1: ¿Te quedas a cenar conmigo?

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Dos meses antes de volver por trabajo a México, conoció a una mujer muy especial, la cual estaba significando algo para el, algo que le asustaba, porque lo hacía olvidar por momentos a María, y eso era lo que no quería, no soportaba la idea de olvidarla, de que su amor fuera un bellísimo recuerdo y nada más. Quizás por eso volvía frente a ella, para volver a sentirla y saber que jamás existiría en su vida una mujer como ella. Aquella mujer tenía su nombre, también se llamaba María, María Lucía; el optó por llamarla Lucía, le parecía abrumador decirle el nombre que para el solo podía tener ella, su María, sus ojos. Cuando la conoció lo perturbó demasiado, lo hizo desestabilizarse, una mujer rubia de 45 años con un carácter apacible y bastante amigable, periodista, una gran mujer. Y aunque disfrutaba mucho su compañía, y no había pasado mayor cosa entre ellos, era evidente que su relación crecía día con día. Y estaba aterrado, el sabía que su relación con Ojos era imposible de comparar y de ser remplazada, pero temía que todo el amor que siente por Ojos quedará en el olvido. No, no aceptaba aquello. Necesitaba verla.

Tras un eterno año y medio lejos de esos ojos, su necesidad de verla, de sentirla, de olerla; lo llevaron nuevamente a esa casa, a Rosaleda. Sus cartas habían apaciguado un poco el dolor, sus letras, de ella, de Ojos. Pero necesitaba volver a verla una vez más, ya había entendido el motivo de su despedida, de su adiós. Solo quería cerciorarse una vez más, que esa mujer, sería siempre su eterno amor. Y aunque algunas mujeres conoció en Italia cinco meses después de llegar, ninguna importancia tuvieron, solo eran momentos fugaces que lo hacían extrañarla más y más, hasta que llegó Lucía, esa mujer que desestabilizó su entendimiento del amor, no era posible que existiera una mujer que lo hiciera olvidar a María.

    — Rosaleda

Al verla sintió un nudo en la garganta, volver a conectar sus miradas era todo lo que necesitaba para confirmarlo, María siempre sería su gran y verdadero amor. Aunque llegarán otras, y las quisiera o las deseara, Ojos sería su anhelo más grande. El deseo y la pasión, el amor y la compañía, la mujer que deseaba a su lado todas las noches y todas las mañanas.

- No lo puedo creer... - dijo ella al verlo salir del coche. El sonrió satisfecho de su reacción al verlo. - Alejandro... ¿Qué haces aquí? - le dijo acariciando su mejilla por medio de la reja. El suspiró ante su tacto y ella se apresuró a abrir la puerta. Al entrar el se acercó inmediatamente uniendo sus almas como siempre.

- Perdone usted, hace un año que no le doy un beso... - María sonrió. - ¿le molestaría? - ambos sonrieron cómplices.

- Yo creo que no... - le dijo ella mientras el se acercaba a sus labios rozándolos, terminando por darle un beso en la mejilla.

Después de un poco más de media hora platicando, contándose lo acontecido en ese año lejos. Obviando algunos detalles, se encontraban sentados en la orilla de la alberca, después de haber recordado, sonreído y suspirado por la nostalgia que les daba volver a estar así, tan cerquita.

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