Capítulo 6

129 29 1
                                    

Miguel volvió a casa pisando el acelerador a fondo, una vez en su hogar, se dirigió al lugar en donde escondía el arma que hacía algunos años había heredado de su padre. Una vez tenerla en mano, la cargo con algunas balas, le puso el seguro y la escondió en el auto, cerca de él para tenerla a la mano en cuanto volviera a descender del coche. Nuevamente condujo a esa misma ciudad a la máxima velocidad permitida, imaginando en el merecido que le daría a la machorra aquella por seguir incitando a su mujer al pecado.
Cuando Miguel llego al vecindario de Ágata por segunda vez en el mismo día, el coche de Dalila ya no estaba y su ira se hizo más grande. Miro a todos lados con los ojos desorbitados, para ver si lo vislumbraba estacionado en otro lugar, pero no estaba, así que Miguel decidio esperar, estaba casi seguro de que Dalila volvería en algún momento y no se equivocó. Quince minutos después de que él llegara, el auto de Dalila se acercaba, estacionándose en el mismo lugar de antes.
Dalila y Ágata venían de ver a Bianca y a Carla, pero a diferencia de la primera vez en que se volvieron a ver, esta vez, habían logrado mantener una conversación sin demostrar sus emociones. Por eso no se percataron de Miguel cuando se acercaba a ellas con un arma en las manos. 
―Veo que estas bien acompañada ― declaro Miguel cuando se asomó en la ventanilla del coche de lado de Dalila, quien dio un brinco al escucharlo y verlo. Poniéndose tan blanca como el papel ―. No te da gusto verme ¿No? Ya veo porque no, como estas con esta vieja degenerada ― escupió apuntando con el arma a Ágata.
―Baja el arma, Miguel ― le pidió Dalila con voz temblorosa.
―Tú no eres quien para darme órdenes. Bajen del auto ― les ordeno y ellas hicieron lo que pidió sin decir nada ―. Entremos a la casa.
Miguel apunto a Ágata una vez que salieron del auto y se dirigían hacia la casa. Ellas caminaron por delante y él por detrás asegurándose de que no fueran a escaparse. Cuando entraron a la casa y cerraron la puerta, Miguel le propino un golpe con la cacha de la pistola a Ágata en el rostro que la hizo caer al suelo, mientras que Dalila solo miraba horrorizada llena de impotencia de no poder hacer nada.
―Eso es para que no vuelvas a intentar meterte con mujeres ajenas, sobre todo con la mía ― le espeto Miguel.
―Yo... no.… he hecho nada ― articulo Ágata dolorida, mientras de su rostro comenzaba a brotar sangre y se llevaba las manos a la herida.
―Quédate donde estas, sino quieres que te de tu merecido a ti también ― amenazo a Dalila cuando vio que intentaba acercarse Ágata para ayudarla a levantarse.
―Ella no ha hecho nada ― exclamo Ágata.
― ¿A qué has venido? ― cuestiono Miguel a Dalila ―. Dime la verdad y no me mientas.
―Vine a ver a Bianca.
― ¿Y dónde está ella? Porque aquí no la veo.
―Está trabajando.
― O sea que sabes en donde se ha estado quedando todo este tiempo ― la miro con rabia.
―Han estado viviendo aquí ― confeso Ágata y Miguel le dedico una mirada furiosa.
―No te pregunte a ti estúpida ― le dijo a Ágata para luego volver su atención a Dalila ―. ¿Tu mandaste a tu hija con esta degenerada?
― ¡No!
―Ellas llegaron aquí por casualidad ― hablo de nuevo Ágata ―. Se metieron a mi casa como ladronas.
― ¡Te dije que te callaras! ― grito Miguel dándole un golpe en el estómago con el puño cerrado, justo cuando apenas había conseguido ponerse de pie y Ágata se dobló de dolor.
― ¡Basta! ¡Déjala! ― le suplico Dalila ―. Lo que Ágata dice es verdad.
―Llama a tu hija y dile que venga ― le exigió Miguel.
