La mejor decisión.

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"María, Ojos, mi amor; el único, el verdadero, el indestructible. Mis palabras siempre han sido tuyas, han nacido a partir de ti, para ti. Éstas palabras también te pertenecen tanto, tanto como yo. Te he regalado todo lo bueno y lo malo que habido en mi vida, te lo he dado sin reparos, sin medias tintas, sin misterios. Hasta te he ofrecido ocasos desesperados como diría Borges. Eres dueña de mi amargura, de mi soledad. Sin ti... Sin ti.
Eres dueña también de la belleza que hubo en mi vida, de tu belleza en mi memoria. Y aquí tan dentro de mi alma, de esa sensación que me hace ser hombre, del amor. Hoy te regalo de nuevo lo que siento, te dejo el tiempo justo y preciso de un beso de amor, te dejo mis tonterías, mis caprichos, mi inmadurez, que muchas veces dibujaron sonrisas en tu mirada. Te dejo las madrugadas en las que no estuviste, pero aquí estabas. Te regalo pólvora y bandas de pueblo, serenatas de caricias, de deseo. Te regalo esas plantas que me han oído tantas noches hablarles de ti.
Ellas te contarán de mi, Ojos. Te dirán junto con Felisa lo afortunado que soy por haber merecido tu amor. Te dejo un largo, un larguísimo e interminable adiós. Un adiós que no se despide, que no es adiós. Que por más que lo hayamos intentado no quiere irse, no puede irse. Te dejo María... Mi más grande amor.

Alejandro Salas."

— ¿Cuándo te la entregó? - le dijo Andrés viéndola llorar en la sala. María se asustó. — ¿Me escuchaste? - preguntó ella en un susurro. — Afortunadamente te escuché. ¿No me vas a contestar? - María lo miró dudosa, con aquella tristeza que le pesaba tanto. Se acababa de enterar de la enfermedad de Jerónimo, después de los días en Yautepec, de sus planes con Alejandro de vivir juntos, de casarse. Abrió esa carta que menos mal guardó, porque era de las pocas cosas que parecían quedarle de él. Aún no sabía que haría, lo que si, es que Alejandro ya no sería parte de su vida. Parece que el destino o la vida, o ella más bien, no estaban dispuestos a regalarles la dicha de estar juntos, libremente, para siempre.

Ignacio acaba de irse rogándole que tomara la decisión que su corazón le decía, que no se sacrificara más. Por nadie. Que pensara exclusivamente en ella.

Me la dió hace unas semanas cuando pasó lo que pasó en Yautepec. Pero, hoy que la volví a leer. Solo puedo pensar que todo éste amor que se refleja en la carta, el lo va a dejar de sentir por mi. Me va a odiar, Andrés, Alejandro me va a odiar. - el se acercó a su madre y levantó su rostro. — ¿por qué? ¿Por qué Salas te odiaría? No puedes sacrificarte más mamá. Digo, ya sé que Jerónimo está enfermo, mi papá me lo dijo ahorita. Pero, tú no puedes hacerte esto, ni a Alejandro. Puedes estar para Jerónimo, como su amiga, no te hagas esto. ¡Por favor mamá piénsalo! - le dijo dejándola con las emociones más revueltas que nunca. Estaba triste, decaída, sin ilusión. No había rastros de la María de la tarde, de esa María que Alejandro dejó con un beso profundo para encontrase al día siguiente en su departamento. No. Ya no había ni una luz de esa María.

Cómo pudo subió a su habitación, con el peso de esa verdad en sus hombros, y con las dudas respecto a la decisión tomada. Al día siguiente haría lo que debía hacer y ya, sin mirar atrás. No quedaba de otra. O si, pero María Inés ya no era la misma de hace siete años.

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Sonaba el timbre insistentemente.

¡Voooy! - ¿quién será a ésta hora? Pensó. Se llevó una grata sorpresa cuando la vio parada ahí. Hace unas noches había ido a verlo, pero no sabía a qué se debía su visita ahora. Quizás ya había firmado los papeles, a fin de cuentas el ya sabía que ella necesita estar libre lo más pronto posible.
¡Doctor buenos noches! - le dijo ella sonriente, cómo pudo, fingiendo. — ¿A qué debo tu visita, María Inés? - preguntó el incómodo. — Veo que ya firmaste los papeles, ¡que bueno! - le dijo intentando quitárselos. Ella negó y sonrió. — Yo, vine a romper estos papeles más bien. Yo no me voy Jerónimo, mi lugar es aquí, junto a ti, en las buenas, y en las malas. - le dijo dejándolo sorprendido. ¿Qué había pasado? Ella intentó acercarse a abrazarlo y el la frenó. — ¿Y el señor Salas? - ella frunció el ceño extrañada, y algo preocupada, se supone que Jerónimo no sabe nada, no sabía que ella había vuelto con Alejandro. Si se enteró entonces no sabría cómo tapar aquella mentira. — ¿qué pasa con el? - le respondió ella con otra pregunta.

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