IV. Lucifer

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Brujas, son un asco. Y más, cuando de la nada los licántropos matan al primogénito varón de cada familia, por qué la luna llena permanece en el cielo desde hace varias noches.

Los habitantes de Warlok están hasta los huesos de miedo, por la culpa de las bestias peludas que, caída la noche, no sostienen su sed de sangre, mas nadie los puede detener.

O eso se pensaban.

Los brujos eran la mejor opción, pero nadie tiene buenas referencias de ellos. Son embusteros, mafiosos, traicioneros. El rey Wokler estaba demasiado desesperado, tanto como para considerar hacer pacto con ellos. Sin embargo, lo hizo. Por primera vez, en su mando de tirano, pensó en su gente. Y fue así, como viajo hasta los páramos.

La frondosa vegetación de árboles gigantescos, cuyas mariposas brotaban de entre las hojas, no se podían comparar con las casuchas del pueblo. O el dulce olor de la flores que acompañaban el camino, podían comparar con los desechos nauseabundos de las granjas. El rey respetó, como la sociedad secreta de los brujos, ostentaba tales hábitats. Siendo que el rey los consideraba unos déspotas y dictadores, cuando ellos tenían mejor distribución política que su pueblo.

—Rey Wokler pobres los ojos que ven su presencia —Malek, el hechicero, entre las sombras se paseaba. Literalmente—. ¿Que te trae por estos lados?

Malek no era tangente, solo se escuchaba en las sombras. Los rumores dicen que haciendo el hechizo que fundó la sociedad de hechiceros, su cuerpo se esfumó, y la oscuridad se apoderó de él. Aún sin tener un cuerpo físico, su poder era inimaginable.

—Malek, señor de las sombras, necesito... Vuestra ayuda. —El rey empujo más de la mitad de oro que poseía el reino—. Los licántropo asesinan a mi pueblo, no tenemos cómo defendernos.

—Debes de estar demasiado deseperado como para pedir por mi ayuda. —La oscuridad se tornó más densa en aquella cueva—. Haré para tí un guerrero invencible, será hijo de la luz y a tu pueblo salvará.

—¿Sólo eso? ¡Alabado seas por los tuyos, Malek!

La oscuridad chasqueó la lengua repetidas veces.

—No célebres, mortal, tu Guerrero será costoso.

—¿Qué quieres a cambio? ¿Más lujos? ¿Tierras?

—No. Necesito tu primogénito.

Con un dolor profundo y arrebatado, el corazón del rey la lágrimas de dolor derramó. Su hijo, de ese entonces 17 años, fue entregado al hechicero. La estela en el cielo abrió paso a una gota de sol. El hijo de la luz, aquel que traía la luz, La estrella de la mañana había nacido y a su pueblo salvaría.

Lucifer, fue bautizado para llevar a su gente la luz y la salvación. La casería de licántropos no fue para nada difícil, para aquel que consideraban un semidiós. Lástima, que fue en ese misma confrontación que atacaron a su padre. El pueblo quedó sin rey y con un destino desierto.

Fin.

Bueno, fin de su historia, no de la mía.

Y ustedes se preguntaran, Diaval, ¿De quien estás hablando?

Estoy hablando de él, del sexy y gigantesco bulto de oro que está emborrachándose cada día como de costumbre.

Lucifer, después de la peleas y las confrontaciones había quedado tan solo como el sol en un día sin nubes. Su padre había muerto, no recordaba quien era, y para colmo, Malek era tan hijo de puta que había hecho su armadura maldita. Lucifer no podía quitarse la armadura, ni la castidad.

Una completa desgracia.

Lo cual era irónico. Todas las mujeres del pueblo estaban deseosa que tener un hijo con el hijo del Sol. Pero era imposible. Lucifer, era imposible.

Pero no para mí. También soy hechicero. Tan poderoso como ese idiota de Malek, que ya pasado los años no era más que un viejo decrépito. Yo iba darme el gusto de probar al gigante de todos. El Premio jugoso, Lucifer.

—Hey, rubio bonito —Posicione una jarra de cerveza de cerezas en frente de él—. ¿Por qué tan solito?

Sus ojos, amarillos como sol pero nublados como las noches de un invierno infertil, ni siquiera me miraron. Sus grandes manos, tomaron la jarra y sin problemas empinó la bebida para si mismo.

—No te importa, Hechicero. Vete y déjame con mi duelo.

Escupió de sus labios mi raza y procedencia, y luego pasó el guante dorado por sus labios, limpiando el resto de cerveza que quedó en su comisura.

—Diaval, —me presente estirando mi mano—. El hechicero que podria acabar con tu duelo.

Chasqueó la lengua, seguido de una risa reprimida.

El hechicero que podria acabar con tu duelo. Ya sé quién eresRepitio—, nadie puede salvarme de mi miserable destino. Ni siquiera aquel que me creó.

—¿El decrépito de Malek? Dioses oscuros, soy mejor que ese anciano.

Por primera vez me vio. Él creía en mi palabra.

—Muéstrame, entonces. Y no haré más que darte el corazón palpitante de una alma agradecida.

Levanté una ceja. Mi plan se veía aún más cerca de lo que imaginaba. Acaso, después de tantos años obsesionado por este tonto rubio vestido de oro, el milagro se había hecho.

—¿Te casarías conmigo? —Pregunte, sin ningún tipo de tapujo.

Sus coloradas cejas subieron. Sus ojos brillaron cual sol de medio día.

—Si me salvas de esta prisión, escribiría tu nombre en medio del sol, Diaval.

La sonrisa no me cabía en el rostro. Tantos años preparándome para ser incluso más fuerte que cualquier Hechicero, solo para él. En un chasquido de dedos, habíamos aparecido en mi torre. Los rayos de luz que pasan por los enormes ventanales, con vidrios de colores, chocaban en su armadura. No había visto tal maravilla en mi vida, a menos de que fueran sus ojos o su sonrisa.

Tome su guante de oro, analicé detenidamente los sellos en él, todos eran una firma de Malek, así que, no habría problema en que yo descifrar el hechizo que el viejo utilizó con él. Con un par de plegarias a los dioses de la luz, la armadura en Lucifer se había deshecho.

En su torso había en líneas que no eran más que un mapa donde las estrellas convergían con el sol, todos los trazos en su pecho abdomen espalda y brazos se iluminaban, literalmente, como el sol.

Y después de años, incluso más de lo que yo esperaba, había liberado al amor de mi vida, de la prisión que lo acaquejaba.

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