Capítulo Cinco

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Edith miraba la luz del día que atravesaba la pequeña ventana de su habitación preguntándose cuánto tiempo iba a estar encerrada allí. ¿La matarían? ¿O la dejarían ahí para que se muriera de hambre?

Esta última pregunta se contestó cuando la puerta se abrió. Al darse vuelta, vio que el niño del rostro quemado estaba en la habitación con ella y traía una bandeja con comida. Detrás de él, escuchó a alguien volviendo a poner la llave en la puerta.

-Hola- saludó el niño en voz baja.

-Hola.

-L-lamento que la encerraran aquí por mi culpa.

-No, te debo un favor. Me sacaste la venda de los ojos, por decirlo de alguna manera.

El niño sonrió forzosamente. Edith también, y se alejó de la ventana para acercarse al niño.

-¿Cómo te llamas?

-Fabien.

-Mucho gusto- expresó, arrodillándose para quedar a la altura de él-. Soy Edith.

Sin responder, el niño dejó la bandeja sobre la mesa de noche y se volvió hacia la joven.

-Lo siento, no me puedo quedar mucho...

-Pero pusieron llave...

-Era para que usted no se escapase. A mí me abrirán la puerta.

-Espera, por favor- espetó ella cuando Fabien estaba a punto de volverse y caminar hacia la salida.-¿No sabes ningún otro secreto sobre... ellos?

-¿A qué se refiere?

-Sobre el rey.

-Sobre él, nada más. Aunque escuché rumores sobre la muerte de sus padres. Los anteriores rey y reina.

-¿Sobre su suicidio?

Fabien frunció el ceño, totalmente desconcertado.

-No, ¿de qué está hablando?

Edith en seguida se puso pálida.

-Alexander me dijo que se envenenaron...

-...Yo no confiaría tanto en sus palabras...

-Ahora lo sé.- Hizo una larga pausa para inspirar profundamente, preparándose para oír la verdad.- ¿Qué fue lo que escuchaste?

◈◈◈

-Aquí está su comida.

Cuando al día siguiente escuchó la voz de ese odioso mentor tras el rechinar de la puerta abriéndose, el corazón se le estrujó. ¿Dónde estaba Fabien?

Entonces recordó que tenía algo que decir, o mejor dicho, que preguntar.

-He tenido dudas sobre una cosa- dijo, apartando la mirada de la ventana y volviéndose hacia el anciano. Trató de ignorar que no había comido en veinticuatro horas y no mirar el plato de comida que le había dejado sobre la mesa de noche.

-¿De qué se trata?

-Alexander dijo que sus padres se suicidaron. Envenenándose. Pero... escuché rumores. Dicen que en realidad fueron asesinados. Que habían encontrado su habitación llena de sangre pero que los cuerpos no estaban ahí.

-¿En serio aún no se ha dado cuenta?

-¿Qué?

Edith fue testigo de una macabra sonrisa.

-Entonces... concluye en que le mintió, ¿verdad? Está en lo cierto. Ahora... ¿por qué cree que lo hizo?

La joven temía esas palabras.

-¿Él...?

-Cuentan que su majestad amaba las espadas. Y que era muy fácil de persuadir para que hiciera cualquier cosa.

Edith se sentía mareada y desorientada, tuvo que apoyar una mano en la pared para recomponerse. Había sido cómplice de un asesino. Bajó la mirada hacia sus manos, que habían prendido el fuego en los campos de los campesinos.

-No puede ser verdad...

-Lo es, señorita. Y soy yo el verdadero culpable de todo. Gracias a nuestro Dios me lo dijo a mí antes que a cualquier otra persona, aunque es una lástima que ahora tenga que matarla.- El anciano tomó el rostro de Edith con una mano y la obligó a mirar su sucia expresión.- Nadie podrá volver a ver nunca un rostro tan hermoso como el suyo.

-Suélteme, maldito bastardo- exclamó ella, soltándose.- ¿Qué fue lo que usted hizo?

-¿Yo? Yo solo le dije a Alexander la verdad, y él hizo todo por sí mismo.

-¿Y los cuerpos?

-Lo siento, señorita, pero no hay importancia de que sepa nada más- dijo, dándose media vuelta y alejándose lentamente.- A media noche vendré a verla de nuevo. Y no vivirá para ver la luz del día siguiente.

-¡Quiero hablar con el rey!

-Perfecto, a medianoche vendrá y la matará.

◈◈◈

Alexander descendió los escalones de piedra hacia las oscuras catacumbas del castillo con un candelabro en la mano. Todos sus peores y más profundos secretos se ocultaban allí entre las sombras, donde pertenecían.

Aunque esa vez encontró algo más allí.

-¿Qué se supone que hace con nuestros sirvientes, Antoine?

El anciano hacía ruidos empantosos, parecidos a gruñidos, mientras se devoraba aquel pedazo de carne. A su alrededor, habían cabellos platinados y ropa destrozada y deshilachada. La cabeza del niño con la cara quemada descansaba en una esquina, mirando al vacío y con una expresión de terror dibujada en su pálida cara. El suelo estaba lleno de sangre.

-Habíamos acordado que aquel noble era la última persona en este castillo de la que se alimentaría.

-El mocoso era un soplón de todas formas- respondió en un bufido. A Alexander le dieron ganas de vomitar al ver como arrancaba con las manos algo de aquel pequeño cuerpo y se lo metía entero en la boca.

-Pensar que así fue como hizo desaparecer a mi familia- murmuró.

-No me diga que ahora te arrepiente- espetó el mentor, dejando de comer para mirar al monarca.- Recuerde como lo trataron esos idiotas desde el día en que nació, recuerde que para ellos era escoria. Además, era lo mejor para el reino. Usted estaba destinado a convertirse en rey.

-Muy a mi pesar.

Alexander recordaba perfectamente esa noche en que decidió matarlos. Se había aproximado hacia la habitación mientras las palabras de Antoine se repetían una y otra vez en su cabeza.

"¿No está cansado de todo esto?"

"Ellos no ven su potencial, y están volviendo loco a todo el reino. Si usted fuera rey, sería diferente."

"Deben pagar por sus pecados y lo sabe."

También recordaba que antes de darse cuenta, la espada ya había cortado el cuello de su padre y la sangre se había esparcido por las sábanas. Entonces había escuchado el grito horrorizado de su madre junto al cuerpo inerte del hombre, y había dirigido el arma directamente hacia ella.

-Debemos matar a la chica- dijo Antoine, apartándolo de sus recuerdos.- Ya sabe lo que pasó.

-Aún no- contestó rápidamente.- He encontrado algo interesante hurgando en su pasado.

The Evil King & The Heartless PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora