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Matías amanece una vez más en la cama de Enzo, suelta un suspiro pesado, ya se siente agobiado por toda esta situación.
Se sienta contra el respaldo de la cama, inhala y exhala, se concentra en su respiración y en acariciarle el cabello al morocho que tiene bajo suyo, abrazándole la cintura.

Minutos después, Enzo se despierta y ve a un Matías tenso, con los ojos cerrados y controlando su respiración.
Los movimientos que el mayor hace para acomodarse al igual que Soulé, despiertan al susodicho.

—Buen día -Susurra Matías, abriendo un solo ojo y regalandole una sonrisa ladina.

—Hola, Mati. ¿Estás bien?

En respuesta a esa pregunta, el menor deja caer su cabeza en el hombro de Barrenecha, quien no duda en tomar sus manos y brindarle caricias. —¿Qué pasa, lindo?

—Qué no pasa -comienza a hablar Matías, ya decidido a contarle todo a su amigo.

No se saltea nada, desde la primera vez que sucedió, sin esquivar ningún detalle. A medida que avanza con la historia, nota como el cuerpo de Enzo se tensa y el agarre en su mano es un tanto fuerte, ahora era Matías quien lo acariciaba.

—Es...una locura todo esto -sus ojos estaban perdidos en algún punto de la habitación, aún asimilando todo lo escuchado.

—¿Y cómo te sentís con todo eso? me refiero, físicamente, me imagino que mentalmente es todo un desastre.

—Si, mi cabeza en cualquier momento explota, pero en lo físico sigo igual, está todo bien, solamente cuando me despierto, tal vez estoy un poco agitado, pero nada más que eso.

Enzo estira sus brazos y atrapa a Matías entre ellos, el menor aprovecha para esconder su rostro en el hueco de su cuello y descansar allí, disfrutando ese momento de tranquilidad, sabiendo lo que está por venir una vez que pise fuera de esa habitación.

Sin frenar las caricias en la espalda del marplatense, Enzo comienza a hablar —Esta persona te asesina y vos volves a revivir siempre ¿no? -Matías suelta un sonido, dando a entender que si —Entonces usá ese bucle a tu favor.

—¿Cómo?

—Claro, acercate a las personas que vos sospechas podrían matarte y así vas descartando gente, hasta que llegues a la persona correcta.

Matías consideró por un momento la idea, rápidamente iniciando una lista en su mente con las posibles personas que lo odiarían tanto como para querer matarlo.
Soltó una pequeña risa, sabiendo que hay varia gente que lo quisiera muerto.

Antes de salir, se besó unos buenos minutos con Enzo, despidiendose con un —Chau, lindo, sos un genio.

Los próximos días se la pasó esquivando sus clases para ir en busca de su asesino, visitó varias veces la fiesta donde fue asesinado por segunda vez, allí interactuó con gente que, no sabía si lo odiaban tanto como para querer quitarle la vida, pero sí que no estaban alegres con su presencia, a recibido algún que otro golpe de parte de chicos que se enteraron que estuvo con sus novias, algunos carterazos de parte de chicas que se enteraron que estuvo con sus novios, pero ninguna de esas interacciones lo mataba, la hora de su muerte llegaba cuando menos se lo esperaba y era siempre de parte de esa persona enmascarada.

Vuelve a despertar en la habitación de Enzo. Sus últimas muertes fueron bastante rápidas, hasta llegaba a sentirlas más dolorosas.
Se levantó de la cama sientiéndose un poco mareado, no llega a abrir la puerta de la habitación, que su vista se nubla y su cuerpo se debilita, impidiéndole mantenerse en pie, antes de que pueda llamar a Enzo, se desploma en el piso.

Abre sus ojos una vez más, esta vez la luz cálida que entra por la ventana, es reemplazada por una fuerte luz blanca en el techo. Cuando sus ojos se acostumbran a la luz, nota que ya no está en la habitación de Enzo, sino que

—Tranquilo, Matías, está en el hospital del campus -dijo una voz que conocía perfectamente, pero que no entendía por qué estaba ahí con él.