―No puedes hacer eso, ella es mayor de edad y ya ha decido...
― ¡No me importa! Nos la llevaremos a casa quiera o no.
―Porque...
― ¡Cállate y haz lo que te digo! ― y a punto con su arma a Ágata para amenazar a Dalila e hiciera caso a lo que le decía ―. Hazlo o ella pagara las consecuencias.
Dalila, con manos temblorosas extrajo el celular de su bolso y de inmediato llamo a Bianca, que apenas escuchar la voz de su madre un tanto temblorosa se preocupó. Intuyo que algo ocurría, así no le dijera que era lo que sucedía.
Como era de esperarse, Bianca corrió a contarle a Carla lo que acontecía y luego ambas se dirigieron a Lola, quien escucho atentan la situación y sin quedarle más remedio las dejo irse, pero les pidió estuvieran de vuelta en cuanto se arreglara el asunto.
Carla y Bianca echaron a andar por la acera con pasos rápidos para tomar el bus, pero para su mala suerte, ningún camión de transporte publico paso en esos momentos, así que tuvieron que hacer todo el recorrido a pie hasta la casa de Ágata.
Dalila y Ágata se encontraban con el corazón y el alma en un hilo, pues no sabían de qué manera iba a reaccionar Miguel al ver a Carla si es que llegaba con Bianca, que era lo más probable que sucedería, pues nunca se separaban.
En determinado momento la puerta se abrió dando paso a Carla en primer lugar y a Bianca en segundo. Las tres personas adultas que se hallaban adentro apenas escuchar que se abría la cerradura, giraron sus cabezas para ver a las jóvenes, que no entendían que era lo que ocurría.
Bianca y Carla al ver a Ágata con sangre en el rostro, a Dalila con ojos llorosos y a Miguel con un arma en la mano, de inmediato dedujeron que las cosas no iban bien.
― ¿Que está pasando? ― Bianca se atrevió a preguntar no sin cierto temor en la voz al ver a su padre de una forma en la que no lo había mirado jamás.
―Vine a buscarte a ti y a tu madre para alejarlas de esta mujer ― dijo Miguel señalando a Ágata, que se encontraba sosteniéndose con ambas manos de uno de los sillones, mientras no la perdía de vista y la tenía a centímetros de él.
―Yo no voy a ir contigo ― le dijo Bianca.
―Eres mi hija y debes hacer lo que yo te diga.
― ¡No soy una niña y soy mayor de edad!
―Todo lo que quero para ti es tu bien.
―Pues mi bien es estar con Carla ― dijo tomando la mano de esta que permanecía de pie junto a Bianca ―. No puedes apartarme de ella, estamos casadas, por tanto, es mi esposa y yo la suya.
Cuando Bianca dijo esto, los ojos de Ágata se posaron en el rostro iracundo de Miguel y supo de inmediato lo que su odio contra Carla y el amor entre mujeres lo iba a llevar hacer. Apunto su arma en dirección a Carla y Ágata no dudo ni un segundo en impedir que Miguel accionara la pistola en contra de la joven.
Dalila, Bianca y Carla miraban temerosas la escena, pero antes de que alguna de las tres pudiera reaccionar a tiempo, se oyeron dos disparos, el forcejeo se detuvo y Ágata cayó al suelo, mientras Miguel sostenía el arma con mano temblorosa, pero aun así apunto a Carla quien marcaba a la policía, mientras Bianca se interponía ante la pistola y su esposa.
―Si quieres matarla a ella, debes matarme primero a mí ― dijo Bianca llorando.
―Entonces te prefiero muerta que sufrir esta vergüenza.
Lo que nadie esperaba era que Dalila antes de ser mujer era madre y nadie iba a dañar a lo que más quería en el mundo. Como Miguel estaba tan centrado en su odio, no se dio cuenta cuando Dalila se acercó por detrás de él y lo golpeo en la cabeza con el jarrón que por muchos años había decorado la mesa de la cocina en aquella casa. Dalila lo golpeo con todas sus fuerzas y con todo el odio que se había apoderado de sus entrañas, Miguel se tambaleo y al final cayó al piso, pero a diferencia de Ágata, no parecía estar muriendo.
Dalila y Bianca se acercaron rapidamente a Ágata que se desangraba rapidamente con dos disparos en el vientre. Tras llamar a la policía, Carla llamo a una ambulancia y pedía que se apresuraran.
Ágata ya no estaba muy consiente, en un principio había sentido dolor, pero ahora ni siquiera veía, todo se estaba volviendo borroso y las voces que escuchaba se hallaban cada vez más lejanas.
―Lo siento, Ágata ― sollozo Dalila acariciándole el rostro ―. Yo nunca pensé que esto fuera a pasar.
― ¿Porque mi papá estaba aquí? ― pregunto Bianca a su madre entre lágrimas.
―Creo que me ha seguido. Es mi culpa.
Ágata no estaba sola mientras la vida se le iba, la espera de los primeros auxilios y de la policía estaba siendo demasiado larga y desesperaba a las tres mujeres que miraban morir a Ágata. Pasado algunos minutos las sirenas se dejaron escuchar y Carla salió para indicarles donde necesitaban su ayuda.
La policía y la ambulancia llegaron juntas, todos hicieron su trabajo, pero Ágata no sobrevivió, tras dos paros respiratorios, murió en el trayecto al hospital y Miguel se convertía en un asesino. Horas más tarde, Dalila, Bianca y Carla, daban su declaración entre lágrimas y el corazón roto.
― ¿Porque? ― se preguntó Bianca llorando mientras abrazaba con fuerzas a Carla ―. Ella era buena persona.
Después de pasar varias horas en distintos lugares, Dalila, Bianca y Carla regresaron a casa de Ágata, en donde en el suelo había una mancha enorme de sangre ahora seca y ver de nuevo aquello les desgarro el alma y el corazón. Ágata nunca más volvería a estar allí y las tres se echaron a llorar.
Tras limpiar la sangre seca y los pedazos del jarrón esparcidos en el suelo, se dirigieron a la habitación de Ágata en busca de sus documentos personales para iniciar el papeleo de defunción en cuanto le dieran el cuerpo de Ágata.
Con pasos silenciosos y con pena en el corazón, las tres entraron en la habitación, Dalila la miro y se asombró de encontrarla intacta. Ágata no había cambiado nada de su cuarto, ni siquiera un mueble de lugar, al parecer siguio atesorando lo vivido en aquella alcoba a pesar de su abandono.
Mientras Dalila se distraía observando la habitación, Carla y Bianca, se percataron de la hoja que se hallaba pegada al espejo. Sin dudar se acercaron al tocador y tomaron la nota, comenzando a leer las instrucciones que allí había escritas con el puño y letra de Ágata. Las jóvenes se sorprendieron de lo previsible que había sido, pues en la hoja, indicaba en donde se hallaban sus documentos y el dinero de sus ahorros.
Las dos jóvenes se dividieron las tareas, Carla fue a buscar el dinero escondido en la pared detrás del tocador y Bianca, fue a buscar los documentos que se hallaban dentro del buró junto a la cama de noche.
Mientras que Dalila había tomado entre sus manos aquel muñeco de peluche que una vez le diera a Ágata en un día de San Valentín y el cual aún seguía descansando sobre su cama hecha. Descubrió que el peluche tenía las burdas costuras que Ágata solía hacer a la ropa que se le descocía, pero en este caso, parecía como si ella lo hubiera roto y después vuelto a coser al arrepentirse de la acción tan atroz y desesperada que había tomado.
― ¿Que estás haciendo? ― pregunto Dalila nerviosa al ver que Bianca abría aquel buró.
―Buscando los papeles de Ágata ― respondio mientras se ponía a sacar lo que allí había ―. Encontramos una hoja pegada al espejo, con instrucciones de donde se hallaban sus ahorros y sus identificaciones ― continuo Bianca hablando mientras sacaba lo que había adentro ―. Era una mujer muy precavida, creo que.... porque... estaba sola ― dijo con voz entrecortada.
De pronto, Bianca saco lo que parecía ser un viejo álbum de fotos, cuando Dalila lo vio el corazón se le detuvo y miro con ansiedad a su hija al ver que lo abría.
― ¿Qué haces? ― inquirió nerviosa.
―Quiero ver las fotos de Ágata.
―No deberías hacerlo.
― ¿Porque?
―Es su intimidad.
―No creo que le hubiera molestado mostrárnoslo ― declaro levantándose del suelo.
― ¿Encontraste su acta de nacimiento? ― le pregunto Carla con un fajo de billetes en su mano dentro de una bolsa plástica resellable.
―Aun no, pero encontré un álbum de fotos.
― ¡A ver! ― exclamo Carla acercándose a Bianca tan llena de curiosidad como la otra, mientras Dalila aguardaba con el corazón latiéndole a mil por hora.
Dalila quería arrebatarle el álbum, su secreto no debía salir a la luz, mucho menos ahora que Ágata había muerto. No tenía caso revolver un pasado que nunca más tendria presente ni futuro, solo un pasado que ahora moría con Ágata.
Pero si su hija no se enteraba ahora, dudaba mucho que lo hiciera después. Lo que en realidad tenía era miedo, miedo de lo que Bianca fuera a pensar de ella. Aun así, no intervino y dejo que Bianca continuara con lo que iba a hacer.
Bianca y Carla miraron la primera página, allí había imágenes de una joven Ágata con sus padres, algunas con su hermano y las demás que le siguieron a continuación, eran las de Ágata junto a una joven mujer. De inmediato las jóvenes dedujeron que era esa mujer quien le había roto el corazón a la ahora occisa. Conforme avanzaban las paginas, en las imágenes se notaba claramente que los años iban pasando, pero en una fotografía en especial, Carla y Bianca ya no pudieron obviar el parecido que tenía la mujer a lado de Ágata con Dalila y Bianca misma.
Carla y Bianca se miraron en silencio con grandes ojos y después voltearon a ver a Dalila, que las observaba expectantes a la espera de que descubrieran su secreto, aquel que llevaba años ocultándole a su hija.
―Eres tu ¿Verdad? ― le pregunto Bianca a su madre mostrándole una foto en la que ella y Ágata estaban sonriendo felices mientras estaban abrazadas.
Dalila contuvo un sollozo, miro a su hija a los ojos y asintió mientras dejaba escapar una gruesa lagrima por su mejilla.
― ¿Porque no me lo dijiste?
―Porque había quedado atras. Era una parte de mi pasado que no debía dejar que nadie supiera.
― ¿Ni siquiera yo?
― ¡No, ni siquiera tú! Sobre todo, tú.
―Pero Dios te castigo por ocultármelo y me hizo lesbiana como tú para recordártelo.
―Dios no me castigo y ser lesbiana no es un castigo divino.
―Y si crees eso ¿Porque no me defendiste de mi padre?
― ¡Por cobarde! Toda mi vida he sido una cobarde. Por miedo a los demás deje a Ágata, a la única persona que he amado en mi vida y ahora por mi culpa está muerta.
Dalila se puso a llorar inconsolablemente mientras Bianca se dirigió hacia lo que saco del buró, tomo todo lo que había y salió de la habitación con Carla siguiéndole los talones, dejando a Dalila sola llorando a mares.
Una vez que dejo los papeles sobre la mesa del comedor, Bianca rompió a llorar con fuerzas y Carla la abrazo, todo ahora se había vuelto un caos para ella. La muerte de Ágata y ahora descubriendo la verdad de su madre, era algo no había esperado, ni soñado en sus peores pesadillas.
― ¿Porque? ¿Porque? ― se preguntó Bianca mientras lloraba a brazada a su compañera.
―Porque así es la vida ― le dijo Carla aguantando el llanto.
―Ella no tenía la culpa.
―Ni nosotras tampoco.

Solamente una vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora