. De esa forma, tendría la oportunidad de hablar con ella y pedirle perdón sin tener la presencia de su hija, que ni siquiera tenía el conocimiento de que ella alguna vez también se enamoró de una mujer.
Dalila sabía perfectamente que aquello sería remover el pasado y el dolor, pero era algo que le debía a Ágata. Se merecía una disculpa por dejarla sin siquiera haberle dicho nada, por haberse marchado con su corazón y dejarla sufriendo y llorando, porque a pesar de todo, Dalila conoció a la mujer que era Ágata en aquel entonces, sabía lo sentimental que era y que seguramente le lloro cada noche, hasta que en algún momento debió de cansarse de hacerlo y comenzó a olvidarla. Olvido que se había ganado.  
Después de darle tantas vueltas a la cabeza, una mañana del martes en que su esposo no estaba y no iría almorzar, Dalila subió a su auto y partió rumbo a la casa que dejo años atras. Dalila conocía el camino a la perfección, aunque todo estaba cambiado, sabía que ruta seguir y a donde dirigirse exactamente. Luego de dos horas de camino, la casa en la que alguna vez viviera se vislumbró al fondo del vecindario, con el mismo color de siempre.
Dalila estaciono el auto y bajo de el con calma, observando con melancolía aquel hogar en el que fue feliz por un tiempo, antes de sentir miedo e inseguridad sobre su futuro junto a Ágata. Camino y subió los dos peldaños que daban al porche de la casa, un poco insegura de que Ágata estuviera allí, ya que no se escuchaba ningún ruido proveniente de adentro, todo permanecía en perfecto silencio.
Dalila echo un vistazo a su alrededor por si miraba a alguien a quien preguntar por la dueña de la casa, pero no vio a nadie, así que sin quedarle más opción, toco a la puerta, rogando al cielo que no fuera Ágata la mujer que le había dado asilo a su hija, pues aunque en un principio deseo verla, ahora que cabía la posibilidad de estar frente a ella le daba miedo enfrentarla, temor de que Ágata la tratase mal y no aceptara las disculpas que ella ofrecía desde el fondo de su corazón.
Adentro, Ágata sentada cómodamente en uno de los sillones de la pequeña sala de su casa, leyendo un libro. Estaba totalmente sumergida en la historia de drama entre dos mujeres.
Desde que se quedara sola había comenzado a leer para distraerse, de vez en cuando compraba libros y cuando no tenía la oportunidad de darse ese pequeño lujo, volvía a releer los que ya tenía. Justamente se encontraba haciendo eso, cuando escucho que tocaban a la puerta, sorprendiéndola de que alguien llamara, con pereza y curiosidad de saber quién era, se levantó del sillón y se dirigió a abrir.
Fiel a su costumbre, Ágata abrió solo un poco la puerta para ver de quien se trataba y se le detuvo el corazón cuando vio a la mujer que estaba del otro lado. Miles de recuerdos vinieron a su mente de golpe, así como también la tristeza y la amargura. Nunca espero volver a verla, sin embargo, la vida había decido hacer que se encontraran una vez más.
Pasado el asombro, Ágata se permitió observarla, a pesar de los años, Dalila continuaba siendo hermosa, una mujer madura y a Ágata no le sorprendió el que su corazón ya no latiera como antaño por ella y respiro aliviada. Observo que tenía el cabello teñido al tono más parecido al suyo, que vestía bien y que habia venido en auto, el cual podía vislumbrar desde donde estaba. Sin duda, Dalila era ahora una mujer muy diferente de la que se marchó.
Dalila no se había equivocado en sus deducciones, nadie en su sano juicio hubiera podido darles alojo a dos jóvenes desconocidas más que Ágata. Miro a la que fue su amante con atención, su rostro de sorpresa fue evidente y la cautela que había en ella era palpable. Continuaba siendo delgada, el cabello que una vez fuera negro ahora era gris, aquel brillo de amor y pasión que una vez vio en sus ojos, se había apagado volviéndolos tristes. Sus ropas seguían siendo la habitual, pantalones, playeras y zapatos cómodos, solo que ahora era una adulta.

Ambas se quedaron mirándose, sin poder creer que estuvieran de nueva cuenta una delante de la otra. Dalila pensó que en cuanto Ágata la viera, comenzaría a insultarla y le azotaría la puerta en las narices, pero no hizo nada de lo que se imaginó. Para Dalila fue como volver a verla por primera vez en la secundaria o como cuando se vieron desnudas por primera vez, así de impactante fue mirarla de nuevo tras muchos años.

Ahora que la tenía de frente, fue más fácil para Dalila rememorar aquella primera vez en que hicieron el amor en aquella casa, una tarde en la que los padres de Ágata habían salido, dejándolas a solas supuestamente arreglando la habitación.
Todo comenzó con un simple beso cuando se dispusieron a tomar un descanso. Ágata se había dejado caer de espaldas en su cama y se había quitado los zapatos para una mejor relajación. Dalila continuaba sentada en el suelo, pero al verla acostada sobre la cama con los brazos debajo de su cabeza, se levantó de donde estaba, subió a la cama y se sentó ahorcajadas sobre Ágata, no pudo evitar el impulso de hacerlo, pues el modo en que Ágata se encontraba echada sobre la cama le pareció tremendamente atractiva, que no pudo evitar sentarse sobre ella y contemplarla a gusto.
Ágata se sonrojo ante aquella intensa mirada, mientras que a la vez, su bajo vientre comenzaba a calentarse al sentir a Dalila sentada sobre ella, sintiendo su calor. Ágata comenzó a deslizar sus manos por las piernas de Dalila de forma lenta, quien no pudo evitar sentir la misma sensación de calor entre sus piernas, dejándose llevar por el deseo. Dalila la beso en los labios y Ágata le rodeo la cintura con sus manos, deseando estar muy cerca y dentro de ella.
―Quiero hacerlo contigo ― dijo Dalila cuando termino el beso que hizo que sus bragas se humedecieran y transmitieran su estado de excitación a Ágata.
―Yo también.
― ¿Nos desnudamos a la vez? Prenda por prenda ― propuso Dalila y Ágata asintió.
Dalila se quitó de encima para darle el espacio necesario Ágata para que pudiera ponerse de pie. Una vez una frente a la otra, comenzaron por quitarse la blusa, después Ágata se quitó el pantalón y Dalila su falda, quedándose solamente en ropa interior.
Ambas se dedicaron una breve mirada mientras sus mejillas se ponían rojas, pero el deseo de sentirse seguía creciendo.
― ¿Continuamos? ― pregunto Ágata con voz baja y algo temerosa de que Dalila se arrepintiera.
― ¿Tienes miedo?
―No, quizá... un poco de pena ― reconoció Ágata.
Entonces, Dalila acorto la distancia que las separaba y la abrazo, fue uno largo y tranquilizador. Ágata respiro hondo y a su paso, aspiro el aroma de la mujer que amaba, hundió el rostro en su cuello y comenzó a dejar pequeños besos. Las manos de Dalila no perdieron tiempo y comenzaron a desabrochar el sostén de Ágata, que comenzó a relajarse y dejar que Dalila la desnudara. Ágata también inicio a realizar lo mismo, mientras no dejaba de besarle el cuello y de estremecerse de deseo y anticipación de lo que sucedería.
Una vez que estuvieron libres de sostenes, sus pechos entraron en contacto, permitiéndoles sentir su calor corporal por completo. Se miraron a los ojos unos instantes y se besaron en los labios, mientras sus manos comenzaban a descender hacia el elástico de sus bragas. Se apartaron y en un movimiento rápido, cada una se deshizo de las suyas, quedándose desnudas por completo ante los ojos de la otra.
Los ojos de ambas se posaron en el cuerpo de la otra con curiosidad y deseo, el pudor seguía estando allí, pero la curiosidad de verse y amarse era más grande que cualquiera de sus temores. Con el cuerpo temblando de emoción juntaron sus cuerpos en un abrazo, permitiendo que de esta forma sus cuerpos completamente desnudos entraran en contacto una vez más. La sensación fue maravillosa y Dalila respiro el aroma del champú del cabello de Ágata que tanto le gustaba.
―Me gusta como huele tu cabello ― le susurro Dalila a Ágata junto al oído.
Con pasos torpes llegaron hasta la cama sin deshacer el abrazo, Ágata quedo encima de Dalila, se miraron a los ojos y se fundieron en un beso mientras sus cuerpos se frotaban entre sí, experimentando la agradable, placentera y excitante sensación de sus cuerpos en fusión, un nuevo descubrimiento entre las dos como pareja y su primera experiencia sexual.
Ágata, libre de pudor, fue quien tomo la iniciativa de explorar el cuerpo de la mujer que amaba, sus manos se movieron despacio por la cálida y suave piel de Dalila, que se hallaba entregada plenamente a las sensaciones que Ágata le estaba proporcionando con el trémulo roce de sus dedos, que aun tímidos, se atrevían a recorrerla para conocerla mejor ahora en la intimidad. 
―Mi turno ― dijo Dalila cuando Ágata ya había recorrido su cuerpo por entero entre besos y caricias.
Ágata dócilmente se acostó en el lugar que Dalila había dejado y comenzó a sentir las manos y boca de su amante por su cuerpo, que se estremecía ante las caricias de Dalila, un simple toque sobre su piel y la encendía cada vez un poco más, era como estar en medio de un volcán con toda la lava cubriéndole la piel.
―Ahora quiero sentir esto ― le dijo Dalila mirándola a los ojos mientras dos de sus dedos se abrían paso en el húmedo y cálido sexo de Ágata, que abrió los ojos ante la sorpresiva invasión de Dalila en su ser.
Ágata se estremeció ante la caricia y Dalila la sintió sacudirse debajo de ella, al tiempo que cerraba los ojos y dejaba escapar un bajo gemido, que hizo sentir a Ágata avergonzada, pero no pudo evitarlo y conforme las caricias iban en aumento en zonas más sensibles, la respiración de Ágata estaba volviendo rápida.
―Ahí ― le indico a Dalila ―. Más rápido.
Dalila hizo lo que Ágata le pidió y de pronto las caderas de su novia se movieron incontrolables contra su mano y sus fluidos la empapaban aun más. Sus ojos se posaron en el rostro de Ágata y la miro hasta que no dejo de estremecerse ante los últimos espasmos de su orgasmo. Era preciosa. 

Dalila se sorprendió al recordar aquella escena tan vivida en que la habían llevado sus recuerdos, sin duda era uno de los momentos que no olvidaría jamás a pesar de los años transcurridos. Su primera vez había sido maravillosa y aquel rostro que miraba tras varios años, seguía siendo igual de hermoso, pese a las arrugas y las canas.
El silencio que hubo entre ellas fue demasiado largo, Ágata creía que la presencia de Dalila era un espejismo o que estaba soñando como muchas otras veces en que se dormía sin darse cuenta. De vez en cuando su inconsciente la hacía soñar con la única mujer que amo, ya que muchas veces sus sueños eran ilógicos y esa podía ser una gran posibilidad, porque ¿Que tendría que estar haciendo Dalila allí luego de tantos años? A menos que su presentimiento fuera cierto, que aquella misma expresión de miedo en Bianca era una herencia genética.
Dalila seguía aguardando con cautela la reacción de Ágata, pero esta parecía ya no tener ninguna o es que verdaderamente se encontraba demasiado confundida ante su presencia, pues Ágata seguía mirándola como si se tratara de un sueño o de un espejismo, aunque ya no había viveza en aquello ojos, solo soledad.
―Hola ― se atrevió a decir Dalila al ver que Ágata no hablaba.
―Hola ― respondio en voz baja.
―Ya sé que no esperabas mi visita, pero, quiero ver a Bianca. Ella y Carla están aquí ¿Verdad?
―Sí.
― ¿Estoy molestando o interrumpiendo algo?
―No, nada. Pasa ― le dijo haciéndose a un lado.
Dalila no había esperado que la dejara entrar, imagino que solo hablarían brevemente en el porche de la casa y que Ágata la trataría fríamente. Sin embargo, Ágata no estaba siendo ni cálida ni fría, simplemente estaba siendo amable y nada más. Aunque en el fondo, Dalila deseo que Ágata la hubiera abrazado y dijera que la había extrañado, pero aquello era imposible, pues se había marchado rompiéndole el corazón hacía muchos años.
Dalila cruzo la puerta de aquella casa una vez más y le sorprendió ver que todo seguía exactamente igual, a excepción de que había otros sillones, pero por lo demás todo seguía idéntico, era como si nunca hubiera pasado el tiempo.
― ¿Cómo supiste que era mi hija? ― le pregunto Dalila apenas cruzar la puerta y de que sus ojos viajaran por la casa.
―Toma asiento ―le ofreció ―. ¿Quieres agua?
―Sí, por favor. Si no es mucha molestia.
―No sabía que era tu hija ― hablo Ágata mientras le servía el agua a Dalila ―. Solo vi que tenía un aire parecido a tu edad. Sus ojos temerosos y algunos gestos me recordaron a ti, pero ni siquiera tenía idea de que fuera tu hija.
―Gracias ― dijo Dalila tomando el vaso de agua, bebiendo de inmediato. Se moría de sed.
―Sin embargo, cuando dijo su nombre, me recordó a aquel que hablamos alguna vez hace muchos años tu y yo.
― ¿Solo por eso las dejaste quedarse?
―Tal vez ― respondio Ágata encogiéndose de hombros tomando asiento en uno de los sillones ―. La verdadera razón fue porque las vi perdidas y sin saber qué hacer. Me recordaron a ti y a mí. Hubiera hecho lo mismo con cualquiera que hubiera estado en su situación.
―Gracias por recibirla en tu casa y cuidar de ella.
―No me des las gracias.
Dalila miro intensamente a Ágata a los ojos y aunque deseo hundirse en ellos, Ágata no se lo permitió, la conexión que había entre ellas se había perdido y Dalila no la culpo.
―Lo siento ― dijo Dalila con el corazón en la mano ofreciéndoselo invisiblemente a Ágata ―. Discúlpame por haberte dejado de esa manera.
―No tienes por qué disculparte. Eso paso hace mucho tiempo. Supongo que eso fue lo que deseabas más.
―Yo necesito hacerlo ― susurro.
―Para tu tranquilidad y paz mental, quiero que sepas que no te odio, ni te guardo rencor. Hace mucho que deje de sentir eso hacia ti, no tenía caso y solo me hacía daño a mí misma. Fue un proceso que me llevo años, pero el tiempo todo lo cura. Como dice el dicho, no hay mal que dure cien años.
Esta vez Ágata permitió que Dalila la mirara a los ojos y comprobara por ella misma que lo que le decía era verdad, ya no la amaba, ni la odiaba y Dalila deseo por lo menos recibir odio de parte de Ágata, de esa forma, sus ojos podrían tener alguna chispa, no que ahora, no había nada, se hallaban vacíos, como a la espera del final de sus días y nada más.
― ¿Porque no buscaste una pareja? ― pregunto Dalila sin pensar.
―Veo que Bianca te tiene muy bien informada de mi vida.
―Lo siento. Eras joven para volver a tener una pareja.
―Tal vez, pero realmente solamente una vez se ama, Dalila ― dijo mirándola a los ojos ―. La mayoría de las personas cree que es amor la segunda vez en que se fijan en alguien, se unen a personas convencidas de que están enamoradas, cuando lo que realmente sienten es miedo de estar solas. Es como si tuviera un vaso y decidiera llenarlo de cualquier cosa, menos de lo que me gusta, de que me serviría que esté lleno, sino me apetece beber su contenido. Lo prefiero vacío a no tener que beber lo que no me gusta. 
― ¿Lo dices por mí?
―No, lo dije por mí.
Dalila sintió que aquello que había dicho fue para ella, pues era exactamente lo que había hecho. Llenar un vaso con lo que menos le gustaba beber, pero no había muerto de sed. En cambio, Ágata había marchitado sola y sin nadie a su lado.
Se quedaron calladas mirando cualquier lugar menos a ellas mismas. Realmente aquello no había sido dirigido directamente a Dalila, pero vaya que si necesito decirle que había preferido llenar su vaso con cualquier cosa menos con lo que de verdad le gustaba. Pero cada quien su vida y Dalila había elegido la más cómoda y segura.
― ¿Puedes llevarme a donde esta Bianca y su novia trabajando? ― pregunto luego de su largo silencio.
―Esposa ― corrigió Ágata.
― ¿De verdad se casaron?
―Sí, lo hicieron.
Dalila se llevó una mano a la boca llena de verdadera preocupación, cuando Bianca se lo dijo, creyó que solo era algo para molestarla, pero ahora que lo escuchaba de boca de Ágata, sonaba muy real y no pudo evitar que de sus ojos escaparan algunas lágrimas, se había perdido la boda de su hija.
― ¿Cuándo se casaron?
―Hace un mes más o menos. Ustedes la orillaron a eso, si hubieran sido comprensivos con ellas, ahora estarían cerca de ustedes. Sobre todo, tu. Tu mejor que nadie sabes cómo era sentirse mirada diferente.
― ¡Yo la amo! Sea como sea es mi hija y la quiero.
― ¡Pues no la defendiste!
―Su padre...
―Un idiota religioso, que es más pecaminoso que tú y yo juntas, que se cree con el derecho de juzgar a los demás, de hacer que obedezcan y sigan reglas sin importarle realmente el sentimiento de amor. A su dios benigno lo hacen parecer horroroso con sus acciones y es una pena que hagan eso escudándose de algo que no puede hablar.
Dalila se puso a llorar, lo que Ágata le decía era cierto, como madre no había hecho nada para defender a Bianca, solo dejo que su esposo le gritara y regañara por su inclinación sexual. No tuvo el valor de ponerle un alto y ahora pagaba las consecuencias.
―Bueno supongo que para eso lo educaron a él y a ti para acatar lo que dice tu esposo.  Llorando no arreglaras nada y lo sabes.
―Lo sé. Pero prefiero que ella este lejos, creo que esta mejor aquí, contigo ― reconoció secándose las lágrimas.
―Deja de llorar, no querrás que ella te vea así ¿Verdad?
―No ¿Me llevaras a verla?
―Por supuesto.
―Gracias.

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