I- Luna Sangrienta

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Cuento I Luna sangrientaKeythleen G

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Cuento I
Luna sangrienta
Keythleen G. Escoto

Corre, corre, corre.

No me dejó de repetir una y otra vez, mientras salto de tumba en tumba. A pesar de ir a gran velocidad, puedo escuchar como las hojas secas que deja el otoño crujen debajo de la suela de mis Converse.

Nota mental: No correr con Converse.

Luis y sus matones están detrás de mí. Ellos son unos cavernícolas cuya única neurona piensa en hacerme añicos, ya que soy el torpe de turno. Desde que los vi tras de mí, deje la mochila tirada en el salón y corrí hasta el cementerio que quedaba al lado del instituto. Cómo dije antes, soy el torpe de turno. Pude irme irme a cualquier otro lugar, pero no, el idiota —y extremadamente cobarde— de Adrián Fuentes se fue al maldito cementerio.

Me tiré a una fosa. Le di gracias a Dios de que estuviera vacía, así no iba a perturbar la paz de algún muerto. Muerto yo, si me encontraba la turba de idiotas. Esto es culpa de mi madre por no comprarme el chococrispis para ser grande y fuerte. Aunque era de estatura promedio pude ser más alto o más recio. A la par de esos orangutanes solo soy una pulga.

El pulso se me aceleró aún más cuando escuche las hojas alrededor de la fosa tronar.

Me encontraron.
Moriré joven.
No conocí la nieve.
No di ni mi primer beso.

Cerré mis ojos con fuerza y el alma me abandonó el cuerpo, cuando la escasa luz del sol atardeciendo se opacó por una enorme sombra. La espera fue tortuosa, pero nunca llego. Abrí uno de mis ojos con temor. Solo vi una sombra y una sombrilla. Me levanté rápidamente para ver de quién se trataba.

Solo me falta de que sea algún encargado del cementerio y me acusara de profanador de tumbas o algo.

Tampoco fue así.

Era un chico. Vestía todo de negro; de una chaqueta de cuero, unos pantalones ajustados a sus largas piernas, una botas al estilo rock, por último, unas gafas redondas y oscuras. Con su mano izquierda sostenía la sombrilla y con la derecha un monster verde y un cigarrillo. Se llevó el cigarrillo a los labios y le dio una larga calada.

—¿Tarde pesada? —Su voz era profunda, hasta cierto punto tenebrosa.

Salí de la fosa, quedando frente a él.

—Algo así.

Sonrió de lado y se acercó a mí. Lo vi dudar unos segundos, pero lo hizo de todas formas. Por alguna extraña razón aspiro profundamente al tenerme a unos escasos centímetros.

—Tienes miedo.

—Pff, no.

—No era pregunta. ¿Los estúpidos te estaban persiguiendo?

No respondí a su pregunta. No iba a humillarme así.

Él sonrió de boca abierta. Tenía unos perfectos dientes blancos, con unos extraños colmillos puntiagudos.

La alma se me volvió a desaparecer.

Un vampiro.
Mierda, mierda y recontra mierda.
Solo a mí me pasan estas cosas.

Mi pueblo era algo extraño. En cualquier pueblo de Latinoamérica pueden decir que una que otra persona era hechicera o algo así, pero en mi pueblo hay vampiros, y esa no es toda su carta principal.

Trate de correr, pero fue inútil, él me tomo del brazo y me pegó a su cuerpo. Los músculos de su torso me golpearon como una pared, pero a él no le pareció hacer no cosquillas.

—No corras —dijo en mi oído—. El pulso se te acelera, y no querrás eso estando rodeado de monstruos chupa sangre.

Estaba paralizado. No podía ni hablar.
Hoy, en la puta luna sangrienta, tenía que toparme con un vampiro.

—Ven. Sé de un lugar donde estarás mejor que aquí.

Tomo mi mano, haciéndome cruzar por quien sabe dónde. Lo bueno es que al final salimos del cementerio, lo malo fue que salimos por la otra punta. Y, lo todavía peor, es que por naturaleza me iba a matar.

El sol se había desaparecido por completo, dejando que la luna roja se hiciera aparecer, así que ya no traía la sombrilla, era libre. Su gran mano tomo mi cintura y aparecimos en el techo de una casa. Yo estaba sin salida.

—Okey, vas a comerme, pero te advierto, tengo un sabor horrible. Como mucha comida chatarra y no me baño seguido.

Puso sus gafas sobre su desordenado cabello azabache, dejando el color lila de sus ojos a la vista. Fue en este momento que lo reconocí.

—¿Santiago Lorca?

El maldito —e infernalmente sexy— Santiago Lorca. Mi Crush desde la primera vez que lo vi quitarse su camisa sudorosa, descubriendo ese perfecto abdomen marcado, hace unos dos años.

Fallecí.

Al salir su nombre de mis labios, sonrió, riéndose un poco, dejando esos hermosos colmillos brillantes al descubierto.

—¿Dije algo mal?

—No, es que tu pulso volvió a acelerarse.

Me sonroje. Perfecto, mi Crush vampiro ya se dio cuenta que me gusta.

—Es luna sangrienta... ¿¡Vas a matarme!?

Él volvió a reírse.

—No, realmente no.

—¿Por qué no?

—Suenas triste por eso —Me quedé callado. Si sigo hablando voy a cagarla más—. Vi como esos idiotas te estaban molestando y me encargue de eso.

—No estoy...-

—Adrián, me gustas

Uff, que directo.

—Pff, yo no soy gay.

—Quizas gay no, pero también te gusto.

—Vamos, Lorca, no seas engreído.

Se acercó a mí y la respiración se me fue al carajo.

—Tus latidos y el bulto en tu pantalón no me dicen los mismo.

Por instinto cerré más mis piernas.

—Era matarme de verdad, no de vergüenza.

—Cuando es luna sangrienta, los vampiros cazamos humanos para nuestro propio ciclo de alimentación. Pero, creo que desde que te vi en las gradas en aquel partido de fútbol, no quiero a otro humano que no seas tú.

Fue así, bajo la luna sangrienta que Santiago Lorca —el heredero del clan más poderoso del pueblo— me beso. Y dejó que sangre que corría por mis venas, no corriera por su boca.

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