𝟑| 𝐀 𝐓𝐈 𝐐𝐔𝐄 𝐓𝐄 𝐈𝐌𝐏𝐎𝐑𝐓𝐀

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—Adios, vuelva- —me cerró la puerta antes de que acabe de despedirme

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—Adios, vuelva- —me cerró la puerta antes de que acabe de despedirme. —Nunca, vuelva nunca. ¿Y quien se cree esta vieja de mierda? Que me cierra la puerta en la cara la desgraciada, pan añejo le voy a dar cuando venga otra vez.

Más encima quería llorar, porque lloré al tirarme a mi cama y cuando llegó mi mamá a la habitación no diré que no me emocioné, porque sería mentir de la manera más descarada posible, pero yo de verdad pensé que me preguntaría por qué estaba llorando, pero no hizo más que gritarle por qué no había llegado a atender la panadería.

No dije nada y solo me levanté, ahora aquí estoy peleando con señoras desgraciadas que le tiran la puerta a la gente. Pero ya va a venir, ahí mismo le doy un portazo en la cara.

Escuché los pasos cortos de Marinette detrás de mí. —No seas así con la gente, te vas a ganar mala fama —comentó riendo de una forma pesada. Agarrenme que le tiro un sólo pan duro a la cabeza.

—Ya la tengo, así que no me importa —cerré la caja con fuerza. —Tampoco es como si te importara a ti, tienes la misma mala fama que yo.

Sé que a la gente no les gusta que los atienda yo en la panadería, pero mis padres no le dan importancia al lugar y me tienen atendiendo a mí, a veces nos turnamos con mi hermana, pero ella es un irresponsable también. Suele dejar la panadería sola y debo dejar de estudiar para atender. Ya no sería un problema porque me gradué.

Pero debo trabajar y no sé como carajos se busca trabajo. Me voy a sentar a esperar que me caiga un trabajo del cielo, porque no estudié diseño de modas para ser cajera de la panadería de mis padres.

Marinette rodó los ojos y se puso el delantal para hacer pan. —Trata de no quemarlo, por favor.

—Cállate.

—¡A mí no me dices que me calle! —alegué y justo el sonido de las campañas sobre la puerta sonó, dejando ver una silueta entre la fuerte lluvia. Era una silueta muy alta que me se hacía bastante conocida. Oh mierda. —¿Qué haces aquí? ¿Quieres que te pase un balde y así me tiras agua más a gusto?

Dejó salir una pequeña risa que no hizo más que estresarme.

—¿Te comiste un payaso o qué?

Vi como del bolsillo de su chaqueta sacó todas mis medallas, increíblemente pulidas, y dejó una carpeta sobre el mostrador. No me molesté en abrirla, sabía lo que era. —Lamento mucho haberte mojado así —cállese que suena raro. —Fui al campus de diseño y te arregle esto.

Con sus delgados dedos abrazados por anillos carísimos, levantó la tapa de la carpeta, dejando ver el diploma intacto, junto con un pequeño post ir. "Felicidades por el gran logro, solo dos estudiantes han logrado recibir todas las medallas y tú eres una de ellas. Con cariño, tu ex director de carrera". —¿Cómo demonios hizo eso?

—Soy amigo del director —¿se estaba tirando aires de superioridad conmigo? Levanté una de mis cejas mientras oía un chillido de Marinette detrás de mí. De seguro la tonta se quemó con las latas, como siempre. —Es mi forma de pedirte disculpas ante tan irresponsable acto.

—No me hable raro que no entiendo ni mierdas de lo que dice —alejó su mano y dejó las restantes medallas sobre el mostrador. No las tomaría.

Rió suavemente. Dios, ¿no le duelen los cachetes de tanto sonreír? —Es mi manera de pedirte perdón, Marietta. ¿Me perdonas?

La mojada que me pegué fue solo una de las cosas que me hizo sentir mal, peor mejor dicho, porque me sentía mal desde antes, pero no tengo ningún ánimo de hablar con gente hoy. Evito hablar con mis padres y con Marinette no tengo opción. Negué con seriedad. —No, ahora ¿se puede ir?

—Y llévese sus cosas con usted —con mis manos empujé la carpeta hacia su cuerpo. No podría recibirlo, ando para la mierda hoy. Me sorprendí al notar que no estaba tuteándolo, de seguro es por las canas que le vi.

Debe tener unos cuarenta máximo, vaya, se conserva muy bien para su edad. Me decía a mi misma, estaba viendo la ropa que traía... y quizá unas cosas más. —¿No vas a recibir tu diploma? —negué. —Pues te lo quedas igual.

Salió corriendo.

Bufé hastiada al ver las cosas sobre el mostrador. El señor ese se había pasado mi opinión por el arco del triunfo. Sentí un golpe en el hombro. —¡¿Tu eres tonta?! ¡¿Sabes a quién acabas de echar?!

—No sé, ni me importa.

—¡Echaste a Gabriel Agreste! —mis ojos se abrieron incrédulos. Oh oh... que putas había hecho. —Agreste; el magnífico diseñador de modas y padre de un tipo cualquiera que va a la escuela conmigo. ¡Pero podría ser tu pase al mejor trabajo de tu vida, tonta!

—La cagué, ¿verdad?

—La cagaste —asintió enojada. —¿Qué esperas? ¡Ve a pedirle disculpas!

¿Iba a dejar todo mi orgullo a un lado solo porque podría ganarme con una disculpa, un pase directo a una pasantía de modas con Gabriel Agreste? Obviamente, por lo que abrí la pequeña puerta del mostrador y salí corriendo hacia la calle. Carajo, le había hablado mal al mejor diseñador de París y ahora estaría vetada de todas partes, debe tener contactos, maldita sea.

Solo no esperaba que al salir de la panadería, una ola de agua de lluvia me caería encima una vez más.

—¡¿Qué putas?!

—¡Perdóname! —Agreste bajó de su auto y corrió en mi dirección, se quitó la chaqueta y la dejó sobre mis hombros, pero me la quité y se la tiré al pecho con rabia. —Lo siento mucho, yo no pensé que estarías allí, discúlpame.

Seguía hablándome y yo solo lloraba una vez más en silencio. Agradecí la inmensa lluvia, porque con ella mis lágrimas no eran más que pequeñas gotas propias de las nubes y no eran respuesta del dolor acumulado que llevaba tanto tiempo en mi corazón. —Ni siquiera me mire... ¡Suélteme!

Seguía agarrando mi brazo. Ay no, no, no.

—Perdóname, Marietta. No fue mi intensión —mis ojos se iban haciendo más pequeños contra más lágrimas soltaban, finalmente se dio cuenta de que no eran gotas de lluvia lo que corría por mis mejillas, sino que eran llanto. —Puedes llorar tranquila...

Abrió sus brazos y lo golpee para no dejarle acercarse más, mentalmente, porque me apretó en sus brazos mientras lloraba más. Oí una risotada de mi hermana desde adentro de la panadería y me solté a llorar más. Me di cuenta de lo que hacía y me separé de su cuerpo.

Di una patada al suelo y entré de vuelta a mi lugar de trabajo, cerrando la puerta de un portazo.

—¿Quedaste muy mojada? —rió Marinette.

—¡A ti que te importa! —agarré un pan y se lo lancé a la cabeza, ella se quejó y me lo tiró de vuelta, pero con su mala puntería no logró más que darle a la señora que entraba en silencio al local.


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𝐋𝐎𝐕𝐄𝐑𝐌𝐀𝐍 ᴳᵃᵇʳᶤᵉˡ ᴬᵍʳᵉˢᵗᵉ ᵃᵘ ᶠᶤᶜDonde viven las historias. Descúbrelo ahora