II- Mommy's girl

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Michael Jackson sonaba por toda mi habitación con el famoso Thriller, mientras yo acomodaba el escote de mi vestido negro. Mi maquillaje de bruja estaba perfecto, solo faltaba mi sombrero negro acabado en punta, y estaba lista para la mejor noche de Halloween en mi vida.

Mi madre no estaba en casa, pero antes de darle el sí a Sarah, mi novia, ella ya me había interrogado, pidiéndome todos los datos de dónde y con quién estaría. Mentí en un par de cositas, pero solo fue una mentira piadosa. Mentiras piadosas que evitarían que ella me enviara directo a un convento o a un psiquiátrico.

Estábamos en los 80s, ya habían pasado algunos años de los disturbios ocurridos en Stonewall, las personas seguían viéndonos como monstruos, "aberraciones de la naturaleza" y muchas cosas más. No era como que podía decirle a mi madre que iba a una fiesta en la casa de los amigos de mi novia, que al igual que ella y yo, eran "desviados" y un grupo de "pervertidos" como a ella le encantaba llamar a los que tenían la suficiente valentía de ser ellos mismos. No podía serle franca, no sin antes de que a ella le diera un ataque al corazón y luego de recuperarse me apuntará con la arma que mi padre había dejado antes de fallecer.

Hay cosas que es mejor tenerlas en donde están para evitar peores.

Sin más, el claxon de un Impala 67 llamaba mi atención antes de salir de casa. En él, me esperaba una hermosa pelirroja, igual que yo, con un vestido atrevido de color negro, y un lápiz labial rojo sangre que adornaba sus deliciosos labios. La sonrisa de Sarah desprendía la luz suficiente para iluminar toda la ciudad, y eso no me quedaba duda cada vez que me veía.

—¿Te llevo a algún lugar, preciosa?

No pude evitar sonrojarme, cuando su atenta mirada se clavó en la mía, haciéndome sentir un calor insostenible que se instalaba en mi pecho y bajaba hasta mi vientre. Sarah provocaba en mí una serie de estragos totalmente indescriptibles, era como un rayo de luz que atravesaba mi esternón y salía por en medio de mis omóplatos.

Sarah, en pocas palabras, era Magia.

Subí a su auto con prisa, no quería pasar ni un minuto más lejos de ella. Estampé mis labios contra los suyos, devorando desenfrenadamente esos trozos de carne que me hacían suspirar. Después de unos segundos ella me apartó.

—Eli, estamos en la calle. Específicamente, tú calle. —me obligó a sentarme en el lado del copiloto.

A veces olvidaba que el mundo, después de ella, existe. Y es un mundo que no nos aprueba.

—Uno más. —le supliqué.

—Elisabeth. —Ella insistió.

Iba a volver a insistir, hasta ella apunto a una de las casa. En el patio delantero de una casa amarilla estaba la señora Houdson, una mujer muy amable que siempre saca a su perro por las noches y le regala cosas tejidas a mi madre cada que las hace.

—Es la señora Houdson, Sarah. Ella es un amor y no creo que nos haya visto.

—Lo sé. Solo te digo que debemos ser precavidas. Ya sabes lo que pasó la última vez...

Sarah era bastante recelosa con sus cosas. Hace 4 meses tuvo que mudarse de San Francisco, por qué los vecinos de su calle vandalizaron su casa, por qué se dieron cuenta que ella era lesbiana y su madre la apoyaba. Puedo comprender su miedo, pero mi realidad está muy alejada de eso. ¿No?

No le seguí insistiendo, esperaría a la fiesta. Conducimos casi media hora, hasta llegar a casa de sus amigos. Ya conocía a algunos de ellos, así que estaba en un ambiente controlado. Me sentía segura bailando los ritmos technos de los viejos parlantes en la sala, probando los exóticos tragos que el amigo del amigo de mi novia vestido de Drag nos servía. Reíamos con cualquiera, por qué de alguna forma el vernos e identificarnos nos hacía feliz. El sentido de pertenecer no podría sentirse mejor.

Todo se sentía tan bien, tan correcto.

Los labios de Sarah me besaron. Cada fino vello en mi piel se erizó por completo de solo sentir la simpleza de su calor, la delicadeza de la ferocidad cuando me besaba. El ligero sabor a tabaco que se mezclaba con el dulzor de una recién ingerida Margarita. Quería quedarme aquí el tiempo que hiciera falta.

¿Por qué nos hacían escondernos? No puedo quitarme esa pregunta de la cabeza. No hay nada de malo en personas que aman diferente. Sus manos sobre mis mejillas, las mías sobre sus caderas. ¿Había detrás de todo esto algo Satánico, inmoral o dañino?

Pasé gran parte de la noche siendo consentida por sus besos, por sus manos, por su calor. Era el mejor Halloween hasta ahora. Estaba con un grupo el cual sentí conocer toda mi vida, y a un lado de mi, la mujer que amo con locura, hasta el núcleo de mis huesos.

De regreso a casa, no podía dejar de sonreír. Mi reflejo por el retrovisor solo revelaba felicidad. Una mujer completamente feliz, a pesar de que tenían el maquillaje corrido y el cabello desordenado. Aprovechamos que no había absolutamente nadie, y nos besamos con total libertad bajo los faros de la calle.

—Nos vemos en la escuela, preciosa. —Con su pulgar, limpió los restos de labial rojo en la comisura de mis labios.

—Ven, mañana, —Propuse—. Renté El resplandor  y Viernes 13, podríamos hacer una tarde de películas.

—Esta bien, yo traigo las palomas.

Las ruedas trazaron su camino lejos de mi casa, mientras mi pies marcaban el ritmo para entrar a la casa. Al entrar, fui a la cocina por un vaso de agua. Dejé las llaves a la par del botecito de Xanax, que curiosamente estaba cerca de una botella vacía de wiskey.

—¿Elisabeth? —La voz de mi madre resonó por la sala oscura.

—¿Dime, madre? —me pareció extraño tenerla en la sala a estas horas, pero no le tome importancia.

—La vecina llamó...—

Mierda, dejé la cerca abierta y el perro se salió, otra vez.

—¿Y que quería? —resongué, pensado en Spike revolcandose en sus rosas.

—Queria saber si mi hija era una pervertida.

El vaso rebotó de mis manos a la encimera. La piel se me volvió fría y el aire no pasaba por mis pulmones. Sentí tu presencia levantarse, su sombra menuda, paseándose por la alfombra. La boca se me secó como un desierto, el corazón estaba que me explotaba en el pecho.

—Y yo también tenía esa curiosidad, Elisabeth.

En un abrir y cerrar de ojos, la lámpara de porcelana en nuestra mesa de estar empacto en la vajilla detrás de mí.

—M-Mamá... Y-yo, puedo explicártelo.

Está vez fue la mesa, directo a mis rodillas, haciéndome chillar.

—¿¡Que mierda vas a explicarme, Elisabeth!? ¿¡Qué es natural en tí!?

Mis pensamientos habían sido ciertos. En sus manos el rifle de mi padre. Esto no podía estar pasando. Mi madre siempre me había protegido de todo, ¿Quien me protege de ella?

—Mamá...—

—¡Te lo he dado todo, Elisabeth! ¡Todo! —Disparó muy cerca de mí—. ¡¿Así me lo pagas?! ¡¿A caso crié a una degenerada?!

Una carga.

—Mamá, por favor...

Y aquel recuerdo, con el que mi padre había matado, me había atravesado el estómago. Corrí escaleras arriba, a cómo pude, cerré la puerta de mi habitación... Luego, fue aquello con lo que tanto amé, la bala no solo traspaso la pared, si no también mi corazón.

 Luego, fue aquello con lo que tanto amé, la bala no solo traspaso la pared, si no también mi corazón

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