—¿Qué-qué pasó? -su voz salió ronca y media rota.

—Te desmayaste, Mati, ni bien te despertaste –apareció en su rango de visión el morocho que esta vez no despertó a su lado abrazándolo, sino que alcanzandole un vaso con agua.
Matías solo pudo susurrar un dolido "gracias". Ya no se sentía mareado, pero la jaqueca seguía ahí.

—Voy a avisarle a la enfermera que despertaste -habló el profesor Véliz, palmeando apenas una de las piernas de Matías, dejándolo solo con Barrenechea.

—¿Qué hacía acá?

—Ya estaba acá cuando te traje, así que se quedó para acompañarme y verificar que esté todo bien. –Soulé solo asintió.

Los brazos y una parte de su torso dolían, sus ojos se abrieron como platos al notar las múltiples lesiones que tenía.

—La enfermera me preguntó sobre eso, pero no supe qué responderle.

Matías no dijo nada, sólo comenzó a llorar desconsoladamente, realmente esa mala pesadilla era una realidad, su realidad y lo detestaba.

—Soltá todo, Mati –dijo Enzo mientras le acariciaba la espalda.

—Ya estoy cansado, Enzi, no aguanto más.

—Lo sé, lo sé, ya vamos a averiguar cómo terminar esto.

No supo en qué momento se quedó dormido, pero al despertarse se encontraba solo. Sentía sus ojos pesados por el llanto, pero ya estaba más tranquilo.

Ganas de ir al baño lo invadieron, así que lentamente se levantó de la cama, para evitar marearse y caerse, y a pasos cortos se dirigió hacía el baño, pero antes de que pueda llegar a la puerta, las luces se apagaron. —La puta que me parió, lo que me faltaba.

Entre toda la oscuridad, notó como sólo la luz del baño se encendió. Flashbacks de esa vez en su habitación vinieron a su mente. Tratando de hacer el menor ruido posible, caminó hacia la salida y justo cuando posó su mano en el picaporte, la puerta del baño se abrió.

Allí estaba, con ese conjunto negro y esa horrenda máscara. Matías seguía sin entender por qué esa era la mascota de la escuela.

Vio a su asesino y sin pensarlo dos veces escapó de la habitación. Corrió hasta la entrada del hospital. Una vez allí, divisó que en la vereda de enfrente estaba el profesor Véliz, a punto de subir a su auto.

—¡Profe! ¡Profesor!

Le costaba horrores gritar, pero por suerte Alejo lo escuchó.
Matías llegó hasta él y comenzó a forcejear para quitarle sus llaves.

—Soulé, le pido por favor que se detenga.

—Usted no-no entiende, esto es-es una situación de vida o muerte.

Notó como el mayor soltó el agarre, trastabilló un poco, pero se contuvo de pie. Levantó su mano con la llave en forma de victoria, pero toda esa felicidad se esfumó al ver al bebé gigante a punto de bajar las escalinatas.

Empujó al profesor para poder subir al auto, mientras veía a su asesino correr en su dirección.
Una vuelta, nada, dos vueltas, nada, tres vueltas y

—Al fin, carajo.

Arrancó el auto y con tanta adrenalina encima, no supo cómo es que salió, pero lo hizo y a toda velocidad. Sabía que esas dos veces que intentó manejar iban a servir de algo.

Estaba a pocas cuadras de llegar a la casa de su hermandad, Matías iba a todo lo que daba el auto, tocando la bocina sin cesar y sin frenar en las esquinas.

Miró por el retrovisor si alguien lo seguía, pero no había nada.
Al volver su vista al frente, lo único que vio fue como un auto negro, manejado por una persona vestida del mismo color y que portaba esa detestable máscara, avanzaba en su dirección.
Cuando quiso esquivar el auto ya era tarde, un estruendo se escuchó dentro de las casas alrededor, y cuando los habitantes de esos hogares miraron por la ventana o directamente salían al patio, solo veían una enorme llamarada en medio de la calle.

Feliz Día de Tu MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora